Enfado entre los aficionados de Las Ventas por el aparcamiento reservado
La t¨¢ctica siempre es la misma: primero se muestra la autorizaci¨®n a trav¨¦s de la luna del coche; luego se sonr¨ªe al polic¨ªa y, con la cabeza erguida, se acelera lentamente hasta embocar el morro en el aparcamiento de 150 plazas reservado en la plaza de Las Ventas para las autoridades y personalidades. El ¨²nico problema es que los 20.000 ciudadanos que carecen de ese permiso y que asistieron ayer a la corrida s¨®lo ten¨ªan 100 plazas para todos. Y se enfadaron.
Junto a la plaza de Las Ventas existe un aparcamiento, situado en suelo p¨²blico, de unas 250 plazas. Estacionar en ¨¦l no cuesta ni un duro, s¨®lo sudores, ya que 150 de estas plazas est¨¢n reservadas para diversas autoridades: desde diputados, concejales, alcaldes y afiliados al PP hasta abogados (como el de Ruiz Mateos), empresarios (el presidente de Renfe o representantes de FCC), escultores, agentes de aduana o arquitectos (v¨¦ase EL PA?S de ayer). El resto de aficionados debe pelearse por las 100 plazas restantes.Ocho agentes
Cuatro o cinco horas antes de que la corrida empiece, los que carecen de autorizaci¨®n oficial comienzan a ocupar los sitios donde no hace falta el permiso municipal, facilitado por el concejal del distrito de Salamanca, del PP. En pocos minutos la zona p¨²blica se colapsa, mientras que el espacio acotado sigue en su mayor parte vac¨ªo. Ocho agentes municipales controlan el acceso principal al estacionamiento, para que nadie sin autorizaci¨®n ose adentrarse en las ¨¢reas reservadas.
Luego, con el paso de las horas, y conforme se acerca el inicio de la fiesta, la zona acotada para las autoridades se va llenando. Pero incluso en esta parte del aparcamiento hay problemas. Como los autorizados son 500, y las plazas s¨®lo 150, tampoco conviene retrasarse. Y all¨ª empieza lo peor para los agentes municipales, porque, cuando la parte reservada se llena, aparecen frases como "usted no sabe qui¨¦n soy yo" o "?ya me dir¨¢ donde aparco el Mercedes!".
De todas formas, hay quien intenta entrar su veh¨ªculo aunque el aparcamiento noble est¨¦ colapsado y los polic¨ªas le digan que ya no cabe un coche m¨¢s. Si la autorizaci¨®n oficial no resulta suficiente para penetrar, empiezan a hacerse visibles a trav¨¦s de las lunas toda clase de identificaciones: placas de polic¨ªa, acreditaciones de las m¨¢s altas instancias del Estado o carn¨¦s de prensa.
Pero los polic¨ªas no ceden nunca: si no hay sitio, no pasa nadie. No obstante, no todos los rechazados se dan por vencidos con la negativa. Hay quien insiste e insiste, mostrando una y otra vez la autorizaci¨®n oficial. "Pero mire qui¨¦n soy", se?alaba un septuagenario al volante de un reluciente Mercedes. "Lo siento. No hay sitio", le replic¨® el agente. El anciano, enfadado, tir¨® entonces la cartulina contra el salpicadero. La tarjeta rebot¨® y cay¨® sobre las largas piernas de su acompa?ante: una mujer casi 40 a?os menor que ¨¦l. Luego arranc¨® maldiciendo su suerte. Minutos despu¨¦s lleg¨® una famosa de televisi¨®n, pero de la que ninguno de los agentes recordaba ayer su nombre. "El ch¨®fer me va a dejar en la puerta", le dijo a un agente. Pero no col¨®. El municipal le respondi¨® que nones.
Tambi¨¦n hubo quien se encar¨® con los agentes argumentando que conduc¨ªa un Rolls-Royce. Pero la marca del veh¨ªculo tampoco resultaba salvoconducto suficiente para entrar en un aparcamiento reservado que ya no admit¨ªa ni un solo coche m¨¢s. A escasos metros, y en mitad de la calle, se agolpaban los coches de los ciudadanos sin autorizaci¨®n para entrar en la zona de privilegio. La polic¨ªa hac¨ªa la vista gorda y les dejaba estacionar en la mediana. La orden del concejal es que las gr¨²as empiecen a actuar 45 minutos despu¨¦s de terminada la fiesta.
"Tampoco lo entiendo mucho", se?al¨® un agente, "porque cuando voy al cine, que tambi¨¦n es un espect¨¢culo, no me dejan aparcar en mitad de la Gran V¨ªa. Aunque la pel¨ªcula sea buena".
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