Zhang Yimou y Agust¨ª Villaronga vuelven a sus comienzos con dos filmes antit¨¦ticos Kenneth Branagh sigue vendiendo cine mediocre hecho a costa de Shakespeare
Nada que decir, no es cine, de Trabajos de amor perdidos, nueva pel¨ªcula contra Shakespeare de Kenneth Branagh. El mallorqu¨ªn Agust¨ª Villaronga vuelve en El mar a coger los hilos que dej¨® sueltos en Tras el cristal, pel¨ªcula grave que ped¨ªa prolongarse y que aqu¨ª lo logra. Y Zhang Yimou, con la inconfundible simplicidad que s¨®lo alcanzan los arist¨®cratas de su oficio, vuelve en El camino de casa a convertir una sala abarrotada en un ej¨¦rcito de ojos humedecidos por el agradecimiento de recobrar en una pantalla moderna las viejas e imperecederas cuestiones mayores de la vida.
Zhang Yimou se dio a conocer aqu¨ª en febrero de 1987 con Sorgo rojo, ganadora sin discusi¨®n del Oso de Oro de la Berlinale de aquel a?o y una de las pel¨ªculas fundacionales del movimiento renovador del cine chino, impulsado por la llamada Quinta Generaci¨®n de la Escuela de Pek¨ªn, compuesta por un pu?ado de artistas que galvaniz¨® a las vanguardias del cine de China continental y alcanz¨® a mover tambi¨¦n el de Hong Kong y Taiwan. En dos d¨¦cadas, ciertamente febriles, este exiguo grupo de artistas logr¨® la haza?a de crear un rasgo indispensable de la identidad del cine moderno.Hoy es Zhang Yimou quien, despu¨¦s de consumada su dispersi¨®n, sigue capitaneando y ejerciendo de alma de lo que queda de este movimiento, porque, sin salirse por ninguna tangente formal, con gran sentido de la simplicidad y la autoexigencia, est¨¢ llevando en cada nueva pel¨ªcula que emprende a sus ¨²ltimas consecuencias aquella busca de la plena libertad de creaci¨®n que los componentes de este grupo de j¨®venes artistas revolucionarios fijaron como meta irrenunciable de su trabajo bajo una f¨¦rrea dictadura. Zhang Yimou sigue explorando territorios est¨¦ticos y, con deslumbrante inteligencia, contin¨²a trazando dentro de ellos itinerarios formales sin vuelta atr¨¢s. Hace cinco meses, en el Festival de Venecia, present¨® Ni uno menos, un prodigio de ficci¨®n documental que gan¨® el Le¨®n de Oro, y ahora aporta a esta Berlinale El camino de casa, otra obra maestra, pero de caracter¨ªsticas completamente distintas: un relato de amor de tan intensa, delicada y emocionante pureza l¨ªrica -de esos que, en palabras de Unamuno, hacen vibrar las raicillas del alma- que en ¨¦l la llamada al llanto se funde con la convocatoria a la alegr¨ªa, y uno y otra son finalmente la misma cosa, la misma forma de disfrute. Y, al fondo de El camino de casa, con rara nitidez entrevemos a China, a la inmensa China en medio de la colosal gestaci¨®n de un nuevo enigma hist¨®rico.
El prodigio po¨¦tico de El camino de casa se apoya en el hermos¨ªsimo rostro de una muchacha llamada Zhang Ziyi, actriz viv¨ªsima, magn¨ªfica y casi tan bella como aquella Gong Li que vimos por primera vez aqu¨ª hace 13 a?os en Sorgo rojo. Ahora, la eminente actriz, fetiche viviente del cine chino libre, m¨¢s hermosa que nunca a los 36 a?os, est¨¢ en Berl¨ªn en funciones de presidenta del jurado de la Berlinale. Un azar ha reunido ayer aqu¨ª a los rostros del arranque de un camino sin vuelta del cine moderno con los rostros, algo envejecidos, pero igual de vivos, de la plenitud de aquel impulso, plenitud que ahora comienza, y El camino de casa es prueba de ello.
Tambi¨¦n la celebridad del mallorqu¨ªn Agust¨ª Villaronga comenz¨® aqu¨ª, en un rinc¨®n del Panorama. Tras el cristal, aquella magn¨ªfica, terrible y turbadora pel¨ªcula llam¨® poderosamente la atenci¨®n de aquellos a quienes no ahuyent¨® o asust¨®. Era una patada en el est¨®mago del espectador convencional y su fuerza revulsiva, casi vomitiva, ten¨ªa sentido. Hab¨ªa intuici¨®n mezclada con ¨¢lgebra en aquel alarde de terror de alta precisi¨®n. Pero, por razones que se me escapan, la erupci¨®n de malestar de Tras el cristal se apag¨® y no obtuvo continuidad en las dos, brillantes pero insatisfactorias, pel¨ªculas posteriores de Villaronga.
Ahora, en El mar, el cineasta mallorqu¨ªn vuelve a agarrar los hilos sueltos de la madeja de Tras el cristal, y tira de ellos con tacto, sabidur¨ªa y ganas de recuperar el terreno perdido, de modo que, con una d¨¦cada de retraso, Villaronga cumple la promesa que aguardaba callada detr¨¢s del cristal. Si se miran con algo de detenimiento las construcciones metaf¨®ricas sobre las que discurren las negras, por blancas que sean, im¨¢genes de Tras el cristal y El mar, se descubrir¨¢ que en realidad, siendo muy dispares, son pr¨¢cticamente id¨¦nticas. Ofrecen algunas acusadas variaciones, pero ese ofrecimiento se hace sobre algo invariable: el ni?o vulnerado por el poder, por la muerte, por la violencia, el ni?o que interioriza esa vulneraci¨®n y que la asume y prolonga, volvi¨¦ndola sobre su origen y llev¨¢ndola hasta sus ¨²ltimas consecuencias l¨®gicas.
El mar es Tras el cristal en sentido literal. Lo que hay detr¨¢s de ambos enigmas es, en esencia, lo mismo. Dar¨¢ que hablar esta notable y perturbadora pel¨ªcula cuyas imprecisiones quedan neutralizadas por sus exactitudes, entre ellas algunas escenas dur¨ªsimas, situadas al borde de lo insostenible, pero sostenidas con tal seriedad que asustan o, como m¨ªnimo, inquietan.
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