Wust se doctora en Vitr¨¦
El 'sprinter' alem¨¢n, ganador de 12 etapas en la Vuelta y de una en el Giro, logra la primera en el Tour
El d¨ªa siguiente fue un d¨ªa de exhibici¨®n. El equipo ganador se puso al frente y fue recibiendo el homenaje espont¨¢neo de todos los habitantes de los pueblos y villas por los que pasaba. Pedaleo alegre y ligero, ayudado por un ligero viento de espaldas, formaci¨®n en flecha, uno de blanco, otro de amarillo, siete en gris, relucientes bicicletas amarillas, orden y simetr¨ªa, los ciclistas del ONCE disfrutaron de su victoria de la v¨ªspera, gozaron del premio, del primer d¨ªa de liderato. Tan sencilla como eso fue la etapa. Rutina respetada: innumerables intentos de corte hasta que, como suele decir Arrieta, se hizo el corte bueno; m¨¢s calma en el pelot¨®n, el ONCE al frente, control a distancia y sin agobios; tres, cuatro minutos de ventaja para los fugados; dejad que se deshagan en su propio jugo; cocimiento confitado, que dicen; y as¨ª. As¨ª atravesaron de lado a lado la Breta?a, el Morbihan, el Finisterre y la Arm¨®rica. Y a 25 kil¨®metros de la meta, con los fugados ya a tiro, el ONCE, misi¨®n cumplida, se retira, se deja engullir en la panza del pelot¨®n. Aplausos, plas, plas. Que empiece la etapa de verdad.La etapa de verdad, sin embargo, ya hab¨ªa empezado mucho antes, hacia el kil¨®metro 50, cuando los fogosos y habituales Dekker y Voigt (tres fugas en tres d¨ªas), m¨¢s los resueltos Demarbaix (sobrino de Criquielion, el director de su equipo, el Lotto), Moerenhout (el ¨²nico del Farm Frites que parece querer exhibirse) y Rafael Mateos, el vizca¨ªno de Bustinza que no se conforma con llevar de forma an¨®nima el farolillo rojo de ¨²ltimo clasificado, se escaparon. Cumplieron su misi¨®n, sudaron, se esforzaron y, eso es de lo que se trataba, dieron sentido a la caza sostenida del pelot¨®n. Algunos se cansaron antes que otros: Mateos dej¨® pronto de relevar; Demarbaix se hart¨® de tener a su t¨ªo todo el d¨ªa encima, y a Moerenhout la voluntad no le dio m¨¢s de s¨ª. Cuando desperdigados fueron cazados, el pelot¨®n pas¨® dej¨¢ndolos a¨²n m¨¢s aplanados. Sin consideraci¨®n los dejaron tirados y a su aire, contra el aire. Les dejaron en la posici¨®n ideal para culminar la jornada en simetr¨ªa: llegaron en solitario, pero por detr¨¢s, a m¨¢s de siete minutos. Su retirada de escena coincidi¨® con el comienzo de la etapa de verdad.
Cuando el ONCE lo dej¨®, los del Festina, no muy felices por lo de la v¨ªspera, organizaron su propia contrarreloj por equipos. Los fugados, ya una pareja, andaban con un par de minutos de ventaja. Un r¨¢pido c¨¢lculo, y a por ellos. Pero c¨®mo se resistieron los condenados, c¨®mo Voigt y Dekker, formidables rodadores, se agarraron a la parte baja del manillar, exigieron a sus pulmones hasta reventarlos, machacaron sus m¨²sculos hasta dejarlos inservibles. C¨®mo forzaron al pelot¨®n. C¨®mo destrozaron al Festina, que no llegaba a cazar, que no llegaba. Entraron m¨¢s equipos a ayudar. Tambi¨¦n el Mapei con Fred Rodr¨ªguez. ?ltima curva, 1.400 metros para la meta, ¨¢ngulo recto. Ni una ca¨ªda (el esloveno Klemencic y el italiano Crepaldi), que produjo el consiguiente corte (Ullrich y Armstrong, entre los 30 de delante; Olano 8 segundos de retraso; todos los dem¨¢s, 10) pudo frenar los instintos. El galgo y la liebre. Imposible escapar. A 450 metros, capturados. Quedaba, sin embargo, toda la etapa por delante. 450 metros, 20 segundos, todo un mundo. Varios sprinters, varias historias entrecruzadas.
A Zabel, una vez m¨¢s, su Wesemann lo solt¨® demasiado lejos, pero con Steels su Zanini no se port¨® mucho mejor, peor todav¨ªa, intent¨® traicionarlo: el lanzador no ces¨® en su esfuerzo sino que sigui¨® y sigui¨®, quiso ridiculizar a su jefe, y logr¨® quedar tercero. El movimiento de esta extra?a pareja del Mapei sucedi¨® por la izquierda. Detr¨¢s de los dos iba Marcel Wust, muchacho alem¨¢n, inteligente, culto y pol¨ªglota. Corre para el Festina. Pensando en ¨¦l hab¨ªa reventado su equipo. Y ¨¦l ten¨ªa 20 segundos para justificarlo. 20 segundos. 50 pedaladas. Y un salto felino. Vi¨¦ndose abocado al desastre si segu¨ªa la rueda mapei, Wust, experto ganador en la Vuelta (12 etapas) y hasta en el Giro (una), pero nulo en el Tour, de un golpe de fuerza incre¨ªble salt¨® hacia la derecha, se peg¨® a la rueda del pobre Zabel, lo super¨® casi con el mismo impulso. Gan¨®. Por fin, a los 33 a?os, en su 12? temporada de profesional, el gran Wust logr¨® ganar una etapa del Tour.
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