Militares torturadores
Firmas prestigiosas opinan sobre lo sucedido en Argelia entre 1955 y 1957, seg¨²n ha narrado Paul Aussaresses mencionando horrores que repugnan a las personas normales. Ha suscitado, incluso, la condena moral sin paliativos de los gobernantes de Francia, sucesores de otros que autorizaron aquellos excesos. El asunto mueve a ciertas reflexiones de car¨¢cter profesional, no sea que la ciudadan¨ªa meta en un mismo saco a todos los militares franceses de aquella ¨¦poca. Una ¨¦poca que intentaremos sintetizar, empezando por el historial del autor, quiene parece predestinado a cometer barbaridades en nombre de la patria y la obediencia.
Subteniente en 1944, con 25 a?os, entr¨® en el movimiento de resistencia organizado por el general De Gaulle desde Londres contra la ocupaci¨®n hitleriana y continu¨® actuando hasta el final de la guerra. En 1955, apareci¨® en Argelia con el grado de capit¨¢n y 37 a?os. Que en tiempos belicosos, llenos de oportunidades militares limpias, no hubiera llegado m¨¢s arriba y siguiera dedicado a la especialidad sucia por excelencia fuerza a pensar que pose¨ªa una determinada personalidad que s¨®lo la vejez habr¨¢ modificado confesando secretos bien guardados por miles y miles de conocedores, aun en parte, de hechos execrables que a la postre fracasaron. El general Massu, jefe de los paracaidistas que luchaban en la Cabilia, le ascendi¨® y apoy¨® en vista de los '¨¦xitos' de sus interrogatorios, que permitieron detener a dirigentes del FLN. Todo apunta, adem¨¢s, hacia una dedicaci¨®n exclusiva a los servicios especiales durante la guerra fr¨ªa. As¨ª llegar¨ªa a general de brigada, detalle un tanto an¨®malo dado que la comunidad castrense suele mirar con prevenci¨®n el acceso al generalato de los informadores contumaces. Quiz¨¢ en el segundo libro anunciado desvele qui¨¦nes le apoyaron y auparon y por qu¨¦.
El libro de Paul Aussaresses sobre la guerra sucia en Argelia ha hecho olvidar que De Gaulle reform¨® en 1966 la disciplina militar, someti¨¦ndola a la ley
Las barbaridades ordenadas y cometidas por el entonces comandante Aussaresses poco tienen que ver con las perpetradas a?os m¨¢s tarde en Chile y Argentina, acerca de las que Prudencio Garc¨ªa informa con insistencia en ¨¦ste y otros peri¨®dicos. En calidad de antiguo colega, aprovecho estas l¨ªneas para sugerirle que, adem¨¢s de la desaparici¨®n de 'izquierdosos' como les llaman all¨ª, cuente algo acerca de las razones que motivaron las represiones. A m¨ª me las explicaron in situ cuando, en 1988, fui enviado a conferenciar a profesores y alumnos de la Escuela de Guerra argentina sobre la compatibilidad entre democracia y ej¨¦rcitos. El Colegio Militar de la Naci¨®n, cerca de Buenos Aires, guarda un recargado museo con documentaci¨®n y objetos relativos al volumen y grado a que lleg¨® la subversi¨®n. Cono Sur aparte, muchos pa¨ªses se vieron abocados a reg¨ªmenes autoritarios con sus correspondientes represiones. En el mundo comunista, por cierto con escasa participaci¨®n militar dada la primac¨ªa del KGB y equivalentes, las torturas aplicadas superaron t¨¦cnicamente a las de Aussaresses a base de electricidad y agua. Esto lo sabr¨¢n quienes hayan le¨ªdo de la utilizaci¨®n, en la Lubianka y en Vietnam del Norte, de ratas hambrientas dentro de jaulas que acercaban a la entrepierna del torturado y abr¨ªan si no cantaba de plano.
La peculiaridad del caso argelino radica en que Francia era un Estado democr¨¢tico gobernado por socialistas tras retirarse De Gaulle. Con gobiernos cambiantes (Mayer, Laniel, Mend¨¨s-France y Mollet) que condujeron al desplome colonial en Indochina y el norte de ?frica. De nada sirvi¨® la carencia de escr¨²pulos legales con la participaci¨®n de Pleven como ministro de Defensa, Lacoste como ministro residente en Argel y Mitterrand en Justicia, quien envi¨® a Argel al juez Jean B¨¦rard con la misi¨®n de encubrir legalmente las torturas y los asesinatos encomendados a los servicios especiales del ej¨¦rcito para liquidar a los cabecillas del FLN como fuera.
El desastre colonial empez¨® en 1952, cuando el general Navarre relev¨® en el mando de Indochina a Salan, destinado a Argel para respaldar a su amigo Massu. La gran rebeli¨®n argelina empez¨® el a?o siguiente coincidiendo con la ca¨ªda de Dien Bien Phu. El timing entre ambos conflictos alarm¨® a los pieds noirs, que ya sufr¨ªan constantes atentados. Sus presiones sobre Salan y Massu, con amenazas de incendiar la Casbah ante la ineficacia militar, se solucionaron temporalmente mediante las brutalidades del capit¨¢n Aussaresses arrancando informaci¨®n vital, aunque no decisiva como se vio cuando De Gaulle regres¨® al poder en junio de 1958 y alcanz¨® la presidencia en diciembre del mismo a?o. De Gaulle prohibi¨® el juego sucio, envi¨® a Massu a la OTAN y plante¨® la retirada de Argelia que dio lugar a la OAS y a la rebeli¨®n c¨ªvico-militar. Perdida la grandeza colonial con la independencia de Argelia (1962), De Gaulle se centr¨® en Europa enfrent¨¢ndose con EE UU, creando la force de frappe y retirando a Francia de la estructura militar de la OTAN, cuyo cuartel general ech¨® de Par¨ªs. Estos hechos hist¨®ricos dejan de lado otra iniciativa, apenas conocida pero fundamental en el asunto que nos ocupa. Se trata del Reglamento de Disciplina General en los Ej¨¦rcitos, que entr¨® en vigor en 1966 y cuyo pre¨¢mbulo redact¨® personalmente el presidente. Dice en ¨¦l, entre otras cosas, que 'el esp¨ªritu militar procede del esp¨ªritu c¨ªvico', que 'la obediencia de los subordinados al jefe procede de la sumisi¨®n a la ley', que 'la disciplina y el deber de obediencia jam¨¢s desligan al subordinado de la responsabilidad que le incumbe ante la ley', etc¨¦tera. El art¨ªculo 34 de nuestras Reales Ordenanzas (1978) recoge esta normativa que zanj¨®, esperemos, de una vez para siempre las torturas y cr¨ªmenes en nombre de la patria y de la disciplina.
Francisco L. de Sep¨²lveda, general de divisi¨®n en reserva.
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