Emilio Mu?oz y el toro de Zalduendo
El toro y el torero. De repente se produjo la conjunci¨®n del toro bravo y el torero bueno. Qu¨¦ maravilla. Tiempo hace que no se ve¨ªa este fen¨®meno cuya s¨ªntesis es el toreo aut¨¦ntico, la verdad de la fiesta. El toro de Zalduendo: un guapo ejemplar, bravo en todos los tercios, boyante para cualquier suerte, noble hasta que exhal¨® el ¨²ltimo suspiro. Emilio Mu?oz: el torero bueno, art¨ªfice puro de las reglas del arte, un temperamento arrebatado cuya inspiraci¨®n generaba una cascada de emociones.
Emilio Mu?oz: un veterano ya de vuelta de tantas cosas que se daba perdido para la fiesta; Zalduendo: una ganader¨ªa comercial, torifactor¨ªa de productos bobalicones, ant¨ªtesis de la casta brava.
Zalduendo / Mu?oz, Rivera, Tom¨¢s
Cinco toros de Zalduendo (siete rechazados en el reconocimiento), de escasa presencia, flojos, aborregados, excepto el 4?, con trap¨ªo y de bravura y nobleza excepcionales. 6?, de Carmen Borrero, escurrido, sin trap¨ªo, pastue?o. Emilio Mu?oz: estocada corta muy baja (pitos); estocada ca¨ªda (dos orejas). Rivera Ord¨®?ez: pinchazo, media, ruedas de peones -aviso con mucho retraso-, descabello y se echa el toro (silencio); dos pinchazos, bajonazo y rueda de peones (silencio). Jos¨¦ Tom¨¢s: pinchazo perdiendo la muleta, dos m¨¢s sin perderla -aviso con mucho retraso-, dos pinchazos y dos descabellos (silencio); estocada ca¨ªda (oreja).Plaza de la Maestranza, 20 de abril. 11? corrida de feria. Lleno
Y resulta que con ellos surgi¨® la sorpresa. Y la fiesta volvi¨® a ser aquella que apasionaba a los p¨²blicos, que los convert¨ªa en aficionados fieles y la veneraban comi si se tratara de una religi¨®n.
El toro se arranc¨® de largo al caballo con enorme fijeza, lo estrell¨® contra las tablas y lo derrib¨® con estr¨¦pito. Recarg¨® en el segundo encuentro metiendo los ri?ones. Acudi¨® recrecido al cite de los banderilleros, galopando con sostenida templanza que facilitaba las reuniones. Y lleg¨® noble y enterizo a la muleta...
Ahora se necesitaba la presencia de un torero cabal que supiera hacer honor a esa nobleza. No es f¨¢cil encontrarlo. Los toros bravos descubren a los toreros malos, se suele decir, y estos son lo que abundan. Claro que tambi¨¦n engrandecen a los toreros buenos. Y all¨ª estaba Emilio Mu?oz, a quien nadie va a ense?ar este oficio; Emilio Mu?oz, que ha bebido, desde ni?o, en las fuentes del toreo cl¨¢sico.
Y le sali¨® la vena torera. Desde el primer muletazo le sali¨®. Y a los pocos compases ya estaba en el platillo ligando los naturales; lig¨¢ndolos de verdad, imprimiendo hondura en cada pase,abrochando las tandas mediante el de pecho, que barr¨ªa al bravo toro de cabeza a rabo. O con un fastuoso despliegue de muletazos bell¨ªsimos, el molinete a izquierdas, el afarolado, la trincherilla, el pase de pecho otra vez.
La antolog¨ªa del toreo desgranaba Emilio Mu?oz, que mud¨® a los derechazos y los instrument¨® con relajada apostura y suave cadencia. Uno -ha de confesar- no quer¨ªa verlos. Para qu¨¦ los derechazos. Qui¨¦n ser¨ªa el que los invent¨®; qui¨¦n el imp¨²dico que los convirti¨® en toreo exclusivo, relegando arteramente la categor¨ªa del toreo fundamental, que es por naturales.
El propio p¨²blico intu¨ªa aquello. Y baj¨® la intensidad de las ovaciones, que volvieron a encenderse cuando otra vez Emilio Mu?oz se ech¨® la muleta a la izquierda, y se entreg¨® en la suerte, y se pas¨® ce?ido al toro, y seguramente fuera de s¨ª -pues estaba absorbido por el arte- perdi¨® la mesura en los desplantes; como si hubiese enloquecido, como si se hubiera emborrachado de torear...
El resto de la corrida fue lo de siempre. Ganado impresentable, borregos usurpando el papel de toros. Pegapases... El propio Emilio Mu?oz dio un sainete en el primero. Rivera Ord¨®?ez aburri¨® con su vulgaridad y sus derechazos. Jos¨¦ Tomas estremeci¨® la Maestranza en un quite a la ver¨®nica, juntas las zapatillas. Luego, en su primera faena de muleta, las juntaba tambi¨¦n y ya era demasiado juntar. Faena de unipases, ligaz¨®n ninguna, y ¨¦se no es el estilo de Jos¨¦ Tom¨¢s. Le enviaron un aviso, de poco dos. Con el sexto volvi¨® el Jos¨¦ Tom¨¢s que todos conocemos y queremos. El Jos¨¦ Tom¨¢s que se trae a los toros toreados, que les carga la suerte. Y hubo pases, principalmente derechazos, de enorme quietud y aterciopelada parsimonia. Pero tambi¨¦n los hubo destemplados, menudearon enganchones, sufri¨® un desarme... Mat¨® pronto y le dieron una oreja que, en realidad, fue una de tantas: no har¨¢ historia.
Rivera y Tom¨¢s se tomaban su tiempo; agotaron el que alcanza al aviso. Y ¨¦sta es mala se?al. Las faenas largas alguna carencia traen. Suele ser la de la hondura, la de la verdad del toreo. La faena de Emilio Mu?oz dur¨®, en cambio, cuatro minutos. No hac¨ªa falta m¨¢s: cuatro minutos de toreo puro con un toro de excepcional bravura son suficientes para alcanzar la gloria.
Babelia
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