La tarde

Acababa de conocer la noticia de la reedici¨®n de las obras de Mario Lacruz (El inocente, El ayudante del verdugo y La tarde), cuando me llaman para decirme la de su muerte. ?Qu¨¦ extra?a casualidad y qu¨¦ tremenda noticia!Confieso que nunca he sabido reaccionar ante noticias como la presente. Si la muerte es un absurdo, que lo es, el mayor de todos, m¨¢s absurdo es pretender conjurarla con palabras cont¨¢ndoles a los dem¨¢s lo que para uno supone. Por eso, s¨®lo dir¨¦ para evocar a Mario Lacruz, y con la urgencia que el periodismo me impone, que ¨¦l fue el primero que crey¨® en m¨ª como novelista cuando a¨²n nadie me conoc¨ªa; que lo hizo en una ¨¦poca en la que ser joven no era un valor a?adido, como ahora, sino un handicap; que durante nueve a?os public¨® toda mi obra con discreci¨®n y con lealtad, virtudes que lo adornaron como editor y como persona, y que, cuando por las circunstancias hubo de dejar de hacerlo, sigui¨® mostr¨¢ndome el mismo afecto que siempre me prodig¨®, aun con su discreci¨®n y desde la distancia. El mismo afecto que yo siempre le tuve, y que seguir¨¦ teni¨¦ndole, pues no en vano Mario fue mi padrino literario.

Lo digo ahora, que ya no puede leerme, porque no se lo dije en vida. Y porque, con la noticia de su muerte, que no esperaba, tambi¨¦n a m¨ª se me ha roto la tarde.