M¨¢scaras RAFAEL ARGULLOLL
Aunque es relativamente f¨¢cil comprender por qu¨¦ muchas obras, tras un considerable ¨¦xito inicial, se deslizan en la pendiente del olvido, no lo es tanto calibrar los factores que contribuyen a la s¨²bita influencia de libros nada c¨¦lebres en el momento de su aparici¨®n o que, habiendo sido efectivamente apreciados durante un tiempo, estaban m¨¢s o menos perdidos en los manuales de historia de la literatura. ?ste es el privilegiado caso de El coraz¨®n de las tinieblas, el relato escrito por Joseph Conrad ahora hace 100 a?os -aunque empezado en 1898-, libro actualmente de referencia pese a no haber sido determinante al principio para la consolidaci¨®n literaria del autor. Es cierto que la libre adaptaci¨®n del texto realizada por el director de cine Francis Coppola en su Apocalypse now contribuy¨® decisivamente a la recuperaci¨®n de la obra de Conrad. El espectacular paralelismo entre la visi¨®n del colonialismo decimon¨®nico de ¨¦ste y la puesta en escena casi oper¨ªstica de la guerra del Vietnam traslad¨® la atenci¨®n desde una pel¨ªcula multitudinaria hacia un libro de culto para no demasiados lectores. Coppola tuvo el acierto, adem¨¢s, de trasladar a la pantalla una parte de la tensi¨®n espiritual contenida en la narraci¨®n. Pero el impacto persistente de El coraz¨®n de las tinieblas, dos d¨¦cadas despu¨¦s del estreno de la pel¨ªcula, nos insin¨²a la posibilidad de un hilo sutil en nuestra ¨¦poca y sus interrogantes al misterioso viaje propuesto por Conrad partiendo en gran medida, al parecer, de su propia experiencia. El que un momento hist¨®rico convoque a ciertos interlocutores culturales depende tanto del poder de ¨¦stos como del de la necesidad de aqu¨¦l. Algo, o mucho, por tanto, del extra?o duelo entre Marlow y Kurtz pervive entre nosotros. Quiz¨¢ la angustia del origen, a la que se refer¨ªa Kierkegaard, quiz¨¢ el miedo de entregarnos a la libertad absoluta de los sentidos. La genialidad decisiva de Conrad consisti¨® en trasladar el embudo infernal esbozado por Dante en la Divina Comedia al Congo colonizado -aunque asimismo a la Europa colonizadora- de finales del siglo XIX. Marlow, un agente comercial con el que expl¨ªcitamente se identifica al autor, realiza su particular viaje al infierno atravesando sucesivos c¨ªrculos que le alejan de lo que, hasta entonces, ha cre¨ªdo su mundo. Las Islas Canarias empiezan a alejarlo de su identidad europea mientras la llegada a Dakar le promete inquietantes rupturas. Sin embargo, es remontando el r¨ªo Congo -un ascenso que es un descenso- cuando se materializa el aut¨¦ntico viaje inici¨¢tico de Marlow, primero abandonando la ¨²ltima seguridad representada por la Estaci¨®n Central que la compa?¨ªa colonizadora ha instalado en la desembocadura y, despu¨¦s, dirigi¨¦ndose, embarcado en un peque?o vapor, hacia la Estaci¨®n Interior. All¨ª le espera uno de los personajes m¨¢s enigm¨¢ticos de la literatura moderna: Kurtz. Sin la compa?¨ªa de un Virgilio, Marlow se sume en una desconcertante alternancia de confusiones y nuevos conocimientos que Conrad registra magistralmente mediante la exuberancia sensorial que atrapa al protagonista. Frente a la Europa de sensualidad amortiguada, de colores p¨¢lidos y olores neutros, la selva envuelve a Marlow con un manto cada vez m¨¢s denso y cerrado de sensaciones desbordadas. Los perfumes intensos de los ¨¢rboles, el olor a humedad y putrefacci¨®n, el silencio agobiante s¨®lo interrumpido por los sonidos reiterados de los instrumentos de percusi¨®n, lo introducen en un escenario secreto y desconocido en el que no s¨®lo se disuelven sus referencias f¨ªsicas sino que queda profundamente alterada su personalidad. La selva es lo opuesto a la civilizaci¨®n; pero est¨¢ asimismo antes y m¨¢s all¨¢ de ella. En la tiniebla habita lo primitivo, lo instintivo, lo divino. Quien se ha apoderado de todas estas m¨¢scaras es Kurtz, el agente comercial que se ha insubordinado contra la autoridad de la compa?¨ªa colonizadora (el coronel rebelde en la pel¨ªcula de Coppola). Kurz ha impuesto su ley en el coraz¨®n de la selva, aunque esta ley sea en realidad la disoluci¨®n de todas las leyes. Como si simult¨¢neamente se hubiera encarnado en lo bestial y en lo divino, este hombre oscuro, todopoderoso pero encerrado en la fortaleza del horror, causa de una atracci¨®n irresistible en Marlow, es la atracci¨®n del hombre-instinto y del hombre-dios. Kurtz se halla enteramente al margen de los hombres y es esta marginalidad absoluta la que origina recelo, curiosidad y, finalmente, obsesi¨®n en el protagonista. Marlow, que no ha cruzado la frontera de lo humano, necesita tanto la muerte de Kurtz como escuchar su voz, una voz creadora y tenebrosa al un¨ªsono y, solamente tras enfrentarse a ¨¦l y escuchar sus palabras -?el horror, el horror!-, estar¨¢ en condiciones de emprender el camino de regreso. Si ustedes visitan la exposici¨®n Tesoros del museo Tervuren. Obras maestras de ?frica Central, en la Pedrera, podr¨¢n contemplar una magn¨ªfica colecci¨®n de estatuas y m¨¢scaras que permanecen soberanamente indiferentes a historias como ¨¦sta. En efecto, nada tienen que ver con ellas. Y, no obstante, viendo el origen de las piezas y las fechas de la colecci¨®n, examinando el enigma de las miradas, se hace dif¨ªcil no pensar en Kurtz y en Marlow, y en lo que de ellos hay en nosotros.
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