Querido Chet ENRIQUE VILA-MATAS
Crece vertiginosamente la leyenda de Chet Baker. Yo, que llevaba a?os haci¨¦ndome con todo lo que encontraba de Chet, veo que ahora aparecen multitud de cosas sobre ¨¦l, se ha convertido de repente en un mito. Y es asombroso, pero hasta los que fueron sus m¨¢s enconados enemigos, hasta los que le mataron, hablan bien ahora de Chet. A su reputaci¨®n le est¨¢ sucediendo exactamente lo mismo que le pasara a la de Rimbaud y Verlaine, que Cernuda coment¨® en su poema Birds in the night: "Entonces hasta la negra prostituta ten¨ªa derecho de insultarles; / Hoy, como el tiempo ha pasado (...) Francia usa de ambos nombres y ambas obras / Para mayor gloria de Francia y de su arte l¨®gico".A Chet le gustaban con delirio las mujeres, el jazz y el chute. Como a aquel pobre Pac¨ªfico Ricaport de un poema de Gil de Biedma, le hab¨ªan echado a patadas de todos los cuartos de hotel. Pero hoy Chet es un mito, una leyenda, todos coinciden en que la esencia de su vida era un caos incesante atravesado por el genio en estado puro. Se habla de la esencia de su vida, pero se olvida que le hicieron la vida imposible en las salas de jazz cool de la Costa Oeste, y tambi¨¦n en Nueva York, y ya no se recuerda que el genio de la trompeta tuvo que ir a tocar a tugurios de Europa donde, convertido en una arruga andante, segu¨ªa manejando la trompeta con un virtuosismo y originalidad insuperables. Se le recuerda, s¨ª, pero con la visi¨®n deformada de Hollywood, que prepara una gran superproducci¨®n sobre su vida y ha pensado -?Dios nos ampare!- en Leo DiCaprio para que interprete a Chet.
Ayer decid¨ª dedicarle un modesto acto de desagravio. Me compr¨¦ un panam¨¢ -hac¨ªa a?os que quer¨ªa y no me atrev¨ªa a comprarme ese sombrero- y baj¨¦ a La Rambla. Al pasar por Canaletas pens¨¦ que, digan lo que digan, hay belleza en el paisaje urbano. Luego se lo dije en silencio a Chet, que fue un gran h¨¦roe urbano, uno de esos raros seres admirables que saben que hay que jugarse la vida a cada momento porque sino ¨¦sta carece de sentido. La vida es como un buen poema: corre siempre el riesgo de carecer de sentido, pero nada ser¨ªa sin ese riesgo. Pens¨¦ en esto y segu¨ª bajando por La Rambla, admirando la belleza urbana. Me dije que tambi¨¦n la vida en el campo es estupenda, hay animales que no se ven en las ciudades, se hace fuego en las chimeneas, pero el campo tiene una belleza sopor¨ªfera. La ciudad, en cambio, es la poes¨ªa misma. Un poeta de Nueva York, un amigo de Paul Auster, escribi¨® estos versos sobre la belleza urbana: "Esta brumosa ma?ana de invierno/ no desprecies la joya verde entre las ramas/ s¨®lo porque es la luz del sem¨¢foro".
Cerca de la plaza Reial, qued¨¦ de pronto extasiado ante la luz esmeralda de un sem¨¢foro y evoqu¨¦ las memorias de Chet (Como si tuviera alas, Mondadori 1999), ese libro irregular, pero escrito con la sangre del jazz y que tiene un ep¨ªlogo barcelon¨¦s: "Despu¨¦s de Par¨ªs, Barcelona casi parec¨ªa una ciudad tropical, estaba espl¨¦ndida en diciembre del 63. Cerr¨¦ un trato para trabajar en un club que estaba en un s¨®tano, y que llevaba s¨®lo un a?o ofreciendo m¨²sica de jazz. En la planta baja bailaba Antonio Gades con acompa?amiento de guitarra, casta?uelas y palmas...".
Naturalmente, el club que estaba en un s¨®tano era el Jamboree. Mis amigos saben la envidia que me dan los amigos que dicen haber visto actuar a Chet en mi ciudad. Tengo a Chet tan mitificado que veo como sue?os sus recuerdos. Naturalmente, fui ayer hasta el Jamboree y ante ese local me saqu¨¦ el sombrero, mi modesto homenaje al gran Chet. Despu¨¦s, evoqu¨¦ su extra?a muerte: cay¨® al vac¨ªo en un hotel de Amsterdam, cuya fachada estaba escalando en el momento de perder pie, la estaba escalando porque hab¨ªa olvidado su trompeta en la tercera planta y quer¨ªa recuperarla, pero sin pasar por recepci¨®n porque acababan de expulsarle del hotel.
Me saqu¨¦ el sombrero en riguroso silencio recordando lo que Michel Graillier, el pianista que le acompa?¨® en sus ¨²ltimos d¨ªas, dec¨ªa de la m¨²sica de Chet y que a m¨ª me recuerda a La m¨²sica callada del toreo, el libro de Pepe Bergam¨ªn sobre Rafael de Paula: "Chet ten¨ªa el sentido del silencio, que es la materia prima del m¨²sico. Se acercaba al micr¨®fono, dejaba pasar cuatro, ocho compases, y desde el mismo momento en que atacaba la nota, ¨¦sta alcanzaba toda su plenitud (...). Consegu¨ªa una escucha profunda del p¨²blico porque daba toda la significaci¨®n musical al silencio antes de empezar su solo".
Despu¨¦s, me fui con la m¨²sica callada de mi homenaje a otra parte, me fui alegre recordando un recuerdo feliz de Chet, el del d¨ªa en que conoci¨® a una rubia guap¨ªsima que estaba sentada a la barra de un bar y que se convertir¨ªa en su mujer: "Se llamaba Charlaine y era la bomba".
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