Los contables de la muerte
ALEJANDRO V. GARC?ALa eficacia democr¨¢tica de un Estado depende de la precisi¨®n con que contabilice a sus muertos. Los Estados occidentales est¨¢n provistos de oficinas repletas de contables y m¨¢quinas de c¨¢lculo que advierten cuando un ciudadano vivo se transforma en muerto. Incluso si las causas del deceso son oscuras -como la muerte hace unos d¨ªas de un certero balazo por la espalda de un delicuente en Sanl¨²car de Barrameda a manos de un agente- los funcionarios hacen constar la metamorfosis y anotan con frialdad estad¨ªstica la causa probable del cambio de consideraci¨®n. La credibilidad democr¨¢tica de un Estado consiste en que no desaparezca nadie de la columna de vivos sin pasar simult¨¢neamente a la de los muertos. Los desaparecidos son una figura intermedia que prueba el atropello garrafal de alg¨²n derecho, en especial uno de esos derechos ¨¦tico-matem¨¢ticos caros a fil¨®sofos como Spinoza.
Espa?a es un pa¨ªs con un balance de vivos y muertos bien ajustado. Cuando alguien desaparece accidentalmente los funcionarios apenas tardan unas horas en encontrar el cuerpo ex¨¢nime y trasladarlo a la lista correspondiente. Buzos, bomberos, polic¨ªas y perros rastreadores suelen colaborar en estas tareas. Los Estados con las cuentas limpias no suelen mantener relaciones de confianza con aquellos otros cuya contabilidad no s¨®lo es err¨®nea sino que basan su poder en el terror y en la amenaza que supone el permanente descuadernamiento de sus arqueos.
Los marroqu¨ªes pertenecen a uno de esos Estados con la contabilidad perturbada. Sus muertos vagan por las aguas del Estrecho igual que algas o maderos a la deriva, ajenos a los libros de contadur¨ªa y al celo de los bur¨®cratas del registro civil. Aparecen en las costas de Tarifa, en las de Ceuta, n¨¢ufragos de no se sabe cu¨¢l naufragio, n¨²meros de desecho de un tesorero loco.
Y sin embargo, las autoridades de ese otro pa¨ªs que recoge los cad¨¢veres que deja escapar el de enfrente se empe?an en mantener unas relaciones en apariencia limpias, de igual a igual, de contable a contable. El Gobierno de la naci¨®n, la Junta de Andaluc¨ªa, negocian con Marruecos los tratados de pesca y asisten a las recepciones de sus gobernantes como si no existiera esa descompensaci¨®n de terror y de vileza, pensando quiz¨¢ con ingenuidad en que la apariencia de un correcto trato diplom¨¢tico fuera por s¨ª mismo un instrumento para corregir las cuentas desbordadas de vivos yde muertos.
Pero no es as¨ª. La camarader¨ªa exquisita, o el uso convencional de la diplomacia, carece de utilidad num¨¦rica. Si es horroroso que fallezcan los quince ocupantes de una patera m¨¢s sobrecogedor es que mueran veinte o cuarenta, que nosotros mismos, los que recogemos a los fugitivos y a los cad¨¢veres, tampoco sepamos cuadrar con todos nuestros adelantos contables las cifras de las v¨ªctimas y tengamos que recurrir a c¨¢culos estremecedores que de alguna forma igualan veinte y cuarenta, diez y treinta.
El reino de Marruecos, si no por una cuesti¨®n de derechos personales, al menos deber¨ªa concordar sus cuentas para conmemorar el A?o Mundial de las Matem¨¢ticas.
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