?Tristes t¨®picos? IMMA MONS?
Las novelas consiguen el prodigio de viajar sin salir de casa y, a diferencia de lo que sucede en un viaje real, que a menudo resulta superficial y apresurado, contribuyen a deshacer los t¨®picos sobre el lugar que poblaban nuestra mente perezosa. As¨ª, desde que le¨ª la novela de Sia Figiel hasta que merend¨¦ ayer con ella en el parque G¨¹ell, se han desintegado mis t¨®picos referentes a la Polinesia, a saber: T¨®pico 1. La Polinesia es un para¨ªso de sensualidad. Como nunca he estado all¨ª, no est¨¢ descartado que todo sea un montaje publicitario para anunciar desodorantes, as¨ª que le pregunto a Sia qu¨¦ siente cuando viaja por el mundo y comprueba la desigualdad est¨¦tica a que estamos sometidos. Qu¨¦ siente, por ejemplo, al pasar por los Monegros. Sia no ha estado en los Monegros, pero, sin ir m¨¢s lejos, mira hacia la hermosa panor¨¢mica de Barcelona con el mar al fondo y dice: "Ni un ¨¢rbol. S¨®lo cemento. Esto te ayuda a valorar a¨²n m¨¢s lo que tienes". Confieso que abrigaba la esperanza de que dijera, bueno, en realidad, lo de la belleza es muy relativo, en todo paisaje podemos descubrir un encanto oculto, etc¨¦tera. Pero no. Aqu¨ª, el t¨®pico se impone. Y es que la belleza de la Polinesia es, al parecer, descomunal, absoluta, es decir, perfectamente ajustada al t¨®pico. El t¨®pico falla cuando entra en juego la condici¨®n humana, pues la imagen se completa con bellos nativos y con nativas amorosas que se llaman Moa o Alofa, que posan para un eterno Gauguin junto a una cesta de mangos mientras con su dulce voz susurran bellas palabras como aolele o aufaipese. Una vida de relax y despreocupaci¨®n que la propia Sia desmiente en cuerpo y novela. Descubrimos en su literatura y en su vida (es madre soltera, y escritora para m¨¢s inri) presiones familiares y sociales derivadas de un estricto puritanismo, reforzado en su momento por los misioneros protestantes que sumaron nuevas represiones a las represiones ya existentes. T¨®pico 2. La Polinesia es tan exuberante que basta con sumergir la mano en el agua para pescar un buen besugo (o su equivalente polinesio). As¨ª, me preguntaba consternada por qu¨¦ hay tantos samoanos en el exilio en pos del hortera sue?o americano, ?s¨®lo para poder tener casa dom¨®tica y videoportero? Pues no. Si bien la miseria all¨ª no es como la de las tierras ¨¢ridas, muchos samoanos no desean pasarse la vida comiendo taro (especie de patata que constituye la base de su alimentaci¨®n). La monoton¨ªa del taro es otra modalidad de hambre, pues hambres hay muchas, por m¨¢s que a los occidentales s¨®lo parezca impactarnos el hambre que mata f¨ªsicamente. T¨®pico 3. De acuerdo, la Polinesia no es jauja, pero sus habitantes todav¨ªa saben lo que es la solidaridad y el calor de hogar de familia numerosa. El yo no existe (su uso es considerado vanidad). Yo es nosotros. Lo que importa es el "aiga (la familia extensa). Los miembros del "aiga se ayudan y se protegen. Hasta aqu¨ª, cierto. Pero tambi¨¦n se envidian los unos a los otros (ya saben, mi "aiga es m¨¢s poderosa que tu "aiga, chincha y rabia, porque yo tengo parientes que viven en Nueva Zelanda o, mejor a¨²n, en Estados Unidos). Tus parientes tienen derecho a meterse en tu vida y t¨² en la de ellos. Tu padre no te quiere si no te pega (la paliza como elemento de cohesi¨®n familiar). Tu prima Pua puede desembarcar en tu casa con seis maletas e instalarse durante dos meses sin previo aviso. Etc¨¦tera. ?Qu¨¦ opciones te quedan cuando no te sientes c¨®modo en el nosotros? ?Cuando, por las razones que sean, empiezas a crearte un criterio propio, en una palabra, a pensar por ti mismo? Parece que no muchas: la confinaci¨®n en la locura es una de ellas. En el libro de Sia Figiel vemos a la loca Siniva, que no parece especialmente loca a no ser por la contestaci¨®n que realiza de la sociedad en la que vive; es decir, porque piensa. El suicidio es otra: Sia me habla de un respetable ¨ªndice de suicidios, debidos justamente a esa tremenda presi¨®n del nosotros sobre el yo. Puede uno suicidarse ante la amenaza del deshonor familiar por no haber podido completar un tatuaje, o por haber sido pillado en flagrante en una situaci¨®n sexualmente embarazosa. Motivos que pueden parecernos tan peregrinos como remotas les pueden parecer a ellos las causas del elevado n¨²mero de suicidios en los pa¨ªses escandinavos, la quintaesencia de nuestra civilizaci¨®n. Pues nuestros males son bien distintos: adicci¨®n al trabajo, soledad, depresi¨®n, neurosis, psicosis. Entre ambos mundos vive Sia. Reivindica sus or¨ªgenes, incluso ha recuperado alguna costumbre (la de tatuarse las manos) que se hab¨ªa perdido en anteriores generaciones. Pero suscita recelo entre su gente porque vive su vida como individuo pensante y, por tanto, transgresor. Sus males se derivan del peso agobiante del nosotros. Los nuestros, del peso glacial del yo.
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