Peque?as alegr¨ªas publicitarias IMMA MONS?
M¨¢s a menudo de lo deseable, y especialmente cuando se halla ante el reto de crearnos necesidades que no tenemos, la publicidad no duda en apelar con descaro al gilipollas que todos llevamos dentro. Hace unos meses, proliferaban dos tipos de anuncios que, aderezados con el m¨¢s abyecto e insustancial sentido del humor, porfiaban en la cosa de explotar nuestros m¨¢s bajos instintos: los de autom¨®viles y los de est¨¦tica corporal. Entre los primeros, hay que se?alar el uso que varias marcas hac¨ªan de las relaciones vecinales, apostando una y otra vez por la rivalidad y la envidia como gran motor de la existencia. Ya saben, eran aquellos anuncios en que el vecino A se soponciaba mucho al percatarse de que el vecino B se hab¨ªa comprado el modelo blabla, que encima s¨®lo costaba un par de kilos. El pasado verano, la cosa continuaba. En este caso se trataba de una marca distinta: "Mi vecino dice que [mi coche] no le gusta", era el eslogan central en la foto. Y a continuaci¨®n, el desairado propietario del coche que se anunciaba y que no gustaba al vecino, le dec¨ªa a ¨¦ste: "?Conoces la f¨¢bula del zorro y las uvas? Cuando le solt¨¦ la frase, con una media sonrisa, me mir¨® en silencio". Fuerte, ?no? De entrada la f¨¢bula del zorro y las uvas es una de las f¨¢bulas m¨¢s detestables, pero a mucha distancia, de otras f¨¢bulas igualmente detestables. Ilustra a la perfecci¨®n la legitimaci¨®n de la envidia, esa envidia que, seg¨²n S¨¢nchez Ferlosio, s¨®lo existe en la mente calenturienta de los que se creen envidiados. M¨¢s a¨²n: ?es acaso veros¨ªmil que un vecino tenga el morro de decirle a otro vecino "tu coche no me gusta", a menos que este vecino no tenga a¨²n 10 a?os? ?Es veros¨ªmil que el vecino interlocutor le responda con el proverbio del zorro y las uvas? No es veros¨ªmil. Pero la publicidad pretende explicitar lo impl¨ªcito, convencernos de que eso dir¨ªa el vecino si fuera lo bastante bruto para decir lo que piensa. Fomentar, en definitiva, la actitud paranoica tan propia de nuestros tiempos, para que cada cual vea tras cada persiana un vecino dispuesto a espiarle y a soltarle luego alguna terrible groser¨ªa.Durante esta etapa, proliferaron tambi¨¦n los anuncios empe?ados en hacernos sentir mal con nuestro propio cuerpo, esos que conminan a adelgazar o a conservar los cuatro pelos. ?Recuerdan aquel agradable calvito sobre cuya foto el eslogan reza: "Mi padre tambi¨¦n era calvo"? Ingenuamente pens¨¦ que la frase se refer¨ªa al leg¨ªtimo derecho de un hijo a seguir la entra?able tradici¨®n familiar. Pero una vez m¨¢s la frase ten¨ªa trampa, pues a continuaci¨®n le echaban la bronca al calvo: "?De verdad no piensas hacer nada para frenar la calvicie?". En fin, que no le dejaban a uno en paz. Sin embargo, ¨²ltimamente he observado una remisi¨®n de unos y de otros. Los de autom¨®viles se han hecho m¨¢s elegantes y comedidos, tambi¨¦n m¨¢s escasos; los de est¨¦tica se han moderado bastante desde las controversias en torno a la anorexia y la imagen que los medios obligan a tomar como modelo. Por otra parte, las compa?¨ªas de telecomunicaciones parecen haber saturado el espacio publicitario con anuncios, a excepci¨®n de los hist¨¦ricos spots de Telef¨®nica, bastante soportables y hasta simp¨¢ticos si se considera su intento de rivalizar con el hasta ahora monopolio. Pese a todo, resulta agobiante ser bombardeado por los mismos productos, y personalmente nada me tranquiliza el hecho de saber que por el mismo precio podremos proferir por tel¨¦fono el doble de bobadas, y encima sin l¨ªmite de horario.
Por todo ello, sospech¨¦ lo peor cuando hace unos d¨ªas en este peri¨®dico vi un anuncio encabezado por el siguiente eslogan: "?Est¨¢ usted seguro de que quiere un loro?". Desde luego, inspira confianza que en lugar de quererte endosar el loro de buenas a primeras te pregunten si est¨¢s seguro de quererlo, pero cab¨ªa la posibilidad de que tras frase tan honesta se agazapara una de las t¨ªpicas trampas publicitarias. No fue as¨ª. Me enter¨¦ en el anuncio de que los loros tienen mucha personalidad, de que son ruidosos, traviesos, curiosos, y de que hay que tratarlos con pies de plomo, pues al parecer la relaci¨®n con un loro es cosa muy singular. Dado que convivir con animales (de compa?¨ªa) es mi asignatura pendiente, m¨¢s que nada porque me cuesta compenetrarme con compa?¨ªas que no hablan, estos d¨ªas he estado pensando seriamente en comprarme un loro. Un loro puede ser un primer paso hacia una buena relaci¨®n, m¨¢s adelante, con un animal no parlante. Una relaci¨®n que puede llevarme hasta el perro, luego el gato y as¨ª sucesivamente, tal vez hasta la boa. Me asalta, sin embargo, una duda. Siendo el loro un bicho que b¨¢sicamente repite lo que oye por ah¨ª, deber¨¦ mantenerlo alejado de la publicidad, no vaya a ser que incordie a mi vecino calvo o le grite al del tercero que el auto que acaba de estrenar es un cascajo. Total, que no estoy segura de querer un loro. Y me sabe mal, porque el anuncio me dio una peque?a alegr¨ªa y quisiera devolverles el favor.
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