Comunidad y capitalidad
El tema de la 'capitalidad', un viejo asunto que s¨®lo logra parecer pac¨ªfico cuando se silencia, vuelve a ser objeto de discusi¨®n en Andaluc¨ªa. Las fanfarrias del narcisismo capitalino y los tambores de guerra del localismo agraviado vuelven a sonar, con renovado vigor, entre nosotros. Nadie deber¨ªa sorprenderse por ello. En Andaluc¨ªa, hablar de 'capital' comporta, en muchos casos, una intencionada y fat¨ªdica disociaci¨®n, con base por cierto en la propia Academia de la Lengua, entre 'lo tocante o perteneciente a la cabeza' y 'lo que rinde u ocasiona rentas, intereses o frutos'. No es infrecuente que la capitalidad se ejerza a la contra y a costa de quienes no la tienen. Siempre cabr¨¢, pues, la fundada sospecha de que, aqu¨ª y ahora, la cuesti¨®n de la capitalidad no est¨¢ planteada en t¨¦rminos de racionalidad pol¨ªtica, sino en clave de intereses territoriales, particularismo social y rentabilidad local. No es impertinente, por tanto, hablar y discutir sobre el ejercicio de esa capitalidad y sus efectos en el conjunto de la Comunidad.
Quiz¨¢ debi¨¦ramos, antes de nada, esquivar una difundida y peligrosa confusi¨®n, proclamando una obviedad. Ninguna capital en el mundo, y la de Andaluc¨ªa tampoco, lo es por naturaleza, por la gracia divina o por arcana predestinaci¨®n, sino por concreta decisi¨®n hist¨®rica, artificial, relativa y, por lo mismo, discutible. Cuando se han querido rehuir el rigor y las exigencias de la argumentaci¨®n racional, se ha procurado sustancializar lo accidental o dogmatizar lo relativo declar¨¢ndolo 'natural'. Pido, pues, disculpas por solemnizar lo obvio: la ciudad de Sevilla no es capital de Andaluc¨ªa ni por 'derecho divino' ni por 'derecho natural', sino por decisi¨®n pol¨ªtica, hist¨®ricamente datada, del Parlamento andaluz. Sentado lo cual, ya estamos en condiciones de hablar del tema sin enga?osos dogmatismos y sin metaf¨ªsicas de contrabando.
La capitalidad, esa llamada 'espec¨ªfica realidad objetiva', ?nos impone a los dem¨¢s alguna reverencial pleites¨ªa? Pienso sinceramente que la capitalidad, como el poder, perjudica y desgasta, sobre todo, a quienes no la tienen. Y me inclino a pensarla como conjunto de deberes m¨¢s que como conjunto de privilegios. Tengo la convicci¨®n, igualmente sincera, de que la capitalidad de Sevilla ha sido mal entendida y peor ejercida en Andaluc¨ªa. Algo no anda bien cuando la cuesti¨®n de la capitalidad, lejos de ser un elemento vertebrador, integrador y generador de cohesi¨®n, aparece como evocaci¨®n de un rechazable narcisismo chauvinista, como un referente de ciertas actitudes de prevalencia o como motivo para la denuncia de situaciones de agravio comparativo. Algo ha fallado cuando la preocupaci¨®n por establecer una nueva centralidad pol¨ªtica y administrativa se ha impuesto, sin pudor y con cierto descaro, a las exigencias de equilibrio y articulaci¨®n territorial. Siempre me pareci¨® rechazable cubrir con el manto de la capitalidad viejos resabios centralistas o inaceptables pretensiones localistas.
La actual pugna Sevilla-M¨¢laga es tan enga?osa como indecente. Para algunos inaceptable. Parece como si los dem¨¢s debi¨¦ramos alinearnos necesariamente y formar en alguno de los dos equipos. Falso dilema. Antes de hablar de capital, capitalidad o capitalidades, hay que hablar de desequilibrios, marginaci¨®n, postergaci¨®n y agravios. Porque haberlos los hay. No se trata de simples percepciones subjetivas de situaciones irreales. Mucho menos son fruto de la envidia o del rencor, como se pretende desde interpretaciones tan irrespetuosas como altaneras. Si se mira desde Granada, por ejemplo, que no es ciertamente caso ¨²nico, se aprecian graves desequilibrios en infraestructuras de comunicaci¨®n, salta a la vista la obsolescencia ferroviaria en contraste con la alta velocidad, se sufre un progresivo aislamiento intra y extracomunitario, la desconexi¨®n entre el Mediterr¨¢neo oriental andaluz y el occidental, la end¨¦mica desertizaci¨®n industrial, los espectaculares d¨¦ficits en equipamientos sociales y culturales y, sobre todo, un evidente y lacerante ninguneo pol¨ªtico permanente. Y como no hay nada que no sea susceptible de empeorar, una servil dependencia financiera, como la que se ve venir, podr¨ªa contribuir a agravar a¨²n m¨¢s alguna de las variables anteriores. Lo que suele ocurrir es que cualquier actitud cr¨ªtica o reivindicativa es leg¨ªtima, natural y l¨®gica, cuando se formula en el sagrado nombre de la capital sevillana, y se llama localismo de corto alcance, pol¨ªtica de campanario y deslealtad auton¨®mica, cuando se hace desde cualquier otra parte del territorio.
La fragilizaci¨®n de los liderazgos pol¨ªticos territoriales ha facilitado, sin duda, la emergencia de incuestionados liderazgos capitalinos. Es m¨¢s, mientras los pol¨ªticos locales est¨¢n casi siempre bajo la sospecha de un localismo centr¨ªfugo e insolidario, los ejercientes en la metr¨®poli son de confianza y la 'visi¨®n de Estado' se les presume. Antes, el desplazamiento a determinada ciudad andaluza supon¨ªa, en versi¨®n popular, la p¨¦rdida de 'la silla'; ahora, sin embargo, el que no viaja a la dicha ciudad-capital es el que no la tiene en modo alguno garantizada. De esta manera, mientras unos territorios se capitalizan m¨¢s cada d¨ªa, otros est¨¢n pol¨ªtica y econ¨®micamente descapitalizados, es decir, empobrecidos y privados de cabezas. El empobrecimiento pol¨ªtico local, sin embargo, adem¨¢s de ser un mal negocio para mantener una democracia de calidad, impide la articulaci¨®n de Andaluc¨ªa como Comunidad.
Este es, ciertamente, un debate perverso. Pero responde a situaciones y sensaciones reales o percibidas como reales. La peor desvertebraci¨®n posible es la sicol¨®gica, y Andaluc¨ªa la padece. En lugar de liderar una apuesta sincera por la vertebraci¨®n territorial, la lucha por la capitalidad suele encubrir una sofisticada forma de exhibici¨®n localista. A veces, un imp¨²dico y mal disimulado complejo de superioridad social sevillana lastra la necesaria preocupaci¨®n por alcanzar mayores niveles de funcionalidad pol¨ªtica y administrativa en el seno de la Comunidad Aut¨®noma. Es un mal camino para el futuro de Andaluc¨ªa como comunidad, que precisa articular un sistema equilibrado de ciudades y una sociedad en la que todos los andaluces se sientan tratados, equipados y servidos con igualdad. Ser¨ªa m¨¢s que lamentable que, andando el tiempo, los andaluces nos encontr¨¢semos con una capitalidad prepotente y fuerte, y privados de una Comunidad Aut¨®noma social y pol¨ªticamente vertebrada . Sencillamente insoportable.
Antonio Jara Febrero es profesor de Filosof¨ªa del Derecho Universidad de Granada y ha sido Alcalde de Granada
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.