Rafael el horizonte
En aquel entonces enviaba a EL PA?S su Arboleda perdida en folios largos y arrugados, escritos con una m¨¢quina vieja, a doble espacio, folios m¨¢s largos que las holandesas habituales, y no s¨®lo se desparramaban sus l¨ªneas con palabras manuscritas que eran rectificaciones l¨ªricas de lo que hab¨ªa escrito a m¨¢quina, sino que exced¨ªa los l¨ªmites mismos del papel y segu¨ªa por detr¨¢s, por los lados, escrib¨ªa por todas partes, no aceptaba los m¨¢rgenes, Rafael Alberti, ¨¦l mismo el horizonte, como si no quisiera que la vida le fuera a poner puertas, l¨ªmites, arena distinta a la de la playa en la que ahora se ba?a su memoria.Siempre frente al mar, y el mar mismo, Rafael retumbar de unas olas que la poes¨ªa se encarg¨® de hacer ritmo y que el alma quiso que tambi¨¦n fueron verdadera, f¨¦rtil melancol¨ªa. Un d¨ªa dijo: "He decidido no morirme, estar aqu¨ª siempre, conversando". ?Para qu¨¦, Rafael? "Para estar conversando hasta cuando haya s¨®lo nubes".
A veces le ¨ªbamos a cantar a su casa, a mediod¨ªa, con Fanny Rubio, y ¨¦l cantaba tambi¨¦n con nosotros, y luego nos dec¨ªa: "?Un huevito frito?". Lo compart¨ªa todo: ten¨ªa delante los l¨¢pices y el papel, y te hac¨ªa palomas para que te fueras volando, o para que te quedaras aliviando la evidencia de que alguna vez s¨®lo habr¨¢ nubes. Tuvo varias casas, al regreso; desde la primera que le conocimos, en la calle de la Princesa, ve¨ªa crecer una juventud que le reconoc¨ªa y le besaba como si hubiera regresado una aparici¨®n de la memoria de los abuelos. Era el tiempo sin fin de Espa?a, un hombre horizonte y tambi¨¦n un hombre que le daba la bienvenida a un pa¨ªs distinto al que le expuls¨®.
Desde esa casa rodeada de j¨®venes que le ve¨ªan tomar caf¨¦ con leche a media tarde con todos los amigos que le ve¨ªan aqu¨ª como si a¨²n estuviera en el Trastevere enviaba Rafael Alberti esos art¨ªculos excedidos que luego fueron sus memorias vertebradas con la generosidad incesante de la poes¨ªa. La arboleda perdida. Qu¨¦ memoria tiene, Rafael. "Qu¨¦ va, toda inventada". Y en ese mismo t¨ªtulo que ¨¦l hizo como si hilara est¨¢ la esencia central de su melancol¨ªa: lo que se fue, el horizonte inverso de la vida, lo que ya no se podr¨¢ encontrar de nuevo jam¨¢s. Despu¨¦s tuvo una casa m¨¢s grande, en la Castellana, y a veces dec¨ªa all¨ª: "Qui¨¦n iba a pensar que un d¨ªa yo estar¨ªa aqu¨ª, oyendo los p¨¢jaros...". Ten¨ªa una silla de mimbre, como la de Emmanuelle, y se sentaba all¨ª a mirar, a escuchar c¨®mo los dem¨¢s le gritaban canciones, compart¨ªan los huevitos fritos, le iban haciendo una memoria nueva: como siempre estaba mirando, esos nuevos cap¨ªtulos de La arboleda se llenaron de nombres nuevos, de amigos recientes con los que se hizo nacer otra vez en la Espa?a de la paz.
Ahora se le puede ver mirar, cuando ya s¨®lo puede mirar desde la literatura: siempre fue una mirada esperanzada pero triste, como si en la lejan¨ªa de ese recuerdo que ¨¦l prefer¨ªa inventado percibiera una gran p¨¦rdida, una desaz¨®n que le hizo huidiza la comisura de los labios.
Nunca acept¨® la edad, y la desminti¨® con sus camisas floreadas y con sus pies descalzos y tambi¨¦n con la arrogancia juvenil con la que desafiaba las madrugadas y la resistencia de los m¨¢s j¨®venes; con Nuria Espert hizo una memorable gira de versos, y en esa gozosa huida l¨ªrica por Espa?a se reencontr¨® con un pa¨ªs al que hab¨ªa gritado, en medio del fascismo, su esperanza y su lucha cercenada, durante la guerra civil. Se reencontr¨® con su pa¨ªs, y acaso ese hecho que le hizo feliz le quit¨® a su semblante la amargura cierta de su rostro tantas veces melanc¨®lico, y entonces sus versos sonaron al abrazo del hermano que perdi¨® al hermano pero que encuentra otra vez a todo el mundo. Un hombre feliz, un hombre feliz con l¨¢grimas.
Como Picasso, su compadre y su paisano, dentro de su coraz¨®n ten¨ªa dibujada la tristeza; pero como era un poeta del pueblo, como se dec¨ªa antes, no permit¨ªa, ni le permit¨ªan, mostrar ese otro rostro ¨ªntimo de su vida, y recit¨®, escribi¨® y dibuj¨® para llenar esa realidad llena de tiempo a la que se le abrieron los huecos de la guerra, del exilio y del olvido. Era, siempre, el entusiasmo, pero hab¨ªa momentos de calma en la que el silencio humilde de la vida dejaba ver a otro Rafael m¨¢s ac¨¢ del horizonte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.