Zoran Djindjic, la vanidad al poder
El primer ministro de Serbia es reconocido como un hombre inteligente, ambicioso y maquiav¨¦lico
Es carism¨¢tico, tiene m¨¢s y mejor formaci¨®n que sus rivales, es muy inteligente y es un ambicioso obsesivo. Es, adem¨¢s, uno de los l¨ªderes pol¨ªticos balc¨¢nicos m¨¢s vanidosos. Para lograr esto ¨²ltimo hay que esforzarse mucho o tener el car¨¢cter de Zoran Djindjic, el primer ministro de Serbia, que decidi¨® el pasado mi¨¦rcoles entregar al Tribunal Penal Internacional de La Haya al ex presidente y a¨²n presunto megacriminal de guerra Slobodan Milosevic. El hecho de que Djindjic despreciara el dictamen del Tribunal Constitucional que frenaba la extradici¨®n del s¨¢trapa derrocado ha sido aplaudido por todos los que quieren ver a Milosevic en el banquillo para responsabilizarse de las atrocidades cometidas en la ¨²ltima d¨¦cada en los Balcanes.
Pero en los Balcanes el reino de las apariencias es infinito. Djindjic no es, ni mucho menos, ese impecable adalid de unos fulgurantes valores democr¨¢ticos triunfantes tras la entrega del dictador y el muy considerable agravio al presidente de la Rep¨²blica, Vojislav Kostunica, que se enter¨® del hecho por la radio. Djindjic es, para los Gobiernos occidentales, la mejor opci¨®n en el triste marasmo del escenario pol¨ªtico serbio que ha emergido tras los 14 a?os del r¨¦gimen de Milosevic. Su curr¨ªculum, el acad¨¦mico, no es malo. Ha estudiado filosof¨ªa con J¨¹rgen Habermas, habla idiomas y ha viajado. No tiene miedos a esas supuestas p¨¦rdidas de sustancia nacional que, seg¨²n otros pol¨ªticos de Belgrado, llevan impl¨ªcitas todas las reformas radicales hacia una sociedad abierta, laica y democr¨¢tica occidental. Est¨¢ muy lejos de ese academicismo rigorista de naftalina y escr¨²pulos ortodoxos m¨¢s o menos oscurantistas y piadosos de Kostunica.
Pero tambi¨¦n es cierto que Djindjic no ha sido inmune a la intoxicaci¨®n nacionalista en sus peores versiones, que en 1995 com¨ªa con gozo y sonriente en Bosnia un hermoso cordero con el asesino Radovan Karadzic y se fotografiaba con un Kal¨¢shnikov y la gorra tradicional de los serbios en la mejor postura chetnik. Nadie olvide que Djindjic mantuvo durante casi una d¨¦cada abiertos de par en par sus canales de contacto con Milosevic. Y ¨¦l, al contrario que la inmensa mayor¨ªa de los serbios, sab¨ªa perfectamente lo que pasaba en Croacia, Bosnia y Kosovo. Djindjic es un buen pol¨ªtico que sabe lo que tiene que hacer en cada momento, pero no puede decirse que su vida pol¨ªtica hasta ahora haya sido un alarde de ¨¦tica. Le puede perder la arrogancia, pero no la modestia y la indecisi¨®n. Su pulso con Kostunica lo ha demostrado
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