Suspenso en cultura
La vida cultural de los espa?oles ofrece un panorama desolador de creer los datos del estudio realizado por la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) tras 24.000 entrevistas realizadas entre los a?os 1997 y 1998. Si llamativo resulta que el 75% de la poblaci¨®n no vaya nunca al teatro (que ya no es un plato exquisito servido en unos cuantos cen¨¢culos de Madrid o Barcelona), cabe calificar de alarmante que un 92% de los ciudadanos nunca haya puesto los pies en un concierto de m¨²sica cl¨¢sica o que casi la mitad de los preguntados jam¨¢s se eche un libro a la cara. La existencia de una ¨ªnfima minor¨ªa voraz consumidora de cultura no hace sino acentuar el claroscuro.Seguramente hay muchas explicaciones, objetivas y personales, para matizar este complejo y deprimente retrato al minuto. Pero dif¨ªcilmente todas ellas sumadas pueden esconder el hecho de que vivimos en una sociedad donde el apetito por el conocimiento es en general escaso y que est¨¢ globalmente desentrenada, desde la escuela y la familia, para apreciar muchas de sus manifestaciones. La gran mayor¨ªa, a juzgar por el resultado del trabajo de la SGAE, encuentra m¨¢s satisfactorio gastar su dinero, poco o mucho, en otro tipo de actividades.
Al fen¨®meno no es ajena la omnipresencia adquirida por la televisi¨®n en la vida y costumbres de los espa?oles. Que cada casa tenga uno o varios receptores puede parecer un inofensivo signo de los tiempos electr¨®nicos. Que se dedique casi cuatro horas diarias al consumo de televisi¨®n es sin duda un salto cualitativo. Significa, entre otras cosas, que existe ese tiempo de ocio y que resulta m¨¢s gratificante ocuparlo en los contenidos de la peque?a pantalla que en alternativas m¨¢s participativas, como la lectura o la m¨²sica, por mencionar algunas cuyo disfrute no exige el abandono del hogar, cada vez m¨¢s complicado en las grandes ciudades, o un presupuesto extraordinario.
La constataci¨®n de que en todas partes cuecen habas y de que panoramas semejantes puedan darse en pa¨ªses de nuestro entorno -ser¨ªa oportuno un estudio actualizado y con datos homog¨¦neos sobre los h¨¢bitos culturales en la UE- no deber¨ªa movernos a la complacencia. Si la radiograf¨ªa de la SGAE es un fiel reflejo de la realidad (y no hay motivos para dudar de una investigaci¨®n tan dilatada en el tiempo y sobre una muestra tan amplia), la situaci¨®n de penuria intelectual es de las que reclamar¨ªan una en¨¦rgica movilizaci¨®n social.
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