VAMPIROS
En agosto, los grandes mitos del cine mueren como moscas. Lo hacen aposta, los muy cabrones. Para que los que amamos el s¨¦ptimo arte podamos dedicar las vacaciones a practicar la nostalgia de la mitoman¨ªa, ¨¦sa que nos hace desempolvar las carpetas de los archivos y redactar necrol¨®gicas en las que recordamos lo de puta madre que lo pasamos viendo sus pel¨ªculas. Nunca sabr¨¦ qu¨¦ clase de milagro separa a las estrellas del com¨²n de los mortales.
?Qui¨¦n decide que Ava Gardner pueda beber hasta caer rendida y tirarse a taxistas, toreros y camareros de media Espa?a y pasar a la historia mientras que nosotros, espectadores de a pie, casi tenemos que pagar para que alguien se digne soportarnos cuando nos da por darle a la sin hueso en cualquier barra o similar trinchera?
A cambio, las estrellas pagan su magnetismo con esa soledad de gafas de sol, cicatrices de cirug¨ªa est¨¦tica y barbit¨²ricos, esos confetis qu¨ªmicos, tirados sobre la moqueta. Si las piscinas hablasen, nos contar¨ªan los polvos de estrella con jardinero y matahari, de camarero con colocadas triunfadoras de una sola pel¨ªcula o el tr¨¢gico final de alguno de esos divos que en sus desenfrenadas org¨ªas acababan aporreando las teclas del piano con la extremidad incorrecta.
El arte les consume, es cierto, y el esfuerzo de los iluminadores para retratarlos de la mejor manera es, en contrapartida, una forma de erosi¨®n que el ¨¦xito acelera. El precio de su belleza es la vida que les robamos a cambio de que nos hagan creer en tantas mentiras, magia y morbo, dianas sobre las que lanzar los dardos de la indiferencia, del olvido o de la calumnia, vidas convertidas en escaparates en los que cada detalle repercute mucho m¨¢s all¨¢ de la pantalla, como un eco maravillosamente adictivo y que acaba, casi siempre, en estrepitoso choque sin sobrevivientes.
Inestabilidad y dolor, dosis mareantes de voluptuosidad en un mundo de rameras y macarras, de malvados magnates que, con el anzuelo del s¨¦ptimo arte, seducen a inocentes chicas reci¨¦n llegadas del pueblo con la promesa del s¨¦ptimo cielo para, al cabo de un tiempo, convertirlas en putones decadentes adictos al pico, al electrochoque o a la raya continua.
Por eso las estrellas se mueren en agosto. Porque, despu¨¦s de tanto sufrir, no soportan ese sol que explota como una jodida palomita de ma¨ªz y minimiza su resplandor. Son como Dr¨¢cula. Viven mejor de noche, chupando la sangre de sus v¨ªctimas bajo la lluvia.
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