Como un toro
Rafael Moneo vino a insinuar anteayer en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid lo que de verdad le pasa a ¨¦l, a su proyecto y a su pa¨ªs. Cont¨® que el grafismo err¨®neo, pero no malintencionado, de su plan de reforma del Museo del Prado condujo a una interpretaci¨®n nefasta de su propia idea y que de ah¨ª ha nacido todo. Como es un hombre reflexivo no pas¨® de ah¨ª, no hizo reproches, e incluso acept¨®, seguro que bas¨¢ndose en su propia convicci¨®n, que lo que le han dicho hasta ahora ha valido para mejorar su propio plan.Pero es obvio que, aparte de esa interpretaci¨®n nobil¨ªsima del propio Moneo, se han suscitado tantos dimes y diretes interesados en que Moneo tirara la toalla que m¨¢s que un debate lo que ha habido en torno a su idea de cambiar el Prado es un linchamiento, basado muchas veces en la tergiversaci¨®n de la historia misma del arquitecto en Espa?a y en el extranjero. Aunque ¨¦l no lo ha dicho as¨ª, lo que s¨ª ha sugerido es que a ¨¦l le gustan los toros dif¨ªciles; en soledad, sin embargo, el toro dif¨ªcil hubiera acabado con ¨¦l, pues los que se han soltado la melena contra su proyecto son -como dicen las coplas canarias- enemigos de fuerza mayor; correoso y tranquilo, este arquitecto acostumbrado a lidiar en otras faenas de envergadura superior ha resistido, ha escuchado a los miembros del patronato que ten¨ªan algo que decir y ahora afirma que algunas de esas ideas, con las que ¨¦l ha rectificado otras suyas anteriores, han enriquecido el primitivo plan. Y, en el curso de esa lucha por salvar lo esencial de su proyecto, cont¨® alguna vez con la oposici¨®n cerrada de colegas suyos, algunos de los cuales, se supone, hubieran podido acometer igual reforma, aunque de otras caracter¨ªsticas; otros, seguramente, hubieran quedado satisfechos con que el Prado se quedara como est¨¢, es decir, inm¨®vil, anclado en su pasado presente, que es el estado en que suelen quedarse las estatuas a las que no se les quita nunca el polvo.
Esa actitud recalcitrante contra los que quieren la reforma del Prado ha tenido destacados defensores que han aguijoneado a Moneo como si ¨¦ste, adem¨¢s, fuera una figura p¨²blica o pol¨ªtica y no un especialista en la materia con experiencia en buscar soluci¨®n para problemas arquitect¨®nicos. De pronto pareci¨® que Moneo ven¨ªa de una nube, que no eran suyos algunos grandes proyectos internacionales, hasta llegar a esa maravilla arquitect¨®nica que de d¨ªa es un edificio y que de noche es una gaviota varada en San Sebasti¨¢n, el Kursaal.
Despojado, pues, del prestigio que se ha ganado y que se le supone, acordonado por los lugares comunes de los que debaten sin ver antes, de los que se dejan llevar por la funesta man¨ªa de descalificar antes de conocer, Moneo viv¨ªa en Madrid el exilio de su indefensi¨®n. En este pa¨ªs se asiste a las batallas para ver c¨®mo terminan y mientras tanto se aprecian las heridas como si fueran ajenas; luego se toman posturas, se celebran los ¨¦xitos o se aten¨²an los descalabros como si el campo de batalla hubiera sido hasta entonces invisible.
Por fortuna, en esta ocasi¨®n, en medio de la refriega de descalificaciones contra Moneo, el arquitecto ha contado con el apoyo de sus colegas, convocados en Madrid por el Club de Debates Urbanos. Cerca de un millar de personas acudieron a o¨ªrle y ¨¦l fue all¨ª con sus carpetas, con ese aire relajado con el que sube y baja de los aviones que le llevan y le traen de los proyectos internacionales a su estudio.
Ese factor que ha introducido el Club de Debates Urbanos en la pol¨¦mica es estimulante en un pa¨ªs como el nuestro, en el que a la gente se le suele asaltar en el camino antes de que se explique con sus argumentos. Gracias a esa iniciativa han pasado varias cosas: la principal, hemos sabido que Moneo no est¨¢ solo, que le apoya un n¨²mero importante de colegas de profesi¨®n; en segundo lugar, hemos apreciado que el Prado no tiene s¨®lo un problema de crecimiento, sino que tambi¨¦n tiene un problema interno, de definici¨®n de su propia vida, y que o se acomete esa cuesti¨®n o la primera pinacoteca ser¨¢ s¨®lo la primera por lo que alberga y no por lo que debe ser su papel como impulsor de la cultura que almacena y de la cultura que ha de propiciar.
Moneo se ha encontrado con un toro enorme, pero ha lidiado con inteligencia y con mesura, y adem¨¢s por fin han salido a la plaza generosos banderilleros. Pero, lo que uno se pregunta es por qu¨¦ en este pa¨ªs lo obvio siempre tiene ser, como dir¨ªa el Jesul¨ªn de los gui?oles, como un toro.
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