El subsuelo de las vacas de colores
Al regreso del viaje ya me estaban esperando los ex¨¢menes. Ellos representan el lado gris de mi profesi¨®n: la decepci¨®n al confirmar el escaso fruto de mi trabajo. Qu¨¦ poco han aprovechado estos chicos mi ausencia. Podr¨ªa haber dado la vuelta al mundo y no habr¨ªan obtenido mejores resultados. Menos mal que, de seguido, llegan las vacaciones.
Un amigo me ha dicho que esto est¨¢ tan aburrido que se ha descubierto a s¨ª mismo con horror recorriendo escaparates. Debe ser el mono de la campa?a electoral. A la vista de la crudeza de la euskal realpolitik, me estoy quitando de los recientes ardores ¨¦picos, mediante un cursillo intensivo de epicureismo: 'Hacer principio del placer y la despreocupaci¨®n del dolor, logrados dentro de una vida digna'. O sea, es estupendo aburrirse al sol y mirar tiendas, sin sufrir por el agujero negro que ha dejado en mi cuenta el permiso sin sueldo. En uno de estos paseos me he topado con las vacas. Cientos de vacas coloradas, azules y a cuadros, leyendo el peri¨®dico o paciendo en los jardines de Bilbao. A la gente le han ca¨ªdo bien las vacas. Todo un ejemplo de saber estar, luminosas y llenas de color, despreocupadas de vivir amenazadas por algunos cerebros espongiformes.
Pasaba el otro d¨ªa por los jardines de Albia, un sitio especialmente adecuado para vacas, porque ah¨ª se encuentra la estatua m¨¢s apacible de Bilbao, la del bardo Trueba sentado en su banco del parque. Cerca de ¨¦l, las vacas se dejaban querer por ni?os y transe¨²ntes. En frente, el Palacio de Justicia y la sede del PNV rivalizaban en demostrar qui¨¦n tiene la ikurri?a m¨¢s grande. A ese ambiente buc¨®lico se sumaron un grupo de j¨®venes, para montar una representaci¨®n de torturas con unos mu?ecos que tra¨ªan. Las escenas de maldad humana sobre aquellos mu?ecos sanguinolentos, me trajeron a la mente recuerdos de otros tiempos. De ni?a en Francia, en las historias de la ocupaci¨®n escuchadas a mis padres y en las noticias de la guerra de Argelia. M¨¢s tarde, ya en Espa?a, los sucesos m¨¢s pr¨®ximos en los finales del franquismo. Entonces, de la tortura s¨®lo se hablaba en voz muy baja, por miedo a acabar uno mismo torturado. Desde luego, no se representaba en p¨²blico en una tarde de verano.
Cuando concluy¨® el drama, los j¨®venes montaron los mu?ecos torturados en una furgoneta y se fueron de chiquiteo sin molestarse en limpiar la sangre de titanlux. Trueba permaneci¨® en su banco sin inmutarse. Los paseantes continuaron su paseo. Hasta las ikurri?as siguieron ondeando apaciblemente en sus m¨¢stiles. S¨®lo las vacas se pusieron a rumiar sobre la triste condici¨®n de sus cong¨¦neres de l¨¢tex. Me pareci¨® ver un destello de compasi¨®n en su mirada, pues no olvidemos que ellas tambi¨¦n son de pl¨¢stico y el titanlux forma parte de su identidad.
Hall¨¢ndome en estos pensamientos divis¨¦ a un viejo amigo. ?ltimamente mis amigos se pasean en familia, incrementada en uno o dos parientes. Mientras besaba a Koldo, salud¨¦ sobre su hombro a Iv¨¢n, que ven¨ªa unos metros atr¨¢s. Esto de que te puedan matar juntos, une mucho. Iv¨¢n ha sido antes polic¨ªa del subsuelo y nos cont¨® que el Ensanche de Bilbao, justo donde est¨¢bamos, es muy bonito por debajo. No hay este bullicio; todo es m¨¢s silencioso y aut¨¦ntico. Contra lo que pudiera creerse, este Bilbao subterr¨¢neo es espacioso y tiene luz, aunque sea artificial. Pero a pesar de su aparente tranquilidad, all¨ª abajo tampoco debes descuidarte, porque te puedes encontrar con alguien y no sabes si se trata de un colega de otro cuerpo o de uno de los malos que traen un paquete destinado a los de arriba.
Como en un cuento de las mil y una noches, cuando est¨¢s perdida en el desierto, encuentras en el suelo una argolla semicubierta por la arena; y, al tirar de ella, te abres paso a un mundo subterr¨¢neo con m¨¢s riquezas y m¨¢s vida que el mundo exterior. Koldo me ha sacado del ensue?o: 'Esto no es un desierto; aqu¨ª hay vacas'. E Iv¨¢n, m¨¢s profesional: 'Me r¨ªo yo de las vacas de colores'. Dicho lo cual, se ha despedido, para volver a colocarse en su posici¨®n habitual a unos metros de distancia.
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