Los novillos de agosto
Gabriel Garc¨ªa S¨¢nchez prepara en 'Las Infantas', en Aranjuez, los toros para las ferias de verano
Sale el toro, ciego, del cami¨®n. Se revuelve entre las estrechas paredes de ladrillo. Detr¨¢s de ¨¦l se cierra con un chasquido la puerta de hierro. "Que no se mueva nadie, ?eh? Que nadie lo distraiga". El utrero negro gira y escapa, por la ¨²nica puerta que permanece abierta, hasta un amplio corral. "Muy bien. Venga, otro". Gabriel Garc¨ªa S¨¢nchez, due?o de Las Infantas, en Aranjuez, con un largo palo, dirige desde lo alto el desembarque de los toros (?se dir¨¢ as¨ª?).Gabriel Garc¨ªa S¨¢nchez -Ga-briel Garc¨ªa de las Infantas- lleva su gorra de pata de gallo con la misma elegancia que un caballero ingl¨¦s -"las mejores gorras, las cosas como son, las inglesas"-. Habla con aire socarr¨®n, despacio, sin perder la luz de la sonrisa que le corre por los labios.
Sus toros se han lidiado -y se lidian en este verano- pr¨¢cticamente en toda Espa?a. "Me faltan ocho o diez plazas. Creo que pocas m¨¢s". Es en verano cuando los toros adquieren el color y el calor de la fiebre. En medio pa¨ªs, en agosto, los pueblos celebran la Virgen. En la otra mitad, San Roque. ?Y qu¨¦ es una fiesta si no hay toros? As¨ª que don Gabriel, nacido en Macotera (Salamanca) en 1926, se ocupa de que no falten toros. "Tengo ya 73 a?os como un obispo". -Pues est¨¢ usted estupendo.
-Vaya...
Del clero se habla, de sotanas y de toros. Jos¨¦ Miguel L¨®pez y Luis Herrero, amigos de don Gabriel que comparten la tarde, cuentan de don Antero L¨®pez, de Colmenar Viejo. Y del cura de la Morena y de don Ces¨¢reo, cura de Valverde. Nunca est¨¢ de m¨¢s en un oficio como ¨¦ste tener cerca el auxilio divino. Por eso, hablan de la plaza de Chinch¨®n, "la ¨²nica del mundo con asesor espiritual", porque cuenta, claro, con la presencia del sacerdote don Mois¨¦s, muy aficionado -"y muy entendido"- en toros.
-?As¨ª que usted escribe para el mismo peri¨®dico que Joaqu¨ªn Vidal?
-Pues, s¨ª.
-?se s¨ª que es un buen aficionado. Y mira que escribe bien.
-Como los ¨¢ngeles; s¨ª, se?or.
-En cambio, a usted no le hemos le¨ªdo nada sobre esto.
-No, si es que yo de toros...
Jos¨¦ Miguel y Luis -amigos de don Gabriel, como ha quedado dicho- no acaban de fiarse de lo que escriba alguien que reconoce no entender nada. ?C¨®mo es posible? A Arturo Herrero, nueve a?os, gorrilla campera bien calada, le da lo mismo. A ¨¦l le gustan los toros y los caballos y ver c¨®mo uno de los mozos afila la punta de un asta para hacer un llavero.
El abuelo de don Gabriel era ganadero. Su padre tambi¨¦n. La guerra le quit¨® las cabezas que entonces ten¨ªan. Al abuelo no le gustaban los toros bravos. Y para justificar ese rechazo dec¨ªa: "?Cu¨¢ntas queridas tienen los ganaderos de reses bravas? Muchas, ?no? ?Y cu¨¢ntas los ganaderos de mansos? Ninguna, ?no? Pues, eso".
-Pero usted es ganadero de bravos...
-Me parece que le estoy contando demasiado.
Y don Gabriel se r¨ªe. Tiene cuatro hijos. Tres chicas y el ¨²nico chico, Antonio, sigue la tradici¨®n familiar. Y a ¨¦l le seguir¨¢ el nieto que le acompa?a a caballo hasta donde est¨¢n los novillos.
-Vente, anda, por si hay que empujarlos.
El nieto, obediente, le sigue con otros caballistas. La garrocha, lista.
-No habr¨¢ peligro, ?verdad?
-Aqu¨ª, en el Land Rover, no creo, aunque a veces ha saltado alguno al coche. Don Gabriel bromea, seguro. Pero, por si acaso, uno mide la distancia, busca alguna posible salida, recuerda el yo, pecador, que siempre es bueno que el Se?or te pille en gracia. Pero don Gabriel bromea, porque, luego, salta del auto, cerca de los toros que le miran mansamente.
Don Gabriel tuvo su primera ganader¨ªa en 1954, ya en Aranjuez, en Las Infantas.
-Ma?ana hace 52 a?os que muri¨® Manolete. A m¨ª me gustaba mucho. Por sus maneras, ?sabe? Nunca he visto torear tan cerca.
?l ha sido -es- amigo de El Viti, de Vitorino -"el ganadero del siglo XX", dice. "Yo soy como ¨¦l, pero m¨¢s en guapo, je, je"-. Habla de sus toros como de criaturas llenas de sentimiento, de querencias: "Mis toros van cambiando. Salen a la arena y como si nada. Luego, en la suerte de varas, se crecen, y en la muleta son extraordinarios". Y confiesa: "A veces he sentido mucho la muerte de alguno de mis novillos; las cosas, como son".
Cae la tarde sobre Las Infantas. Es la hora sin ruido. Pasan p¨¢jaros en bandadas buscando la noche en una alameda cercana.
-Bueno. Y ya que no me lo pregunta, le dir¨¦ que la casta de mi ganader¨ªa es de vacas de don Atanasio, conde de la Corte. ?Estamos?
-Tomo nota; s¨ª, se?or.
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