Nanas de la cebolla

Ayer comimos verduras. Ali?¨¦ una buena ensalada con lechuga, tomates, zanahoria rayada, unas tiras de remolacha y cebolla. Sal, vinagre y un buen chorro de aceite de oliva virgen. Mi mujer hirvi¨® unas jud¨ªas verdes y un poco de coliflor con patatas. Finalmente, rebozamos y pasamos por la sart¨¦n unas rodajas de berenjena mientras se horneaban unos pimientos verdes y rojos. Comimos con apetito, escuchando las noticias del d¨ªa. Comimos hasta que reparamos en las manos invisibles que, quiz¨¢s, recolectaron la lechuga, la zanahoria... Sentimos una ternura indecible al fijarnos en el brillo morado de la piel de la berenjena. Y un dolor may¨²sculo al ver las mondas de las patatas, todav¨ªa sobre el mostrador de la cocina. Algunas de esas manos ya no nos traer¨¢n nunca m¨¢s esp¨¢rragos ni coles. Un tren, un paso a nivel sin barreras, un conductor que no ve un tren que se acerca, una furgoneta vieja, sin fuerzas, crucificada en unas v¨ªas de ferrocarril, la mala suerte cebada en los que nunca tuvieron suerte, la zozobra continua de los sin papeles, la incomprensi¨®n o la dejadez hacia sus hijos de la madre patria, la larga y negra mano de la explotaci¨®n... ?bamos a dejar de comer, pero decidimos que era un buen homenaje apurar hasta el ¨²ltimo bocado. En cada tomate empezamos a ver una representaci¨®n del mundo, partido por la mitad de su ecuador. A nuestros hijos les dijimos que lo de los ojos enrojecidos era por culpa de la cebolla.-