El rey de Bulgaria
El ex jugador del Bar?a se retira de su selecci¨®n tras el partido del mi¨¦rcoles contra Inglaterra
, Hristo Stoichkov ha sido toda su vida un jugador tan di¨¢fano que basta con mirar una fotograf¨ªa que ilustra su ¨²ltimo partido con la selecci¨®n de Bulgaria para saber de sus andanzas futbol¨ªsticas. Es una postal: el brazo derecho le tapa el n¨²mero, pero seguro que viste la zamarra del 8, la que siempre se ha puesto en todos los equipos y en cualquier partido; en calidad de capit¨¢n, por rango y por edad (33 a?os), lleva un brazalete con franjas amarillas y rojas, los colores de Catalu?a, seguramente porque a¨²n suelta sus tacos en catal¨¢n y presume de haber zarandeado al presidente Jordi Pujol en el balc¨®n de la Generalitat tras proclamarle rey del pa¨ªs; con la mano derecha acaricia a Johan Cruyff en un gesto a caballo entre el agradecimiento y tambi¨¦n las ganas de retorcerle el pescuezo por lo mucho que le ha hecho sufrir: "Ha sido el ¨²nico entrenador que me ha ense?ado algo"; como guardaespaldas suyo que fue mientras estuvo al cargo de la selecci¨®n, surge el cuerpo de bonach¨®n de Dimitar Penev; y, como signo inequ¨ªvoco de felicidad, Stoichkov exhibe esa sonrisa brillante que dulcifica su esp¨ªritu de demonio, de futbolista justiciero, capaz de pisar a un ¨¢rbitro (Ur¨ªzar Azpitarte), de mandar al carajo a cualquier junta o presidente (el del Bar?a), de arrearle al central m¨¢s fiero del campeonato (L¨®pez), de convertirse en hincha siendo futbolista. Hitzo, como le llamaban de joven en su pa¨ªs, se despidi¨® el pasado mi¨¦rcoles de la selecci¨®n b¨²lgara con los honores del h¨¦roe que siempre quiso ser. Acompa?ado de Cruyff y Penev, en su estadio del CSKA de Sof¨ªa; con el calor de su gente; frente a un equipo hist¨®rico como es la selecci¨®n de Inglaterra dirigida ahora por Kevin Keagan; y con una actuaci¨®n determinante: asisti¨® a Markov en el gol del empate -el partido acab¨® 1-1-, consol¨® a Martin Petrov cuando el holand¨¦s Van der Ende le expuls¨® al cuarto de hora de su debut; y se despidi¨® a falta de 16 minutos para el final de la contienda (era su partido 87), con el porte de quien se va porque le da la gana. Ni ahora que ha cumplido los 33 a?os tiene Stoichkov pinta de jubilado. Dice que le han propuesto asesorar a la federaci¨®n b¨²lgara y que no ha descartado a¨²n continuar en el japon¨¦s Kashiva, donde viene jugando ¨²ltimamente. Pero, imprevisible como es, igual le da por volver a competir en un torneo de ¨¦sos que se montan en Arabia y en los que regalan relojes de oro de premio como el que luce desde abril del a?o pasado. Puede ser tambi¨¦n que regrese a Barcelona. Josep Maria Minguella, su padre deportivo, dir¨¢ ad¨®nde ir hasta que se d¨¦ por vencido y cuelgue las botas. Stoichkov, al fin y al cabo, sigue viajando con la pelota a cuestas, pese a que ya lo ha hecho todo en el mundo del f¨²tbol. Ha ganado la Liga cuatro veces con el Bar?a, la Copa de Europa, la Copa, las Supercopas espa?ola y europea y la Recopa, y ha marcado 83 goles en 175 partidos ligueros. Es cierto que perdi¨® la Intercontinental en 1992, pero meti¨® el gol del honor (1-2) y se enfad¨® porque le otorgaron el premio de mejor jugador al brasile?o Rai. Comparti¨® con Hugo S¨¢nchez la Bota de Oro en 1990 (38 goles) y se declar¨® enemigo de Francia hasta que France Football le concedi¨® el Bal¨®n de Oro en 1994 tras superar a Roberto Baggio por 74 votos. Compiti¨® tambi¨¦n en el calcio, pero sus siete goles en un a?o expresan la tristeza con la que vivi¨® en Parma, desde donde manten¨ªa contacto telef¨®nico con la esposa de N¨²?ez despu¨¦s de ser despedido de mala manera del Camp Nou. Regres¨® a Barcelona justo a tiempo para protagonizar con Pizzi aquella famosa remontada copera contra el Atl¨¦tico de Madrid (5-4), en la temporada de Ronaldo, y tambi¨¦n para amenizar los primeros entrenamientos de Louis Van Gaal como aquella ma?ana en que se puso unas gafas, s¨ªmbolo de rebeld¨ªa, de desplante, de divertimento, frente a la clarividencia que mostraba el t¨¦cnico holand¨¦s. Ha sido siempre un jugador de ida y vuelta. Igual le ocurri¨® con la selecci¨®n. Acabada la Eurocopa, en 1996, le dio por renunciar al equipo nacional, mand¨® a paseo a todos los directivos de la federaci¨®n, y luego regres¨® como el hijo pr¨®digo, el mismo que llev¨® a Bulgaria a las semifinales del Mundial de EEUU94, y a disputarle el Pichichi al ruso Oleg Salenko. Stoichkov recibe trato de rey en Bulgaria, pues incluso tiene habitaci¨®n reservada en la residencia del jefe de Gobierno, pero el cuerpo le pide guerra todav¨ªa, y anda a¨²n a la gre?a con quien guste discutirle incluso el sitio para ir a cenar. Le amamantaron con vinagre y, con la camiseta puesta, afront¨® cada partido como una batalla, a cada rival como un enemigo y a cada ¨¢rbitro como un intruso. Fiel expresi¨®n del f¨²tbol b¨²lgaro, un juego talentoso, instintivo, an¨¢rquico,reflejo de un estado de ¨¢nimo, Stoichkov respondi¨® siempre a las exigencias de Cruyff: "En una plantilla llena de demasiada buena gente, necesito a un tipo con la mala leche de Hugo S¨¢nchez". Y, desde entonces, la leyenda de Stoichkov se agrand¨® con el discurrir de los partidos. "Yo soy de los que si no ganan, no juegan", proclama hoy cuando se le pregunta por su futuro.
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