Gabriel vive a 6.000 kil¨®metros del colegio
Los padres del ni?o almeriense que estudia por Internet son antiautoritarios y naturalistas
A Gabriel le gusta parar balones cuando juega al f¨²tbol, leer a Mortadelo y disfrazarse de rey Arturo para explorar las monta?as que rodean su casa de F¨¦lix, un pueblo almeriense de 582 habitantes con calles encaladas que huelen a jazm¨ªn. A Gabriel le gusta todo eso y jugar con los teletubbies de su hermana Mariana. Pero ahora ya no quiere salir a la calle y se despierta sobresaltado a media noche. Y es que este ni?o de siete a?os, delgadito y algo p¨¢lido, est¨¢ viviendo el peor verano de su vida: en julio perdi¨® a su abuelo, en agosto se someti¨® a una operaci¨®n de peritonitis y ahora se encuentra envuelto en un tremendo l¨ªo educativo que le afecta pero que no comprende.Su madre, Lola, una traductora de ingl¨¦s autodidacta, y su padre, Gabriel, due?o de un peque?o taller de reparaci¨®n de televisores en Roquetas de Mar, han decidido que estudie por Internet en un colegio de Boston (Estados Unidos) que responde a su ideal de ense?anza. La matr¨ªcula del ni?o en Clonlara School, a 6.000 kil¨®metros de distancia de su casa almeriense, ha revolucionado a las autoridades educativas, dispuestas a agotar todas las v¨ªas legales con tal de impedir lo que consideran un disparate pedag¨®gico que perjudicar¨¢ irremediablemente al ni?o.
?l no dice nada. Mira a los adultos con recelo y se esmera en los trabajos manuales. El peque?o Gabriel sabe leer, escribir, manejar el ordenador y pintar al ¨®leo a pesar de no haber pisado nunca una escuela. Su madre dice que ha aprendido a su ritmo, sin esforzarse, cuando ha querido y c¨®mo le ha venido en gana. ?sa es justamente la esencia de la doctrina del maestro norteamericano John Holt, fundador del movimiento Aprender sin escuela, del que Lola y su marido son fervientes defensores. Descubrieron las teor¨ªas de Holt en una feria de biocultura en Madrid y regresaron con las obras completas a su casa de F¨¦lix, un agradable cortijo calentado con energ¨ªa solar, amueblado con sencillez y con espacios libres para los ni?os, que desparraman los juguetes cerca de un peque?o televisor, colocado en un lugar secundario del sal¨®n, que s¨®lo se enciende cuando Gabriel y Mariana echan de menos a Leticia Sabater.
Lola reconoce haber "llorado de emoci¨®n" cuando descubri¨® los libros de John Holt y asegura que se prepar¨® durante un a?o para convertirse en la maestra de sus hijos. Desde entonces Gabriel no ha recibido ni una sola indicaci¨®n de sus padres sobre lo que debe aprender, c¨®mo o cu¨¢ndo hacerlo. La madre se limita a animarle a correr y a hacer gimnasia por la ma?ana. Despu¨¦s el peque?o pasa el resto del d¨ªa como quiere. El ni?o desarrolla su creatividad dibujando, pintando y esculpiendo peque?as piedras. Lola nunca interfiere, ni siquiera impone horarios. "Come y cena cuando lo desea. Ni antes ni despu¨¦s".
El curso pasado le ense?¨® un libro de texto. El ni?o lo rechaz¨®. "Le aburr¨ªa much¨ªsimo", comenta Lola. Si el peque?o Gabriel hubiese mostrado inter¨¦s o manifestado el m¨¢s leve deseo de asistir a la escuela, a?ade la madre, ahora estar¨ªa matriculado en el colegio p¨²blico San Roque, el mismo que acoge a los 41 ni?os del pueblo que el pasado jueves re¨ªan y jugaban en el recreo bajo los pinos.
La ausencia de Gabriel no ha pasado inadvertida para ?ngeles Domenech, la directora, ni este curso que acaba de empezar ni el anterior. Ella fue quien inform¨® al inspector. "Cumpl¨ª con mi obligaci¨®n. Yo respeto todas las ideas, pero creo que no le hacen ning¨²n bien al ni?o. Si uno quiere ser conductor necesita un carn¨¦ de conducir, y eso no lo proporcionan los padres. Con la escuela pasa lo mismo", razona.
El inspector record¨® el a?o pasado a Lola y a Gabriel que en Espa?a la asistencia a la escuela es obligatoria desde los seis hasta los 16 a?os, y s¨®lo se puede cursar en centros p¨²blicos, privados (autorizados por Educaci¨®n) o concertados con el Estado. Sus estudios en Clonlara Scholl, por tanto, carecer¨ªan de validez. Eso preocupa a Lola, pero no hasta el punto de modificar sus creencias. Ella est¨¢ convencida de que su negativa a escolarizar al ni?o le beneficia m¨¢s que perjudicarle, y s¨®lo rectificar¨¢ si el peque?o se lo pide.
Desde la inscripci¨®n de su hijo en el colegio norteamericano, Lola lee cuentos en ingl¨¦s para que se vaya familiarizando con la fon¨¦tica anglosajona. Pero no pretende ense?arle el idioma, ni siquiera el vocabulario m¨¢s elemental. "Si me pregunta el significado de alguna palabra se lo digo. Si no, callo".
Gabriel dispone de una profesora norteamericana que se comunica con la madre v¨ªa Internet. Ella es la mediadora entre el colegio de EE UU y su hijo. Estos contactos no tienen una periodicidad fija; a veces es diaria; otras, semanal. Ambas charlan a trav¨¦s de la pantalla sobre la evoluci¨®n "de las emociones" del peque?o y respetan escrupulosamente "su individualidad". El ni?o no parece obsesionado con el ordenador. "Le gusta m¨¢s acudir con su padre al polideportivo municipal, venirse conmigo a la biblioteca o salir a jugar con los otros ni?os", dice Lola, convertida en portavoz de esta familia con fama de solitaria entre la gente del pueblo. Lola y Gabriel llevan una semana sin apenas dormir ni comer. Viven con gran preocupaci¨®n los efectos de este conflicto sobre el bienestar de sus hijos, y se sienten muy asustados ante la reacci¨®n de la Junta de Andaluc¨ªa. La batalla se presume dura.
El delegado de Educaci¨®n en Almer¨ªa, Francisco Contreras, y el inspector educativo de zona, Antonio Dom¨ªnguez, est¨¢n dispuestos a agotar todas las medidas legales a su alcance para librar al menor de un da?o que ellos consideran evidente. "A un ni?o no se le puede marginar del sistema. Le van a crear graves problemas de convivencia, de personalidad. Y a efectos legales no tendr¨¢ ni el t¨ªtulo de graduado escolar", lamenta Contreras. El inspector, doctor de Psicolog¨ªa Evolutiva y de la Educaci¨®n en la Universidad de Almer¨ªa, comparte el temor del delegado: "La educaci¨®n no es s¨®lo conocimiento. Es, sobre todo, adquisici¨®n de valores. Como la tolerancia, el respeto mutuo o la solidaridad, que se fomentan en la convivencia diaria entre ni?os de edades similares. Ning¨²n pedagogo duda hoy en d¨ªa de que la integraci¨®n es beneficiosa, incluso para los ni?os m¨¢s dif¨ªciles. Si Gabriel es un ni?o normal que tiene que vivir en sociedad, lo l¨®gico es que lo aprenda desde peque?o".
Los representantes locales de la Junta de Andaluc¨ªa creen que los padres de Gabriel obran de buena fe, pero opinan que est¨¢n equivocados. "No consentiremos que arruinen la vida de ese ni?o", aseguran. Y para ello est¨¢n dispuestos a hablar con la familia y, si no da resultado, recurrir a la polic¨ªa local para que Gabriel acabe sentado en el pupitre. En el Ministerio de Educaci¨®n corren versiones contradictorias. Algunos entienden que a unos padres "tan irresponsables" habr¨ªa que privarles de la patria potestad. Otros, como el portavoz, Lorenzo de Grandes, creen que si Gabriel cursa el ¨²ltimo a?o de la ESO con ¨¦xito, nadie tendr¨¢ en cuenta d¨®nde ha aprendido ni c¨®mo lo ha hecho. Los padres siguen dispuestos a enfrentarse con quien sea con tal de evitar la integraci¨®n de su hijo en un sistema educativo que consideran m¨¢s perjudicial que beneficioso. En medio de esta agria pol¨¦mica, el peque?o Gabriel se agarra con fuerza al teletubbie de su hermana y contin¨²a mirando con ojos asombrados el extra?o mundo de los adultos.
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