Un andaluz cosmopolita IGNACIO MART?NEZ
T¨ªmido y perfeccionista como nadie, a Carlos Cano le dio p¨¢nico durante a?os subirse a un escenario; tard¨® tiempo en saber disfrutar del contacto con el p¨²blico. Fue siempre un rebelde, antes y despu¨¦s del ¨¦xito. No sab¨ªa "quedar bien" si sus sentimientos o sus ideas estaban de por medio.Una de sus primeras composiciones fue ponerle m¨²sica a un poema de Garc¨ªa Lorca, Casida de las palomas oscuras. Esta canci¨®n, que grabar¨ªa dos veces, en Cr¨®nicas granadinas (1978) y El div¨¢n de Tamarit (1998), le abri¨® las puertas de su deb¨² internacional: En diciembre de 1972 se organiz¨® en la sede de la Unesco en Par¨ªs un homenaje mundial a Garc¨ªa Lorca y alguien le recomend¨®. Lo llevan sin conocerle "s¨®lo porque dicen que he hecho una cosa de Lorca", y no tienen dinero para pagarle a nadie y menos a artistas desconocidos. "Lo que me ofrecen es un trabajo; estuve un mes y medio en la Unesco llevando papeles por los despachos". Durante la actuaci¨®n ten¨ªa unos nervios horrorosos: "Enrique Morente, que estaba en la primera fila, me cog¨ªa la pierna para que no se me moviera, dici¨¦ndome, 'tranquilo, grana¨ªno, tranquilo, paisano'".
En el debate que se celebr¨® en la Unesco ya dej¨® la tarjeta de visita de su car¨¢cter: "Empezaron a discutir entre ellos, los franceses, todo el mundo, y de pronto yo, tan t¨ªmido, que estaba callado, callado, explot¨¦ y dije: 'Nosotros parimos los poetas y los fusilamos, para que ustedes los franceses puedan escribir libros de ensayo'. Hubo un silencio absoluto y una voz dijo 'me gusta ese muchacho'. Era Ian Gibson, all¨ª nos conocimos".
Nunca le sedujo el poder. Su abuelo materno fue un qu¨ªmico socialista fusilado en el 36 y ¨¦l era un antifranquista predestinado. Pero cuando lleg¨® la democracia y el PSOE fue ganando elecciones en las grandes ciudades, las diputaciones, las comunidades aut¨®nomas y finalmente gobern¨® en Espa?a, Carlos no se sinti¨® "uno de los suyos". Estaba casi siempre apoyando causas perdidas.
Se sum¨® al incipiente movimiento nacionalista andaluz, y respald¨® a organizaciones de jornaleros, como el Sindicato de Obreros del Campo que presid¨ªa en aquellos a?os de la transici¨®n el cura p¨¢rroco de Los Corrales (Sevilla), Diamantino Garc¨ªa. Tampoco quiso convertirse en la bandera pol¨ªtica de nadie. En 1977, despu¨¦s de publicar sus dos primeros discos, dio un recital en Madrid en el Teatro Alcal¨¢, que estaba lleno a rebosar. El ambiente estaba tan caldeado antes de empezar, que Carlos se temi¨® que derivara en un mitin. Alguien grit¨® "?Viva Andaluc¨ªa libre!" y ¨¦l contest¨® muy seco "?Viva Andaluc¨ªa sensible!" y calm¨® el ¨¢nimo de los entusiastas.
Era amigo del sarcasmo; reivindicaba su franqueza y escasa mano izquierda como "herencia de la mala foll¨¢ grana¨ªna", de la que se re¨ªa con guasa. Sin embargo se enamor¨® del humor gaditano, como paso previo a su idilio con La Habana. Su primer ¨¦xito de multitudes fue precisamente la Habanera que compuso con Antonio Burgos. El preg¨®n del Carnaval de C¨¢diz que hicieron juntos en 1988 (¨¦l con un tipo de marino) acab¨® para siempre con su miedo esc¨¦nico.
En Andaluc¨ªa, donde la mayor parte de la gente piensa que "su tierra" es su pueblo o ciudad natal y Espa?a, Carlos Cano ha sido un raro ejemplo de ciudadano que no ha sido menos granadino, ni menos espa?ol, por sentirse, sin estridencias, un andaluz completo y orgulloso de serlo. Y al mismo tiempo, un ser cosmopolita curioso y preocupado por cualquier persona o lugar del planeta.
Vivi¨® entre Sevilla y Granada desde su operaci¨®n a vida o muerte de Nueva York en 1995. Su ¨²ltima verdadera preocupaci¨®n era ver crecer a su hijo Pablo, que pronto har¨¢ los cinco a?os.
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