"No es la tecnolog¨ªa, imb¨¦cil"
Como es habitual, la literatura del verano nos trajo una serie de alarmantes art¨ªculos sobre el inminente final del libro, superado en un pr¨®ximo futuro por muy diversos inventos tecnol¨®gicos. No voy a analizar aqu¨ª esta cuesti¨®n, que considero por otra parte del mayor inter¨¦s. Creo que la influencia de las nuevas tecnolog¨ªas merece un debate riguroso. Pero me niego a aceptar que de este estado de confusi¨®n se deriven argumentos para justificar el incierto futuro del sector, como algunos pretenden hacernos creer. Vale la pena analizar la fr¨¢gil situaci¨®n del libro y no permitir que algunos de los responsables directos de esa situaci¨®n nos enga?en con la patra?a de la tecnolog¨ªa que nos asfixia.Quiero empezar recomendando vivamente la lectura del libro de Schiffrin La edici¨®n sin editores (Destino), que clarifica tan elocuentemente lo sucedido en EE UU, Europa y por extensi¨®n en Espa?a. Hace ya algunas d¨¦cadas que las absorciones, la concentraci¨®n editorial y la entrada masiva de capital europeo pusieron al frente de las decisiones de algunas editoriales a ejecutivos, con un discurso que ellos pretend¨ªan agresivo y moderno, pero que estaba construido de obviedades y recetas de manualillo. Lo m¨¢s destacable de este discurso, de consignas breves y razonamientos cortos, eran piezas tales como: Estamos aqu¨ª para vender. Esto no es una ONG. La rentabilidad es nuestra meta. El mercado es el que manda. Dignas todas ellas de figurar en un breviario de lo que Jos¨¦ Antonio Marina denomina con acierto cultura flash. Refiri¨¦ndose a la calidad como meta, Einaudi hab¨ªa dicho que para ser libre hab¨ªa que ser rentable; para estos ejecutivos hacer viable la calidad intelectual no era una utop¨ªa, sino una imposible quimera. Seg¨²n ellos, el camino de los grandes beneficios pasa, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, por el culto a la vulgaridad. Halagar el mal gusto para conquistar un p¨²blico m¨¢s amplio.
El dec¨¢logo que a continuaci¨®n expongo condensa, a mi entender, las perniciosas consecuencias de esta pol¨ªtica editorial. No me quedar¨ªa tranquilo si no hiciera aqu¨ª menci¨®n -forzosamente gen¨¦rica- de los muchos editores vocacionales que con su labor dignifican la profesi¨®n. A casi todos los he tratado personalmente. Con algunos tuve la suerte de compartir esfuerzos y proyectos. Algunos han consolidado su independencia, otros combaten con ¨¦xito la presi¨®n de sus directivos. Todo ello no hace sino corroborar mis tesis sobre la prevalencia del trabajo reposado y el talento.
Vuelvo a mi dec¨¢logo:
1. La falta de visi¨®n hizo que estos reci¨¦n llegados ejecutivos arremetieran con furia contra los fondos editoriales construidos a lo largo de d¨¦cadas y destinados a perdurar en el tiempo. Eran la inversi¨®n de futuro de muchos peque?os editores. Ahora ya no superaban la criba de la rentabilidad.
Hoy d¨ªa, un paseo por el ISBN (base de datos que recoge todo lo publicado en el Estado espa?ol) nos certifica la defunci¨®n de una gran parte de los cl¨¢sicos de la literatura y el pensamiento, gracias a la destructora labor de estos directivos, coadyuvados por algunas filibusteras operaciones de quiosco, en ocasiones impulsadas por ellos mismos. Obras de multitud de autores son inencontrables. La benem¨¦rita acci¨®n de algunos editores permite que hoy sea noticia la recuperaci¨®n de algunos de ellos. Esta temporada vuelven E?a de Queiroz, Stefan Zweig, Arturo Barea, nuevas traducciones de Proust, etc¨¦tera.
2. Tambi¨¦n se abandonan los cl¨¢sicos en la literatura infantil y juvenil en favor de versiones light tipo Factor¨ªa Disney. Se promueven versiones castizas de personajes ya consagrados en otras ¨¦pocas o historias de h¨¦roes pol¨ªticamente correctos. Los mas j¨®venes conocen a Babar, Pooh o Mowgli, pero autores-personajes literariamente tan brillantes como Brunhoff, Mi1ne o Kipling quedan en el anonimato o, en el mejor de los casos, ocupan un espacio ilegible en las p¨¢ginas de cr¨¦dito.
3. Editar muchas novedades -somos el quinto pa¨ªs por producci¨®n de t¨ªtulos/a?o- es el ¨²nico camino para enjugar unas pr¨¢cticas muy poco austeras. El nuevo gui¨®n de nuestros protagonistas lleva escritos elevados honorarios, h¨¢bitos de dise?o y generosos gastos de representaci¨®n. Todo es poco para alcanzar umbrales de rentabilidad disparatados. La presi¨®n que ejercen sobre las comerciales es asfixiante. Para ocupar m¨¢s y m¨¢s espacio en las librer¨ªas y mantener la atenci¨®n, han abusado hasta el empacho de las antolog¨ªas de art¨ªculos period¨ªsticos, del prologuista de renombre que sirve de reclamo a un bodrio, de las redacciones de ¨¦pocas escolares de autores ya consagrados, de los ensayitos de fast thinkers sobre temas de moda, del equ¨ªvoco deliberado en los t¨ªtulos, etc¨¦tera.
4. La posmodernidad les dio una rica fuente de inspiraci¨®n y un cierto respiro. El gusto por la superficialidad, la ligereza, la correcci¨®n pol¨ªtica, la sacralizaci¨®n del respeto por lo diferente fue para ellos todo un lujo editorial. Nos inundaron con esoterismo y literatura adjetivada.
5. Pero la m¨¢xima perversi¨®n fue la deslumbrante aparici¨®n de los autores medi¨¢ticos. La popularidad televisiva es patente de corso para escribir un libro de memorias, de cocina, de salud, de literatura (todos los g¨¦neros). Y, ?por qu¨¦ no?, para alcanzar la cumbre de codiciados premios. A golpe de mando a distancia se garantizan la imprescindible superficialidad y el eco en los distintos canales. La m¨¢xima de los poetas decimon¨®nicos: Si me lees te leo, se ha convertido en: Si hablas de mi libro en tu programa te dar¨¦ un trato rec¨ªproco.
6. As¨ª las cosas, los autores por quienes se hab¨ªa apostado para el futuro, cuya fidelidad era un activo fundamental, no encontraron ninguna raz¨®n para mantenerse fieles a un sello editorial que estaba sazonando de aberraciones su cat¨¢logo, cuyas se?as de identidad se hab¨ªan perdido. La codicia de algunos agentes les facilit¨® el camino. Hoy publican aqu¨ª y ma?ana enfrente. As¨ª, entre unos y otros, pusieron en marcha un star system disparatado y sin fundamento, que para mayor desgracia ha malogrado m¨¢s de un talento.
7. Uno de los pilares de toda esta filosof¨ªa es la caza del best seller. El mercado hace que se disparen los adelantos y se hacen operaciones sin evaluar la oportunidad, el contexto o ciertos est¨¢ndares de calidad m¨ªnimamente exigibles. Lo peor es que en esta irreflexiva pugna se cosecharon descalabros memorables. Estas cuantiosas p¨¦rdidas trajeron nuevos y m¨¢s generosos recortes en el haber intelectual y en la solidez, cimentada a largo plazo, de los cat¨¢logos.
8. En nuestro pa¨ªs, la publicaci¨®n de libros estaba asegurada por la cantidad y variedad de editoriales, cuyas cifras de negocio se presentaban l¨®gicamente escalonadas. Estos pelda?os son hoy abismos y un porcentaje de empresas inferior al 4% del total controla una facturaci¨®n superior al 70%. Nacen y mueren cientos de editoriales, cuya ef¨ªmera actividad se explica sobradamente por el panorama descrito. Lanzar nuevas promesas que apunten alg¨²n atractivo y mantenerlas fieles a su sello es una tarea imposible. Competir con medios raqu¨ªticos en las atestadas mesas de novedades es harto improbable.
9. Los j¨®venes escritores viven instalados en la depresi¨®n. El agravio comparativo de tanto libro basura publicado y el efecto perverso de la imagen de ¨¦xito social, que se vende como paradigma de la profesi¨®n, los confunde y desorienta. Cientos de ideas originales, que no resisten comparaci¨®n alguna con la mediocridad de gran parte de las entre 20.000 y 30.000 novedades -estad¨ªsticamente representativas- que se publican cada a?o, esperan una oportunidad, que casi nunca llega.
10. ?Fomentar la lectura? ?Con estas alforjas? Los adultos compran libros que no se leen -en ciertos casos ser¨ªa un acto casi heroico-. Se ojean superficialmente y se comentan con creciente frivolidad. Para los j¨®venes, el mundo del libro es un muermo. En muchos institutos la lectura es equiparable a un refinado castigo f¨ªsico, que no induce precisamente pasiones por el libro. Con lo poco que los chavales hayan le¨ªdo, captan inmediatamente que el rey va desnudo y cambian el chip.
Espa?a ha alcanzado as¨ª la dudosa gloria de ser el segundo pa¨ªs menos lector de Europa.
Finalmente, cito a Schiffrin: "Estos nuevos editores han logrado la haza?a de arruinar el capital intelectual de las editoriales, disminuir su reputaci¨®n y perder dinero al mismo tiempo". Ahora nos cuentan que la imparable ascensi¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas es la causa ¨²ltima de su fracaso.
Yo pienso justamente todo lo contrario, las facilidades del mundo de la comunicaci¨®n han de permitir recuperar espacio a los editores que siguen apostando por la calidad, la densidad del cat¨¢logo y la paciencia. Tiempo habr¨¢ de ver c¨®mo estos directivos de impecable estilo posmoderno vuelven a sus negocios de origen, de los que nunca debieron salir. A¨²n volveremos a la edici¨®n con editores.
Luis Mart¨ªnez Ros es editor.
Babelia
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