Kathryn Bigelow salta de la acci¨®n a la vaciedad de la mala ret¨®rica
Sombra de Sean Penn
El concurso lleg¨® ayer a su d¨ªa m¨¢s aburrido y lleno de bajas calidades. La rara y curiosa comedia coreana Perro ladrador, poco mordedor (que tiene el m¨¦rito de ser la primera pel¨ªcula que hace un tal Bong Joon-ho, al que probablemente ni siquiera conocen en su casa, pero en el que se ven s¨®lidas maneras de gran director futuro) no logr¨® quitar de la boca de la gente festivalera el mal sabor que dej¨® la pel¨ªcula estrella de la jornada, un relato rimbombante y pretencioso titulado El peso del agua, escrito y dirigido por la estadounidense Kathryn Bigelow.La pel¨ªcula coreana por lo visto es una comedia, pero lo cierto es que esto hay que adivinarlo, porque su cadencia no se ajusta en absoluto a lo que entendemos por comedia en los patrones gen¨¦ricos del cine occidental.
Hay en ella un juego de gags montados sobre la mec¨¢nica del absurdo y el humor que destilan, m¨¢s que negro es cr¨ªptico, y a ratos brutal o cruel, lo que hace limitar a la comicidad de este Perro ladrador poco mordedor con el mism¨ªsimo territorio l¨²gubre del tragedi¨®n.
Kathryn Bigelow, por su parte, no abandona del todo, en esta su incursi¨®n dentro del cine de ret¨®ricas intelectuales y profesorales, su gusto, o regusto, por la zona rastrera del cine (eso s¨ª, combinado con otro regusto paralelo por la reflexi¨®n moralizadora) de violencia y acci¨®n fren¨¦ticas.Y concede a las im¨¢genes que le dieron renombre dos escenas, ciertamente torponas adem¨¢s de aparatosas. Una de ellas reproduce los truculentos asesinatos, al parecer ver¨ªdicos, de dos mujeres emigrantes noruegas, ocurridos a finales del siglo pasado en un peque?o puerto pesquero de la costa atl¨¢ntica de Estados Unidos; y otra que representa el espectacular, no truculento pero s¨ª muy trucado, naufragio del velero donde gente intelectual de ahora va a averiguar la verdad sobre aquellos todav¨ªa no resueltos cr¨ªmenes.
Entre los excursionistas a las bambalinas de este intrincado suceso, nos encontramos con un muy poco cre¨ªble Sean Penn, lleno hasta reventar de un almac¨¦n de estudiadas frasecitas y de muecas hechas a la medida de un personaje de escritor progre, c¨ªnico y con un punto de suicida exquisito, lo que no entra ni con embudo en el peque?o cuerpo del enorme actor, que se deja pegada a la piel de la hueca pantalla de la se?ora Bigelow esa mala presencia que es la ausencia de talento en quien lo tiene a raudales.
Se le ve fingir malamente a Sean Penn, se le ve esforzarse al actor en ser lo que no es, se le ve padecer haciendo algo que traiciona a su genio y al de su estirpe.
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