La ficci¨®n sionista
Me hallaba en Israel preparando un libro cuando todo salt¨® por los aires; vi c¨®mo los palestinos e israel¨ªes a los que trataba a diario y que normalmente viv¨ªan alejados de la pol¨ªtica, se hund¨ªan de repente en una pesadilla. Me hund¨ª con ellos. En pocos d¨ªas, el paisaje cambi¨® totalmente. Los que viv¨ªan en una coexistencia dif¨ªcil pero eventualmente posible, se han visto impelidos, por las malas o por las buenas, a unas solidaridades primitivas y mort¨ªferas: los ¨¢rabes a un lado, los jud¨ªos israel¨ªes a otro, y, como ¨²nico lenguaje com¨²n, los asesinatos de ni?os y el linchamiento de soldados. Un descalabro desolador.No estoy haciendo un paralelismo entre los "extremistas", esa simetr¨ªa que tanto gusta a Occidente no es de recibo en este caso; es peligrosa, y falsa. No se puede negar la urgencia absoluta de impedir lo irremediable, la carnicer¨ªa a gran escala; pero, dejando aparte las buenas intenciones, hay otra urgencia: comprender lo que ha pasado. Porque tal explosi¨®n de violencia no puede explicarse ¨²nicamente por el incidente que la desencaden¨®: la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas. Si el edificio pacientemente construido desde los acuerdos de Oslo, es decir, desde hace siete a?os, se ha desmoronado con tanta facilidad es porque la piedra angular que lo sosten¨ªa estaba podrida.
Me hallaba en Israel-Palestina para escribir un libro sobre 1948 -el a?o de la creaci¨®n de Israel y del desastre palestino-, una novela que contar¨ªa, desde los dos puntos de vista, el periodo que llev¨® a 1948. Pues en ese a?o se anud¨® algo que nunca se ha desatado, no s¨®lo un acto material perteneciente al pasado (Palestina, vaciada de las tres cuartas partes de sus habitantes en beneficio de Israel), sino tambi¨¦n algo perteneciente al ¨¢mbito de lo simb¨®lico, de lo traum¨¢tico, de lo inhibido, no s¨¦ exactamente qu¨¦, pero que no pasa y, por tanto, siempre pertenece al presente.
He aqu¨ª lo que yo intu¨ªa: antes de 1948, la sociedad palestina, instalada en su tierra desde hac¨ªa siglos, estaba persuadida de ser la realidad y observaba a los j¨®venes que desembarcaban de Europa para fundar un Estado jud¨ªo separado como una ficci¨®n casi risible, como una utop¨ªa irrealizable. Compraban tierras, hac¨ªan venir a inmigrantes; se luchaba contra ellos pero no ten¨ªan ninguna posibilidad de crear una sociedad totalmente jud¨ªa en lugar de la sociedad ¨¢rabe palestina. Era inconcebible. Por su parte, los sionistas que viv¨ªan la utop¨ªa, simplemente no ve¨ªan la realidad -es decir, a la gente- que ten¨ªan ante s¨ª. Y contra lo esperado, gracias a su determinaci¨®n y a un concurso de circunstancias excepcionales ("milagrosas", dicen los jud¨ªos creyentes), gan¨® la ficci¨®n, y al ganar transform¨® la "realidad" palestina en ficci¨®n. Vosotros no exist¨ªs, jam¨¢s hab¨¦is existido, no ¨¦rais m¨¢s que ¨¢rabes indistintos que hab¨ªais plantado vuestras tiendas en lo que desde la eternidad era nuestra tierra. Ya pod¨¦is gritar, desplegar ¨¢rboles geneal¨®gicos, t¨ªtulos de propiedad, el nombre de vuestros pueblos arrasados, que no cambiar¨¢ nada. Como m¨¢ximo diremos que es vuestra visi¨®n de la historia, pero la versi¨®n de curso legal ante los ojos del mundo es otra, la nuestra, la del peque?o Estado de Israel superviviente del Holocausto y rodeado sin raz¨®n por un oc¨¦ano de hostilidad ¨¢rabe.
En esa negaci¨®n est¨¢, en mi opini¨®n, el nudo del problema, ese algo que se produjo en 1948 y cuyo no reconocimiento se ha quedado atravesado en la garganta y hace que casi todo sea imposible.
Pues todo aquel que cuenta incansablemente su historia sin ser jam¨¢s cre¨ªdo se vuelve loco, violento y odia. Pero su terrible c¨®lera, destruir Israel, lanzar al mar a los jud¨ªos (devolver esa nueva realidad a la ficci¨®n), ¨²nicamente se ha vuelto contra ¨¦l, no ha hecho m¨¢s que confirmar la versi¨®n de su enemigo. En el fondo, los palestinos han pasado medio siglo bregando insensatamente para lograr una ¨²nica cosa: volver a la realidad, y no s¨®lo geogr¨¢ficamente.
En ese camino han marcado hitos importantes. En primer lugar han pasado de una situaci¨®n de inexistencia absoluta a otra de ser reconocidos con la boca peque?a. Los israel¨ªes m¨¢s l¨²cidos han admitido que Israel, Estado indiscutible, hab¨ªa ocupado, durante la guerra de los Seis D¨ªas, en 1967, unos territorios palestinos que hab¨ªa que devolver como contrapartida de la paz. Pero incluso un fil¨®sofo israel¨ª tan l¨²cido como Yeshayahou Leibovitz no pod¨ªa admitir que se le dijera que el modo de apropiarse de la tierra palestina no era muy diferente antes y despu¨¦s de 1967. Hablar de "eso", seg¨²n ¨¦l, era cuestionar la existencia de Israel. Pero precisamente de "eso" era de lo que se trataba: decir la verdad, reconocer lo que hab¨ªa pasado, no para cuestionar Israel -es materialmente imposible-, sino para lograr que los palestinos dejaran de volverse locos.
El estrechamiento de manos Arafat-Rabin, en 1993, fue el icono de lo tantos a?os esperado. Pero la imagen result¨® ser (parcialmente) enga?osa: no se trataba tanto de reconocer la verdad de 1948 como de otorgar a los palestinos que viv¨ªan en los "territorios" un estatus que permite a Israel desembarazarse de unas ciudades palestinas ingobernables. Pero ese gesto hist¨®rico de Rab¨ªn se separ¨® de la coyuntura, permaneci¨® como una brecha formidable en lo no-dicho. Un hecho revelador: en ese periodo emergieron los "nuevos historiadores" israel¨ªes que no s¨®lo contaron la realidad de 1948, sino que terminaron por imponer esa verdad en los libros de texto de suerte que cualquier ni?o israel¨ª aprende hoy en el colegio lo que sus padres y sus abuelos hicieron de verdad a los palestinos.
Y, sin embargo, siempre falta algo, ese algo. Tras la euforia de Oslo, los palestinos constataron que su vida era m¨¢s dif¨ªcil (por ejemplo, la libertad de circular), que los israel¨ªes no respetan los acuerdos firmados (por ejemplo, las fechas de evacuaci¨®n de Cisjordania) y, sobre todo, que la m¨¢quina de apropiaci¨®n de sus tierras no hab¨ªa dejado de funcionar ni un solo d¨ªa, nieve o caigan chuzos de punta, est¨¦ quien est¨¦ en el poder en Israel, la derecha o la izquierda.
Incluso lo que se les daba, jam¨¢s se les daba como un derecho, sino como una "concesi¨®n" generosa a cambio de otra concesi¨®n. Y cuando llegaba el d¨ªa de d¨¢rselo, si es que llegaba, siempre se hac¨ªa con un respingo -cuando Rab¨ªn estrech¨® la mano tambi¨¦n tuvo este gesto irreprimible de vacilaci¨®n-. Y todo porque los israel¨ªes siguen viviendo con su ficci¨®n, ¨¦sa es su tierra, tienen sobre ella un derecho hist¨®rico leg¨ªtimo, y lo que "ceden" a los ind¨ªgenas es como un regalo para lograr la paz.
Este foso imposible de cerrar entre las dos partes ha llevado, evidentemente, a la explosi¨®n de odio y violencia. Barak ha conminado entonces a Arafat a que logre inmediatamente la calma porque si no... ?qu¨¦? ?La guerra? Pero ?qu¨¦ guerra? ?Cu¨¢ntos muertos para acabar con tama?a c¨®lera y obligar a los ni?os a no tirar piedras? Israel descubre de repente la terrible dial¨¦ctica del fuerte y el d¨¦bil. Su superioridad militar es tal que no puede ser utilizada masivamente. Su ficci¨®n "humanista" no soportar¨ªa una carnicer¨ªa contra una poblaci¨®n casi desarmada ante las c¨¢maras del mundo entero. La bomba at¨®mica no es de ninguna utilidad frente a un enemigo armado con espadas de madera.
Igualmente inquietante para Israel es la rebeli¨®n de los ¨¢rabes israel¨ªes, esos "palestinos de 1948" que se quedaron y a los que se cre¨ªa pr¨¢cticamente domesticados. Se han manifestado para solidarizarse con sus hermanos de los territorios; les han disparado como a ellos. La decena de muertos que han sufrido ha hecho vacilar otra ficci¨®n (a no ser que sea la misma): tras 52 a?os de vida com¨²n, esos "ciudadanos israel¨ªes" dotados en principio de los mismos derechos que sus compatriotas jud¨ªos (entre ellos el de manifestarse) siguen siendo ¨¢rabes para su Gobierno. Todo el proceso de paz descansaba en la idea de que era posible crear un Estado-mu?¨®n palestino separado. Pero con los ¨¢rabes israel¨ªes que viven en Jaffa, Haifa o Nazaret no hay ninguna posibilidad de establecer una frontera.
No s¨¦ cu¨¢nto tiempo llevar¨¢, ni siquiera si es posible, pero estoy convencido de que no habr¨¢ paz posible si no hay un abandono formal de la ficci¨®n sionista. Las cosas cambiar¨¢n ¨²nicamente, quiz¨¢, el d¨ªa que un dirigente israel¨ª se levante para reconocer p¨²blicamente lo que se hizo a los palestinos en 1948, para inclinarse ante ellos y pedirles perd¨®n "ogmat nefesh" (desde el fondo del alma) no s¨®lo por la p¨¦rdida de su tierra y de su pa¨ªs, sino sobre todo por la negaci¨®n moral que desde hace medio siglo les ha transformado en fantasmas alelados y violentos.
Parece imposible, sobre todo ahora. Pero la alternativa es una guerra horrible, sin objetivo y sin fin.
El Ej¨¦rcito israel¨ª ha reconocido finalmente que mat¨® al ni?o en brazos de su padre, pero tambi¨¦n era por su culpa: no deb¨ªa estar all¨ª. En resumen, ¨¦sta es toda la historia: los palestinos no deb¨ªan, sencillamente, haber estado all¨ª, hubiera sido mejor.
S¨¦lim Nassib es escritor.
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