Pristina recupera lentamente una vaga apariencia de vida
Los alimentos escasean en la capital de Kosovo, pero no el miedo y la cautela entre los serbios y albanokosovares que conviven, manteniendo las distancias, en la ciudad
Los serbios y algunos albanokosovares est¨¢n volviendo poco a poco a Pristina, la capital de Kosovo. Durante el d¨ªa, en las calles soleadas hay unos cuantos peatones, gente que hace la compra, en lo que puede pasar por una mala imitaci¨®n de la vida normal, siempre que uno no se fije demasiado en los barrios albaneses -vac¨ªos y saqueados-, los da?os causados por las bombas y la ausencia pr¨¢cticamente total de ni?os en la ciudad.Unos cuantos caf¨¦s han vuelto a abrir de ocho de la ma?ana a dos de la tarde, y se sirve caf¨¦ -caro- cuando hay electricidad para hacerlo. Sobre todo, tambi¨¦n hay agua corriente, y el centro de la ciudad ha sufrido pocos bombardeos desde hace un mes.
Hay colas para el pan y para la escasa cantidad de carne o leche que puede conseguirse algunas veces; casi no queda aceite para cocinar, ni az¨²car, y no parece que haya gasolina para su venta a particulares.
A medida que la OTAN incrementa su campa?a a¨¦rea, el sonido de los aviones de guerra y el ruido sordo de sus bombas resuenan d¨ªa y noche, aunque sea de forma intermitente, y desde la ca¨ªda de la tarde, durante las largas horas de oscuridad, se oye a veces el ruido de disparos.
Con todo, dos cosas que no escasean son el miedo y la cautela. Algunas familias de etnia albanesa han permanecido en sus apartamentos, sin querer salir desde hace casi seis semanas, y son los ancianos o algunos vecinos serbios amistosos los que les hacen la compra o les fabrican placas con nombres serbios para sus puertas.
Hay albanokosovares, sobre todo los mayores, que se mueven libremente por la ciudad, pero se estremecen cuando aparece un soldado o un polic¨ªa yugoslavo, o incluso cada vez que se les acerca un extra?o.
Otros albaneses est¨¢n a¨²n y¨¦ndose. En una parada de autob¨²s del centro, un peque?o grupo de albaneses espera y observa con precauci¨®n a los desconocidos que se acercan a hablar con ellos. Parecen retroceder, pero, al o¨ªr que es un periodista norteamericano, una mujer de mediana edad, vestida con un jersei violeta, cuenta que ha decidido irse de Pristina para intentar llegar a Macedonia.
Cuando se le pregunta qu¨¦ la empuja a huir, mira a su alrededor, para ver si escucha alguien. "Ya sabe todo lo que pasa", murmura. "?Qu¨¦ le voy a contar? Ha sido terrible". Todos sus familiares se han ido ya, explica, y ahora va a intentar encontrarlos en Macedonia. "Pero no tengo ni idea de d¨®nde est¨¢n", dice. Los otros intentan hacerla callar.
?Estar¨ªan dispuestos a volver a Kosovo, ella y los dem¨¢s albanokosovares? "S¨ª, si cambian las cosas", afirma. "Pero no en esta situaci¨®n. Ahora hay demasiada gente escuchando", a?ade, y se da la vuelta.
En una fila de albaneses que esperan para comprar el pan, delante de una antigua tienda de alimentaci¨®n con los escaparates rotos pero las verjas met¨¢licas intactas, varios ancianos acceden a hablar en voz baja. Llevan media hora esperando para el pan. No hay cupones de racionamiento, dicen. "No necesitas cupones, s¨®lo dinero", explica un hombre con amargura. Todas sus familias se han ido. "S¨®lo se quedan los viejos", declara otro. Cuando se le pregunta si la vida se va normalizando, dice a toda velocidad, mientras mira tambi¨¦n alrededor: "Vaya a Podujevo, Pec y Prizren, y f¨ªjese en su aspecto. Esto es diferente".
Es posible que las purgas de albanokosovares contin¨²en en otros lugares de Kosovo, pero aqu¨ª, por ahora, parece que lo peor ha pasado, seg¨²n varios serbios y albaneses entrevistados. En las dos primeras semanas despu¨¦s del 24 de marzo, fecha del inicio de los bombardeos, grupos de serbios radicales armados, paramilitares cubiertos con m¨¢scaras y por lo menos unos cuantos polic¨ªas se dedicaron a recorrer la ciudad quemando y saqueando las pertenencias de los albaneses y orden¨¢ndoles que se fueran.
Tambi¨¦n proliferaron los ladrones que, a veces, corr¨ªan escaleras arriba durante los bombardeos a robar en pisos cuyos ocupantes se hab¨ªan refugiado en el s¨®tano.
Al preguntar a un alto funcionario yugoslavo si los patriotas serbios sentir¨¢n alguna verg¨¹enza en el futuro por lo que se hizo en su nombre en Kosovo, contesta: "Mucha".Sin embargo, las cosas fueron peores en Pec y Podujevo que en Pristina, asegura. "Fue una cat¨¢strofe. Podujevo se vaci¨® aproximadamente en tres horas. Hab¨ªa muchas personas crueles, enfurecidas, enloquecidas, que perdieron el dominio de s¨ª mismas". Y en las aldeas albanesas donde m¨¢s fuerza ten¨ªa el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de Kosovo, contin¨²a, est¨¢ seguro de que ocurrieron cosas terribles.
"No creo que hubiera matanzas masivas y fosas comunes", declara. "Pero no tengo dudas de que se mat¨® a la gente a tiros". Suspira, y contin¨²a: "Hay momentos en los que se rompe algo en el cerebro de las personas, y nadie vuelve a ser como era antes".
En Pristina, la gente cree que la primera oleada de desplazados se fue obedeciendo ¨®rdenes o bajo amenazas. Ocurri¨® poco despu¨¦s de que se iniciaran los bombardeos, tras la expulsi¨®n de la ciudad de los observadores de la Organizaci¨®n para la Seguridad y la Cooperaci¨®n en Europa y de los periodistas extranjeros.
La segunda oleada se produjo por los bombardeos que cayeron sobre el centro de la ciudad en la noche del 6 al 7 de abril; todo el que ten¨ªa un coche se fue en ¨¦l y lleg¨® a haber hasta 5.000 personas simult¨¢neamente en las estaciones de tren y autob¨²s.
La tercera oleada huy¨® en medio de un p¨¢nico general, porque parec¨ªa que todo el mundo se iba.
Es pr¨¢cticamente imposible dar cifras acertadas sobre el ¨¦xodo, puesto que no exist¨ªa ning¨²n c¨¢lculo exacto de cu¨¢ntos albaneses viv¨ªan en Pristina. No obstante, seg¨²n contaba un alban¨¦s el pasado martes, los ¨²nicos que se quedaron "fueron los viejos, los enfermos y los que ten¨ªan tanto miedo que no se atrev¨ªan ni a abrir la puerta de su casa".
Tambi¨¦n se fueron miles de serbios, y los que se quedaron enviaron a sus mujeres y ni?os hacia el norte, fuera de Kosovo.
En Pristina, capital de la provincia, siempre han vivido muchos serbios. La situaci¨®n est¨¢ m¨¢s tranquila ahora, seg¨²n dicen residentes de distintos grupos ¨¦tnicos. Las autoridades, que est¨¢n intentando anunciar el regreso de la sensatez -que no la normalidad-, afirman que se ha detenido a 350 civiles, polic¨ªas y soldados serbios por delitos cometidos contra la poblaci¨®n civil, tales como saqueos e incendios provocados. Y aseguran que el Ej¨¦rcito y la polic¨ªa han eliminado a la mayor¨ªa de los paramilitares, en su mayor parte serbios radicales que estaban aplicando el oficio aprendido en Bosnia.
Sin embargo, serbios y albaneses mantienen las distancias entre s¨ª. En una carnicer¨ªa, el due?o levanta la reja de metal de la puerta para dejar pasar a una sola persona cada vez. Aunque atiende a personas de etnia albanesa, da la impresi¨®n de que cualquier serbio puede saltarse la cola.
A pesar de que las afueras de Pristina han recibido ataques repetidos y muy da?inos de la OTAN, sobre todo barracones y almacenes militares, dep¨®sitos de gasolina y combustible y los aeropuertos civil y militar, los destrozos en la ciudad propiamente dicha est¨¢n concentrados, pero son limitados.
El edificio de oficinas del Gobierno en el centro de la ciudad est¨¢ destruido, as¨ª como la oficina de correos y la central telef¨®nica, con la consiguiente anulaci¨®n de la mayor¨ªa de los tel¨¦fonos y la red de tel¨¦fonos celulares y, por tanto, un mayor aislamiento de Pristina.
Un hombre de etnia albanesa que camina por detr¨¢s de la central de tel¨¦fonos accede a hablar. Shefki Islami, de 60 a?os, se ha quedado en Pristina. "Nadie ha venido a casa para echarme", asegura, para luego detenerse y a?adir: "Pero si vienen es mejor marcharse".
Cuando se le pregunta por la situaci¨®n actual en la ciudad, responde: "Para ser sinceros, est¨¢ un poco mejor. Est¨¢ m¨¢s tranquila desde hace unos d¨ªas. Antes hab¨ªa un ambiente muy tenso". Cuando ve a un serbio que est¨¢ cerca, declara: "Ya basta", y se aleja.
Un anciano sin afeitar, pero elegante, sale de un callej¨®n detr¨¢s de un coche quemado y acepta hablar a trav¨¦s de un int¨¦rprete serbio. Ali Reja, de 77 a?os, es jubilado y hace mucho que se retir¨® de su trabajo en la editorial estatal Rilindija. Dice que su mujer, Iqbala, est¨¢ enferma, y que tiene que ir a intentar encontrar algo de leche para ella, pero est¨¢ satisfecho de poder mostrar a un extra?o las consecuencias de una explosi¨®n.
Se?ala los parachoques de autom¨®viles que siguen suspendidos en los ¨¢rboles, las gruesas cuerdas de cable de cobre enmara?ado que cuelgan sobre un muro de ladrillo, una rueda de cromo y un neum¨¢tico fundido que se han incrustado en un tejado y un motor que ha aterrizado sobre un coche despu¨¦s de volar una distancia de 27 metros.
Reja se considera un "alban¨¦s leal", que luch¨® por Yugoslavia y prosper¨® en ella. Acompa?a al periodista a su garaje y empieza a hablar con un poco m¨¢s de libertad. "Lo que han hecho aqu¨ª los serbios va a transformar las cosas para siempre", dice. "Pero un d¨ªa la guerra acabar¨¢ y la cuesti¨®n albanesa se resolver¨¢. Despu¨¦s de todo, incluso franceses y alemanes son capaces de llevarse bien en la actualidad. No somos ninguna excepci¨®n. No podemos permitirnos no vivir juntos".
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