Una estocada en la suerte de recibir
Hubo una estocada recibiendo, que es -saben quienes hayan le¨ªdo el Coss¨ªo- paradigma de la pureza en la ejecuci¨®n de la suerte suprema. Recibiendo se mataban siempre los toros desde los or¨ªgenes de la fiesta, hasta que los toreros cayeron en la cuenta de que era menos arriesgado matarlos al volapi¨¦; un recurso alternativo inventado para estoquear a los toros aplomados.Matar recibiendo es tan raro que cuando lo intenta un diestro causa general sorpresa. Pero m¨¢s sorprendente resulta si lo ejecuta uno cuyas trazas estoqueadoras est¨¢n m¨¢s pr¨®ximas a las caracter¨ªsticas de los pinchauvas que a las de los ases de espadas.
Los tres del cartel -El Cordob¨¦s, Vicente Barrera y Morante de la Puebla- se encontraban en parecido caso, pero nadie habr¨ªa podido imaginar que, de los tres, iba a ser Morante de la Puebla, precisamente, quien iba a tener el arranque genial de matar un toro en la suerte de recibir. Y lo mat¨®. Se da fe de la proeza. Mont¨® los instrumentos toricidas, adelant¨® el enga?o a las pezu?as del condenado a morir, tir¨® de ¨¦l, se lo trajo humillado y le hundi¨® el acero -algo atravesadillo quiz¨¢- por el hoyo de las agujas.
Jandilla / Cordob¨¦s, Barrera, Morante
Toros de Jandilla, bien presentados; 1?, 4? y 6? inv¨¢lidos absolutos; 2? -que derrib¨®- y 5?, pastue?os; 3? de encastada nobleza.El Cordob¨¦s: dos pinchazos y estocada perdiendo la muleta (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio). Vicente Barrera: pinchazo, otro hondo ca¨ªdo -aviso-y descabello (silencio); pinchazo, estocada tendida trasera, rueda de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio). Morante de la Puebla: estocada recibiendo y rueda de peones (oreja); cuatro pinchazos -aviso- y descabello (silencio). Plaza de Vista Alegre, 16 de agosto. 3? corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Y se gan¨® la oreja. No s¨®lo la oreja sino una ovaci¨®n de clamor por parte del p¨²blico puesto en pie. La mayor¨ªa de los espectadores no hab¨ªan visto nunca nada igual; los aficionados se restregaban los ojos por si en un momento dado aquello lo hab¨ªan so?ado. Muchos empezaron a creer en Dios...
La actuaci¨®n de Morante de la Puebla, si bien se mira, fue un aut¨¦ntico contrasentido, surrealismo puro. Torero de sabor y aromas que es, poseedor de un variado repertorio, se puso a pegar derechazos y no paraba; como si le hubieran dado cuerda. No s¨®lo los pegaba sino que los trotaba. Al modo de las figuras trotapases que tienen secuestrado (y quiz¨¢ aniquilado) el arte de torear, daba un derechazo con cuidada composici¨®n de la figura y apretaba a correr. Llevaba cerca de siete minutos zascandileando con los derechazos dichosos cuando, quiz¨¢ por compromiso y para que no dijeran, dio unos naturales de mediocre factura. Y vino entonces lo inesperado: despacioso, tranquilo, un pase por bajo aqu¨ª, otro de tir¨®n all¨¢, se llev¨® el toro a los medios, mont¨® los instrumentos toricidas, adelant¨® el enga?o... En fin: la vida; que es -ya lo dijo el poeta- un arcano.
Toros de excepcional nobleza hubo otros en la tarde y le correspondieron a Vicente Barrera. Pastue?os ambos, el diestro les hizo unas faenas aseaditas, empe?ado en mantener la verticalidad que define su conocido estilo, y estar¨ªa bien si no fuese porque de tal guisa, citando fuera cacho con la muleta retrasada y a un lado, no hay manera de imprimir hondura ni provocar emoci¨®n. Ni siquiera est¨¦tica. Toros tan buenos merec¨ªan un toreo de mayores recursos, variado y vibrante; no aquellas sesiones fr¨ªas y repetitivas, que acabaron con las inevitables manoletinas.
Toros inv¨¢lidos, de una invalidez penosa y absoluta, le correspondieron a El Cordob¨¦s y se puso a pegar pases sin sentido. Ambos toros -especialmente el cuarto- imposibilitados de andar con normalidad, acud¨ªan al enga?o dando saltitos. Parec¨ªan perdices. Tras aburrir un rato al personal, El Cordob¨¦s procedi¨® a matar, bastante mal, por cierto.
Otro inv¨¢lido hizo sexto y a ese tambi¨¦n le peg¨® pases Morante de la Puebla con una tenacidad digna de mejor causa. Uno sospecha que a este torero de arte se le est¨¢n pegando los adocenados manes de las figuras. Entre otros, emprenderla a derechazos a despecho de las protestas, por si alguien pica, pide la oreja y el presidente termina regal¨¢ndosela. Ahora bien, si ese era su prop¨®sito le sali¨® al rev¨¦s: en vez de oreja tuvo un aviso; en lugar de clamorosa ovaci¨®n, silencio. A Morante ni se le ocurri¨® ejecutar de nuevo la suerte recibir; antes al contrario emple¨® para matar las formas propias de los pinchauvas. Y listo.
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