Y cay¨® el diluvio
La corrida transcurr¨ªa "ni bien ni mal..., una de tantas", que dec¨ªa el poeta Rafael Duyos, cuando cay¨® el diluvio.
El diluvio universal, seg¨²n testigos presenciales. Quiz¨¢ no fuera tanto y tampoco conviene exagerar: en peores garitas hemos hecho guardia. Pero s¨ª es cierto que la lluvia con rabia, con mala leche; o sea, a dar.
A los de la grada no les ca¨ªa nada, porque est¨¢n en lo enjuto.No se crea que se trataba de un privilegio sino, por el contrario, de la justicia distributiva. Enti¨¦ndase: la grada de la Maestranza es un suplicio. En la grada de la Maestranza meten cuatro donde caben dos, el pasillo lo tienen convertido en localidad, el p¨²blico est¨¢ amontonado, muchos ni siquiera encuentran el sitio y han de permanecer de pie, con lo que no dejan ver a los de atr¨¢s. Y eso si entran pues el acceso es tan angosto que s¨®lo permite pasar de uno en uno; y si comi¨®, de lado... En el remoto supuesto de que el ¨®rgano administrativo competente pasara una inspecci¨®n como es debido a la grada de la Maestranza, a alguien se le iba a caer el pelo.
Luego es justo, equitativo y saludable que si llueve los de all¨ª no se mojen y puedan ver la corrida tan serranos; sin calarse hasta los huesos y coger una pulmon¨ªa. Que es, exactamente lo que les pudo suceder a los espectadores del tendido. Son muchos los aficionados y las personas advertidas que, por esta raz¨®n, prefieren las incomodidades de la grada, a cambio de estar a salvo de los cataclismos meteorol¨®gicos. Quiz¨¢ ese fue el motivo de que acudiera all¨ª el presidente auton¨®mico Jos¨¦ Bono y se sentara en la quinta fila, de puro inc¨®gnito.
Lidi¨¢base el cuarto toro cuando cayeron unas gotas (nada del otro jueves) y el tendido entero peg¨® un respingo; la gente, sobresaltada, cubri¨¦ndose precipitadamente con lo que encontraba a mano, rumor del afanoso desplegar de chubasqueros, paraguas abiertos, gran alboroto... Parec¨ªa el bombardeo de Guernica. Y por el quinto el panorama ya tom¨® distinto cariz: lluvia torrencial empapando cuanto pillaba, embarrando el albero, diluy¨¦ndolo bajo el agua...
Y, mientras, Enrique Ponce pegando derechazos o sus conocidos ayudados. El hombre no paraba ni por caridad. Nadie puede negar el m¨¦rito que tiene un torero empapado toreando sobre el barrizal. Sin embargo la faena iba tan avanzada y llevaba en su haber tantos pases, que prolongarla carec¨ªa de sentido.
Ponce hab¨ªa estado insustancial y aburrido con el segundo toro, y en cambio a ese quinto de encastada embestida y noble comportamiento le encontr¨® el sitio; principalmente al doblarse por bajo y rematar con un cambio de mano que core¨® el p¨²blico maestrante. Se trataba del primer ol¨¦ aut¨¦ntico que o¨ªa Enrique Ponce en la tarde y eso le anim¨® para dar tandas de derechazos y naturales de voluntariosa factura aunque fuera cacho y abusando del pico. Acab¨® cuajando los ayudados mencionados, que son su especialidad, y apenas le hicieron caso pues la gente estaba a guarecerse de la lluvia.
Tanta ca¨ªa, sin que se le viera el fin, que la suspensi¨®n se dio por descontada, habida cuenta de que d¨ªas atr¨¢s una corrida estuvo parada media hora s¨®lo porque chispeaba. Pero qu¨¦ va: ante la general sorpresa, el presidente sac¨® el pa?uelo y sali¨® el sexto toro.
Se ve que El Juli estaba empe?ado en abrir la puerta del Pr¨ªncipe y esa habr¨ªa de ser la ocasi¨®n. Ahora bien, no la abri¨®, pese a que impresionaba su valent¨ªa entrando a quites, banderilleando peligrosamente, arrim¨¢ndose en los muletazos con los pies hundidos en el barro. Mat¨® regular y se le premi¨® con una oreja que no sumaba lo suficiente para que lo sacaran en triunfo por la m¨ªtica puerta de la Maestranza.
En su toro anterior estuvo El Juli igual de pundonoroso, hizo el poste en las gaoneras al estilo de Tom¨¢s, reuni¨® banderillas asom¨¢ndose vertiginosamente al balc¨®n, realiz¨® una faena de escaso arte compensada con el entusiasmo y la valent¨ªa y se gan¨® otra oreja.
Director de lidia iba Espartaco, a quien correspondi¨® el lote de menos recorrido y, por tanto, m¨¢s limitado lucimiento, al que aplic¨® sendas faenas de mediocre composici¨®n.
Para entonces, en efecto, la corrida transcurr¨ªa ni bien ni mal: una de tantas. Los alardes del joven El Juli, tanto como las ventajillas que se tomaban los veteranos Espartaco y Ponce, y la poquedad de los toros, eran los esperados. Hasta que lleg¨® el diluvio y purific¨® la fiesta. O la lav¨® la cara; depende de c¨®mo se mire.
Parlad¨¦ / Espartaco, Ponce, Juli
Toros de Parlad¨¦ (4?, sobrero, en sustituci¨®n de uno que se romp¨¬¨® un cuerno), terciados, justitos de presencia, manejables en general. Espartaco: estocada corta (silencio); pinchazo, estocada corta y rueda de peones (palmas). Enrique Ponce: cuatro pinchazos, estocada corta tendida trasera, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (silencio); pinchazo y estocada corta (palmas). El Juli:estocada ladeada saliendo trompicado (oreja); metisaca bajo y estocada corta trasera (oreja). Durante los dos ¨²ltimos toros llovi¨® torrencialmente. Plaza de la Maestranza, 3 de mayo. 14? corrida de feria. Lleno.
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