El peso de los s¨ªmbolos
Comparto la cr¨ªtica que la puesta en escena de La mujer sin sombra, estrenada el lunes en el Liceo, mueve hacia la propia obra: el exceso de simbolismo perjudica seriamente su traducci¨®n al lenguaje teatral.Se ha repetido muchas veces, quiz¨¢ abusando de la an¨¦cdota, que Richard Strauss y Hugo von Hoffmansthal pretendieron reeditar la exitosa mirada al universo mozartiano que tan buenos dividendos de popularidad les hab¨ªa proporcionado en El caballero de la rosa: si en aquella ocasi¨®n (1911) hab¨ªan evocado con nost¨¢lgica y exquisita decadencia la atm¨®sfera de Las bodas de F¨ªgaro, en esa (1919) se propon¨ªan algo similar en relaci¨®n con La flauta m¨¢gica.
Es obvio que semejante prop¨®sito iba a dar resultados nada equiparables al experimento anterior. Aunque igualmente valorada por la cr¨ªtica tras su estreno en la Staatsoper de Viena, ni mucho menos La mujer sin sombra tendr¨ªa el mismo grado de aceptaci¨®n por parte del gran p¨²blico. Es f¨¢cil comprender por qu¨¦: las referencias al g¨¦nero de la Za¨¹beroper -¨®pera m¨¢gica, como son la propia Flauta, El cazador furtivo y El anillo del Nibelungo- son mucho menos inmediatas que las de la commedia in musica. Aparte de eso Hoffmansthal se complic¨® tremendamente la vida con un texto natalista en el que una emperatriz misteriosa pretende robar la fertilidad, identificada con su propia sombra, a una mujer del pueblo, dispuesta a renunciar a ella.
La mujer sin sombra
De Richard Strauss, sobre un libreto de Hugo von Hoffmansthal. Int¨¦rpretes: Thomas Moser, Susan Anthony, Hanna Schwarz, Wolfgang Sch?ne, Eva Marton, Wolfgang Rauch. Direcci¨®n esc¨¦nica: Andreas Hamoki. Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Direcci¨®n musical: Peter Schneider. Barcelona, Liceo, 30 de octubre.
La inteligente direcci¨®n de Andreas Hamoki, apoyada en la no menos sabia escenograf¨ªa de Wolfgang Gusmann, opta por colocar el galimat¨ªas simb¨®lico en los decorados y el vestuario con el fin de concentrarse en el drama humano y en su derivado esc¨¦nico: la direcci¨®n de actores. Es una operaci¨®n reduccionista, es cierto, pero tambi¨¦n esclarecedora. No muy lejos de esos planteamientos anduvo Wieland Wagner cuando recuper¨® en la posguerra la obra de su abuelo.
Dicho lo cual, a?adamos que el cuento de Hoffmansthal nunca habr¨ªa conocido la fortuna de no ir acompa?ado por la sutilidad de la partitura straussiana. No estamos aqu¨ª ante Salom¨¦ o Elektra, tan contundentes como pretendidamente b¨¢rbaras, sino ante un juego arm¨®nico y mel¨®dico mucho m¨¢s elaborado, m¨¢s dado al desarrollo de precisi¨®n que al brochazo expresionista.
Precisa pues de un director con aptitudes especiales para bucear a pulm¨®n en la espesa escritura y una orquesta capaz de responder a los dif¨ªciles equilibrios din¨¢micos y t¨ªmbricos. Lo primero s¨ª acudi¨® al foso del Liceo: Peter Schneider nada con este repertorio como pocos saben hacerlo. En cuanto a lo segundo, la orquesta del Liceo no consigui¨® sacar ese tan indefinible como imprescindible color para que Strauss suene a Strauss. Es cierto que hubo destellos de ¨¦l en el tercer acto, pero no los suficientes.
Brill¨®, en cambio, el reparto de voces. La pareja humana fue sin duda la m¨¢s potente y equilibrada. Wolfgang Sch?ne propuso un Barak limpio, comedido y honesto, como corresponde al tintorero simpl¨®n que encarna. La fuerza de Eva Marton, ¨ªdolo lice¨ªsta donde los haya, se impuso con rotundidad a la hora de dar vida a la se?ora de Barak. Fue largamente recompensada con una c¨¢lida ovaci¨®n. Sali¨® airoso del envite Thomas Moser como Emperador. Hizo sufrir a veces, cuando forzaba el agudo muy concretamente, pero super¨® el compromiso: duro compromiso, por cierto, cuando el propio Strauss reconoc¨ªa sus dificultades de escritura para con el tenor. De menos a m¨¢s fue la Emperatriz de Susan Anthony, que pidi¨® comprensi¨®n al comienzo de la funci¨®n pero que, por fortuna, acab¨® por no necesitarla. De muy buena factura, tambi¨¦n, la nodriza de Hanna Schwartz.
Complet¨® bien el reparto el tr¨ªo de tullidos que acompa?an a Barak y los sirvientes y guardianes que conformaron el reducido pero efectivo coro que precisa la obra. En definitiva, un espect¨¢culo de calidad.
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