Sobre la Historia y su Academia
En el mes de junio del a?o 2000, la Real Academia de la Historia, abandonando una tradici¨®n, quiz¨¢s secular, que siempre la hab¨ªa mantenido en un discreto segundo plano, tanto intelectual como pol¨ªticamente, ha decidido sacar a la luz p¨²blica un informe sobre los textos y cursos de historia en los centros de ense?anza media, con el fin de "desterrar las f¨¢bulas introducidas por la ignorancia o por la malicia", tal como le encomienda su estatuto fundacional de abril de 1738.No estamos exactamente ante un informe, sino ante un manifiesto en el que se desarrolla una serie de tesis orientadas pol¨ªticamente en un determinado sentido, que no deja de ser interesante comentar.
La primera de ellas afirma que es necesario volver a ense?ar la historia en los niveles educativos medios de forma "cl¨¢sica" o "tradicional", es decir, bas¨¢ndose en la cronolog¨ªa, los acontecimientos y el estudio preferente de la propia naci¨®n. Hay que destacar que en este sentido la Academia no se encuentra sola, puesto que en otros pa¨ªses -Reino Unido, con G. Elton; EE UU, con G. Himmelfarb, F. Fukuyama o F. Huntington; Australia, con K. Windshuttle- varios autores vienen proponiendo la misma tesis: resucitar la historia nacional frente al posmodernismo o la sociolog¨ªa hist¨®rica, y reafirmar las identidades nacionales tradicionales frente al multiculturalismo. Todos estos autores son de una orientaci¨®n pol¨ªtica netamente conservadora y consideran que esa vuelta a la historia tradicional debe ser una respuesta ante una situaci¨®n de crisis social y pol¨ªtica que pone en peligro la hegemon¨ªa de las grandes potencias -en el caso de EE UU- y las identidades pol¨ªticas de las naciones del Primer Mundo. Tenemos, pues, que nuestra Academia se inscribe en una l¨ªnea de pensamiento claramente conservador.
Esto se pone de manifiesto cuando comprobamos que uno de los blancos principales de su ataque es la pol¨ªtica educativa del PSOE, contenida en la LOGSE, que condujo al nacimiento de la ESO y la reforma del bachillerato tradicional. Sorprende que hasta ahora casi nadie parece querer se?alar que ¨¦ste era el objetivo del ataque. De acuerdo con la Academia, y entrar¨ªamos en la segunda de sus tesis, la historia pierde su identidad por dos razones: la primera de ellas es porque queda reducida a sociolog¨ªa y la segunda obedece al peso excesivo que se le concede al mundo contempor¨¢neo.
La integraci¨®n de la historia en el ¨¢mbito de las ciencias sociales, sin embargo, no es precisamente un "problerna" muy reciente sino un proceso que comenz¨® a desarrollarse en los primeros a?os del siglo XX y culmin¨® en los a?os sesenta de ese mismo siglo, con el desarrollo de la Escuela de los Annales. Es evidente que toda la historia -incluso la historia social- ha de tener un armaz¨®n cronol¨®gico y ha de estar basada en los hechos. Pero ello no quiere decir que la historia deba reducirse esencialmente a la exposici¨®n de los hechos y al conocimiento de su cronolog¨ªa. La historia selecciona los hechos que estudia, porque no puede estudiarlos todos, e intenta explicarlos. En este sentido, la historia econ¨®mica y social -blanco de los dardos de nuestros acad¨¦micos- intenta explicar los hechos, no en una clave meramente pol¨ªtica, sino partiendo de los modelos hermen¨¦uticos que las distintas ciencias sociales ponen a nuestro alcance, y que son los que pueden dar cuenta de la l¨®gica de muchos acontecimientos, incluidos los pol¨ªticos.
Por esa raz¨®n, es necesario recurrir al presente, tomado como horizonte que nos permita comprender el mundo, para poder plantear cualquier visi¨®n del pasado. No en vano dec¨ªa B. Croce que "toda historia es historia contempor¨¢nea". No obstante, el hecho de que el mundo contempor¨¢neo sea el horizonte a partir del cual elaboramos nuestras visiones del pasado, no debe querer decir que s¨®lo haya que estudiar historia contempor¨¢nea. Si ello fuera as¨ª, la historia perder¨ªa su sentido, puesto que un presupuesto b¨¢sico del conocimiento hist¨®rico es que el presente debe ser estudiado en funci¨®n del pasado. Debe aspirarse a lograr una integraci¨®n entre ambos y no a suprimir el mundo contempor¨¢neo del estudio de la historia, como fue corriente en Espa?a hasta mediados del siglo XX.
Sin embargo, esta tesis, que pudiera ser objeto de discusi¨®n entre historiadores, se ha visto complicada porque tras ella se esconde una cara oculta: el problema de las "nacionalidades". En efecto, lo que nuestros acad¨¦micos proponen es que la historia sea preservadora de la "memoria colectiva", pero de la memoria colectiva espa?ola, frente a otras memorias alternativas, y aqu¨ª es donde estalla la discusi¨®n pol¨ªtica y ¨¦sta es la raz¨®n de que este manifiesto se convierta en objeto de pol¨¦mica en los medios de comunicaci¨®n.
La historia estudia los acontecimientos, s¨ª, pero s¨®lo algunos de ellos. La historia selecciona determinados acontecimientos y, partiendo de ellos, elabora relatos que poseen un determinado sentido. El marco global que hace posible los relatos hist¨®ricos recibe hoy d¨ªa el nombre de metarrelato. En este sentido, puede decirse que, por ejemplo, Espa?a o Galicia son una realidad hist¨®rica, pero que dichas realidades se configuran hist¨®ricamente como metarrelatos historiogr¨¢ficos, por lo general dif¨ªcilmente compatibles.
En este sentido, si observamos los metarrelatos "tradicionales" sobre los que se ha construido la historia de Espa?a, veremos que se caracterizan por ser beligerantes y excluyentes. La visi¨®n historiogr¨¢fica del nacional-catolicismo de Men¨¦ndez Pelayo e incluso la versi¨®n m¨¢s liberal de C¨¢novas o Lafuente han establecido una ecuaci¨®n seg¨²n la cual la historia de Espa?a -y su identidad colectiva- son inseparables de la religi¨®n cristiana. Toda la Edad Media viene marcada por la idea de la Reconquista y de la lucha contra el infiel, y del siglo XVI al XIX Espa?a aparece caracterizada como se?ora de la Contrarreforma y estandarte de la fe, enfrentada por ello a buena parte de Europa.
Si de esa visi¨®n pasamos a otras m¨¢s recientes, como la de los autores del 98, Ortega o Men¨¦ndez Pidal, comprobaremos que ese metarrelato sigue siendo excluyente, en tanto que se lleva a cabo una identificaci¨®n entre Espa?a y Castilla, y la identidad espa?ola resulta ¨ªntimamente relacionada con una de sus lenguas: el castellano.
?Es posible resucitar esa identidad y esos metarrelatos en el marco pol¨ªtico actual? Parece muy dif¨ªcil. La recuperaci¨®n de la historia del siglo XIX, que ha dejado de considerarse un tiempo en que Espa?a perdi¨® su esencia por la infiltraci¨®n del pensamiento laico, puede ser una v¨ªa que actualmente algunos historiadores han intentado explorar. Sin embargo, frente al metarrelato espa?ol se alzan los metarrelatos gallego, catal¨¢n y vasco, muchas veces construidos en el siglo XIX, mediante la m¨ªmesis de la historiograf¨ªa espa?ola. Si queremos ense?ar historia de Espa?a -que no ha dejado de ense?arse en las escuelas- es preciso concebir otros metarrelatos no beligerantes ni excluyentes en los que sea posible pensar la pluralidad ling¨¹¨ªstica y social de lo que se sigue llamando Espa?a, partiendo de la idea de que debe existir una Constituci¨®n que sepa integrar esas diferencias.
En este sentido, la vuelta a la historia tradicional, asociada a la historia de la Espa?a medieval y moderna, que propone la Academia, parece ser todo lo contrario de lo que el buen sentido aconseja.
Por ¨²ltimo, estas tesis vienen acompa?adas de un corolario seg¨²n el cual la ense?anza de la historia est¨¢ "desatendida" y la "ignorancia sobre el pasado se utiliza con la finalidad pol¨ªtica de tergiversar y de oponer". Es decir, la ense?anza de la historia hoy, debido a la LOGSE y a la influencia de los nacionalismos perif¨¦ricos, ser¨ªa, en todo o en parte, responsable del auge del nacionalismo, sobre todo entre la juventud.
En este sentido, puede afirmarse que la Academia sobrevalora un tanto la influencia que los libros de texto pueden tener en la formaci¨®n de los adolescentes, y desconoce las t¨¦cnicas que la ciencia pol¨ªtica utiliza para analizar los procesos de formaci¨®n de la identidad nacional, la difusi¨®n de las ideolog¨ªas y la construcci¨®n de identidades colectivas. Adem¨¢s de desconocer quiz¨¢s a los adolescentes, debido a la distancia cronol¨®gica que los separa de ellos.
Los ejemplos abundan, pero es sabido que los libros de historia que se estudiaban en la URSS y pa¨ªses del Este no pudieron impedir la estrepitosa ca¨ªda del conglomerado ideol¨®gico, pol¨ªtico, econ¨®mico, social y cultural que hab¨ªa estado vigente, en el primer caso, durante setenta a?os. En el caso espa?ol, y teniendo en cuenta que las "nacionalidades" se definen por la posesi¨®n de una lengua propia, puede darse el caso de que sea m¨¢s importante, para la asunci¨®n de una identidad nacional por parte de un adolescente, el estudio de una lengua que el de la historia, sobre todo cuando la visi¨®n de la historia que se da en los libros de lengua o literatura no concuerda con la que ofrecen los propios libros de historia.
En cualquier caso, ser¨ªa recomendable que nuestros acad¨¦micos pasasen de los textos a las situaciones reales en las que dichos textos se ense?an, es decir, que se informasen de c¨®mo son exactamente las clases de historia que se dan -cuesti¨®n que reconocen desconocer- y se acercasen -?quiz¨¢s con ayuda de la sociolog¨ªa?- al mundo real en el que viven los j¨®venes con el fin de saber cu¨¢les son los problemas que m¨¢s les preocupan y c¨®mo es posible formarlos.
Jos¨¦ Carlos Bermejo Barrera es catedr¨¢tico de Historia Antigua en la Universidad de Santiago de Compostela. Pedro L¨®pez Barja de Quiroga es profesor titular de Historia Antigua en la misma Universidad.
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