La Balcells JUAN CRUZ
Claro, ustedes no la han podido ver en la televisi¨®n, tampoco la han escuchado en la radio, y si han le¨ªdo algunas palabras suyas en la prensa habr¨¢ sido s¨®lo por la insistencia de Rosa Mora, que es la periodista que m¨¢s ha hablado con ella. La Balcells, qui¨¦n no ha o¨ªdo hablar de ella. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez la representa llorando, y Jos¨¦ Luis Sampedro tambi¨¦n; muchos la hemos visto llorar, y es, en efecto, esa mujer ba?ada en l¨¢grimas de la que ya hablan la leyenda y V¨¢zquez Montalb¨¢n, pero no llora por cualquier cosa; no hay un gesto de Carmen Balcells que no responda a una historia o a un razonamiento, y jam¨¢s me la he encontrado, en ninguna circunstancia, en que no supiera exactamente no s¨®lo qu¨¦ ten¨ªa que hacer ella, sino qu¨¦ ten¨ªan que hacer las cuatrocientas personas, una a una, que tuviera alrededor. Su trabajo es su persona, y su personalidad es arrolladora: cuando digo que trabaja uno a uno, persona a persona, estoy describiendo un modo de ser que ella ha aplicado con vehemencia racional a su propia relaci¨®n con los escritores, que son su fuente, su cruz y su vocaci¨®n. De todos ellos sabe sus gustos y sus disgustos, sus puntos flacos y sus puntos fuertes, y su psicolog¨ªa bien trabajada ha fabricado un modo de empleo para las man¨ªas de cada uno; sabe cu¨¢ndo ha de guardar silencio o cuando les tiene que mimar, y los trata como si fueran hijos a punto de descarriarse, como a los editores, por otra parte; ella puso ante una mesa de escribir, y con un salario entonces virtual, a Mario Vargas Llosa, y le permiti¨® ser el escritor a tiempo completo que aspiraba ser el novelista peruano, pero ¨¦se no ha sido el ¨²nico caso.
Carmen Balcells tiene un enorme despacho, de cuyas paredes cuelgan todos y cada uno -est¨¢n todos y del mismo tama?o- de los autores a los que representa; el despacho est¨¢ dividido en dos: ante ella, el visitante, y a espaldas del visitante, cajones en los que se guardan manuscritos, cartas, fichas, documentos que ser¨ªan un secreto si no fuera porque la memoria de la Balcells los tiene registrados uno por uno en su memoria privilegiada; y detr¨¢s de Carmen se mantiene intacto un mundo al que no accede el visitante, su enorme mesa abigarrada dibuja en este espacio una frontera, una zona sagrada, que es el criterio tenue de autoridad que ella manifiesta nada m¨¢s abrirte la puerta de su casa.
Tiene ocurrencias geniales, y s¨®lo por eso habr¨ªa que quererla. Muchas figuran ya como an¨¦cdotas c¨¦lebres: durante a?os se dijo que Onetti ten¨ªa un supermercado en Montevideo, que hab¨ªa montado con Carmen Balcells; la realidad fue que el gran escritor uruguayo dijo un d¨ªa: "Gracias a que entr¨® en esta casa Carmen Balcells podemos ir al supermercado". Pero hay una que no se ha contado nunca: fue una noche de viernes, en Barcelona. La Balcells esperaba a uno de sus grandes escritores, Carlos Fuentes, que deb¨ªa llegar de Madrid con su mujer, Silvia, para asistir a una cena que Carmen organizaba en su honor. Dispuestas las sillas presidenciales para la pareja que deb¨ªa llegar, la Balcells predijo el retraso y orden¨® al ma?tre que sirviera todas las viandas para que fu¨¦ramos comiendo; como eran crust¨¢ceos y otros mariscos, la operaci¨®n resultaba sencilla: cuando acab¨¢bamos con una remesa de viandas, la mesa se dejaba impoluta otra vez, para que los que faltaban, atascados en Madrid, consideraran, al llegar, que hab¨ªamos tenido la delicadeza de disculpar su tardanza. A las doce y media vinieron los esperados, y cenamos, en medio de esa sensaci¨®n de homenaje que siempre se siente cuando esta mujer dirige la orquesta.
Ella misma divulg¨® la noticia de que se retira; Vargas Llosa le record¨® el otro d¨ªa desde Lima el eslogan con el que el veterano ex presidente dominicano Balaguer quer¨ªa seguir mandando en su pa¨ªs: "Que nadie aspire mientras Balaguer respire". Salvando las distancias l¨®gicas, el peruano cambi¨® as¨ª el eslogan y lo aplic¨® a la suposici¨®n de que la Balcells se retira: "?Que nadie aspire mientras la Balcells respire!". Sigue ah¨ª, en el puesto de mando, oliendo a la fragancia japonesa que se pone encima, inteligente como un ¨¢guila, y con la mirada azul y dulce, pero sobre todo cuando est¨¢ con la nieta. Pero no lo deja, qu¨¦ lo va a dejar, que nadie aspire mientras la Balcells respire.
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