De la tabernita al McDonald
Viejos turistas a?oran el Madrid que conocieron mientras los j¨®venes buscan los lugares de cultura y diversi¨®n
La muchacha lleva un pantal¨®n corto, blanco. La muchacha ojea un mapa al que da vueltas, casi con desesperaci¨®n, entre las manos. Tiene la cara enfurru?ada. Y pecosa. Los hombros est¨¢n enrojecidos. Y el pelo, fosco, le cae sobre las gafas de montura met¨¢lica. El muchacho lleva un pantal¨®n de mil bolsillos. Y una pesada mochila a la espalda. El muchacho, paciente y silencioso, espera. Mira c¨®mo ella voltea el mapa, se?ala con el dedo, levanta la vista, observa una calle. Vuelve a mirar el mapa. El periodista, educado, dice:-Oiga, perdonen, soy periodista y quisiera...
La muchacha, rotunda, replica:
-No, no.
Tira de la mano del muchacho y se aleja con prisa. Un vigilante jurado mira con conmiseraci¨®n hacia el reportero. Le perdona, de momento, la vida. A la muchacha y al muchacho les han dicho que en la Puerta del Sol hay que tener cuidado. Que hay gente que enga?a a los turistas. Les han dicho que no se f¨ªen de nadie. Y ellos no se f¨ªan de nadie.
Sobre la Puerta del Sol cae una calorina casi s¨®lida. En la Puerta del Sol la siesta est¨¢ llena de gente que camina no se sabe ad¨®nde. De gente que espera no se sabe a qui¨¦n. Con este calor...
En la calle de Postas hay un hombre que enfoca su c¨¢mara hacia una tienda de sujetadores y bragas. Hay sostenes como serones, para la estanquera de Amarcord. Y bragas en las que cabr¨ªa la gorda del circo. Pero el hombre no fotograf¨ªa el g¨¦nero, con ser espectacular. El hombre enfoca el r¨®tulo, pintado en antiguas y bellas letras.
-Y ?para qu¨¦ quiere usted saber mi nombre? ?Qu¨¦ m¨¢s da?
-Hombre, no s¨¦...
-Bueno, ponga usted el de mi madre. Mi segundo apellido: Lite. Mi madre era espa?ola.
El hombre es uno de los aproximadamente 120.000 franceses que anualmente visitan la regi¨®n. Y la mujer que le acompa?a tambi¨¦n es francesa. El hombre, dice, lleva viniendo a Espa?a desde el a?o 50. Conoce Madrid. Y Salamanca. Y Sevilla. Y...
-Ha cambiado todo mucho. El Madrid que a m¨ª me gustaba va desapareciendo. Ya no queda casi nada. ?Ve? Tiendas como ¨¦sta apenas van quedando.
Conoce la historia de la plaza Mayor. Y sabe que se celebraban autos de fe. Que se corr¨ªan toros. Le gusta la plaza Mayor de Madrid. Como la de Salamanca.
-Me gustan las plazas de las ciudades espa?olas, como puntos de encuentro, como lugares para vivir.
En Madrid hay 186 hoteles con 41.600 plazas. Y 462 hostales que suman otras 13.620 camas. Pero cuenta monsieur Lite que ya no encuentra fondas. Se ve, por lo que dice, que a ¨¦l le gustaban las viejas fondas en las que todos terminaban conoci¨¦ndose. A las que uno volv¨ªa, a?o tras a?o. Ya no quedan. Van desapareciendo. Como las tabernas.
-Uno vuelve y se encuentra con un McDonald, ?ve usted? Como ese de ah¨ª.
Monsieur Lite mira con tristeza los colores brillantes del establecimiento. Los j¨®venes que salen con el vaso de pl¨¢stico en la mano.
No. Monsieur Lite se teme que entre los 12.250 establecimientos de bebidas que hay en Madrid no est¨¦n las viejas tabernas en las que ¨¦l disfrutaba hace a?os. ?sas con el banco corrido, donde los viejos del barrio se sentaban a pasar las horas. ?sas con la copita de valdepe?as. Con el agua corriendo por el mostrador de esta?o. Con olor a serr¨ªn y escabeche y mejillones. Monsieur Lite se encuentra ahora con vinotecas, establecimientos especializados, de vasos anchos y bajos. Ya no encuentra el vaso grueso y casi opaco. Aquellos que golpeaban el mostrador como un trallazo. Ni quedan dependientes de mandilillo a rayas que llenaban de una sola vez, con una pasada m¨¢gica, los diez o doce chatos, las copitas de la ronda.
A Helge Petersen y a Tom Nygaard como que les da lo mismo. Son noruegos. Y ellos quieren saber d¨®nde est¨¢ la marcha en Madrid. Llevan tres horas en la ciudad y ahora devoran su primera comida en un caf¨¦ del centro. El camarero, jovial, les mira casi con envidia:
-Comen como fieras. A ver, ?no ve usted que aqu¨ª es barato? Y encima les hablas en ingl¨¦s. As¨ª da gusto. No tienen que esforzarse.
Helge y Tom conocen ya el Museo del Prado. Pero por fuera.
-Y el... Ministerio de Sanidad, ?s¨ª?
Alguien les ha explicado que aquel edificio fara¨®nico es eso, el Ministerio de Sanidad. No han podido ver el museo. Estaba cerrado, se lamentan. Pero lo ver¨¢n otro d¨ªa. Quieren formar parte de esos casi dos millones de visitantes que cada a?o recorren sus salas.
Madrid les ha sorprendido.
-Cre¨ªamos que era una ciudad antigua. Y todo es moderno.
Alguien les explica que, un poco m¨¢s all¨¢, est¨¢ el Madrid de los Austrias, la plaza Mayor, la de la Paja, los mesones, el Barrio de las Letras.
-?Y para bailar?
-No s¨¦, para bailar, no s¨¦. Yo de discotecas...
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