ENCUENTROS CERCANOS EN ROSWELL
Cada a?o, miles de personas acuden a una cita con los extraterrestres en Nuevo M¨¦xico (Estados Unidos). ?Hombrecillos grises o mu?ecos de l¨¢tex? La verdad est¨¢ ah¨ª fuera.
Hay hombres y mujeres que dar¨ªan cualquier cosa por ver un ovni. Nosotros -m¨¢s humildes, menos ambiciosos- nos conformamos con ver mujeres y hombres que dar¨ªan cualquier cosa por ver un ovni. Es m¨¢s f¨¢cil y, probablemente, m¨¢s divertido: las luces de un artefacto extraterrestre poco y nada tienen para ofrecer comparadas con los destellos de la feliz desesperaci¨®n de los humanos. Por eso venimos a Roswell (Nuevo M¨¦xico). A?o tras a?o. La primera semana de julio en la que esta ciudad igual a tantas otras ciudades de por aqu¨ª conmemora la hipot¨¦tica ca¨ªda de un hipot¨¦tico objeto volador no identificado a principios del verano de 1947. W. W. Mac Brazel, el due?o de un rancho cercano, descubri¨® los hipot¨¦ticos restos. Metal alien¨ªgena y carne verde con cabeza grande y cuerpo peque?o. O algo as¨ª. La Fuerza A¨¦rea norteamericana primero dijo que s¨ª y despu¨¦s dijo que no. En cualquier caso, los rumores voladores no identificados cubrieron todos y cada uno de los Estados Unidos por m¨¢s que el ovni hubiera sido degradado a globo aerost¨¢tico climatol¨®gico por los comunicados oficiales. Nadie les crey¨® del todo: los seres humanos prefieren creer en ovnis antes que en sondas meteorol¨®gicas. Los seres humanos prefieren creer en lo que resulta m¨¢s dif¨ªcil de creer -hay algo de ¨¦pico en ello- y Roswell no demor¨® en convertirse en La Meca para aquellos que hab¨ªan 'avistado' algo, que hab¨ªan sido 'abducidos', que hab¨ªan sido llevados a Marte para visitar al presidente John Fitzgerald Kennedy, quien tiene all¨ª una exitosa cadena de sex-shops. Desde 1947 llegan a Roswell con el ce?o fruncido y la mirada paranoica de los agentes Mulder y Scully, de Expediente X. La verdad est¨¢ ah¨ª afuera. No estamos solos. Y todo eso. Creer en los ovnis es como creer en la posibilidad de acceder a un M¨¢s All¨¢ sin necesidad de morirse, creo.
S¨ª, todos los a?os, desde 1947. Aqu¨ª estamos. Aqu¨ª est¨¢n todos ellos. Comprando camisetas, llaveros, mu?ecos de aliens, libros conspirativos, conferencias que van de lo cient¨ªfico a lo alucin¨®geno, v¨ªdeos de esa famosa filmaci¨®n alguna vez top-secret de la autopsia sideral que parece filmada por Ed Wood, profec¨ªas apocal¨ªpticas en las que Jes¨²s naci¨® en Gan¨ªmedes, ciclos de cine de c¨¢mara en mano donde se proyectan torpes y terribles v¨ªdeos caseros de luces en el cielo con sonido ambiente de grititos hist¨¦ricos, folletos sobre los misterios del Area 51 / Dreamland, base ¨¢erea cercana en alguna parte del inocurrente paisaje de Nevada donde se prob¨® el avi¨®n esp¨ªa U-2 y, aseguran, se han ocultado los restos del platillo volante y de sus tripulantes. Uno de esos gobernadores con poco que hacer no pidi¨® permiso a Washington DC para rebautizar la Highway 375 como 'Extra-Terrestrial Highway' y a nadie le import¨® demasiado. El turismo es lo que vale. As¨ª, Roswell es buen negocio y zona crepuscular y ah¨ª est¨¢n el Outa-Limits Museum, el International UFO Museum, el Robert H. Goddard Planetarium y, hey, me parece que esos dos ancianos que caminan por Main Street -casas bajas, arquitectura m¨¢s cercana al western que a la ciencia-ficci¨®n- son los fantasmas terrenos de los profetas celestiales Charles Berlitz y Erich von Daniken. Volvemos a pagar 15 d¨®lares y nos vuelven a llevar en ¨®mnibus hasta Corn Ranch, a la hipot¨¦tica zona del hipot¨¦tico impacto. Volvemos al anochecer justo a tiempo para el Far out laser light show y, despu¨¦s, una barbacoa l¨¢ser. Volvemos a comprender que ha pasado un a?o m¨¢s sin que hayan venido a buscarnos.
Esto fue lo que ocurri¨®: nuestros mayores -varias parejas de extraterrestres llegados a la Tierra en un viaje de turismo aventura- aterrizaron en las afueras de Nueva York el 31 de octubre de 1938. Mi abuelo decidi¨® hacer contacto con los humanos, contarle de su planeta y civilizaci¨®n, pero no era un buen momento. Orson Welles hab¨ªa emitido la noche anterior su broma radiof¨®nica basada en La guerra de los mundos de H. G. Wells y la gente estaba de mal humor. Le rompieron la nave y le rompieron algunos huesos. El que mi abuelo tuviera el aspecto de un gal¨¢n de cine no ayud¨® mucho, adem¨¢s. Se deprimi¨®. Gritaba que ¨¦l hab¨ªa visto 'un avi¨®n de la TWA o un Cadillac blanco', cre¨ªa que estaba de vuelta en casa, donde no hay esas cosas. Tuvimos que internarlo en el Bellevue Hospital de Manhattan. Se ahorc¨® con una s¨¢bana. El resto de las parejas se las arregl¨® como pudo. Se casaron entre ellos, tuvieron hijos que se casaron entre ellos, se las arreglaron bien: no ten¨ªan la tecnolog¨ªa pero s¨ª el conocimiento. Destacaron en diversos campos. Mi t¨ªo trabaj¨® en Los ?lamos con Oppenheimer, mi padre tuvo que ver con el desarrollo y la aplicaci¨®n de los pl¨¢sticos, una prima desarroll¨® un compuesto revolucionario para combatir la celulitis. En alg¨²n momento se les ocurri¨® construir una nave para volver a casa. No les qued¨® muy bien. Una especie de patera interestelar que se vino abajo a la primera prueba. Eso fue lo que cay¨® en Roswell el 4 de julio de 1947, D¨ªa de la Independencia: la paradoja desconcertante del primer y ¨²nico ovni terrestre hecho por alien¨ªgenas. Dejaron por ah¨ª unos mu?ecos rid¨ªculos estilo pel¨ªcula clase B que hab¨ªan hecho con partes de pollos, pulpos, caballos, qui¨¦n sabe. Se resignaron a quedarse en la Tierra. Vivieron, fueron felices, no se perd¨ªan un episodio de Dimensi¨®n desconocida o de Los invasores, murieron cantando canciones tristes en un idioma que ya casi hab¨ªan olvidado pero que volv¨ªa a ellos con fuerza y pasi¨®n en el momento de la despedida. De a poco, fueron comprando buena parte de Rosswell. Aqu¨ª viven nuestros mayores, aqu¨ª venimos nosotros a visitarlos todos los a?os, durante la primera semana de julio. Muchos de nosotros venimos desde Hollywood, donde trabajamos en diferentes compa?¨ªas de efectos especiales. Nos sentamos frente a los televisores. Vemos Expediente X o Stargate o Dark skies, nos re¨ªmos fuerte y largo. A veces, si se comete el error casi imperdonable de mencionar la pel¨ªcula ET, alguien rompe a llorar. Fuera, el viento de Roswell arrastra esas cosas sin nombre ni due?o que suele arrastrar el viento de Roswell.
Las noches calientes de julio, los m¨¢s j¨®venes salimos a caminar por la calle principal de Roswell. Salimos a ver personas con ganas de ver extraterrestres que no nos dedican ni una mirada. Miramos al cielo, a las estrellas, a los oscuros a?os luz, lejos. Ya nos hemos hecho a la idea de que la verdad no est¨¢ ah¨ª fuera, que estamos m¨¢s solos que nunca, que nunca vendr¨¢n a buscarnos. Un a?o m¨¢s, un a?o menos, pensamos. Y entramos en el ¨²ltimo bar a bebernos una primera cerveza mientras o¨ªmos al fantasma en la rockola de Hank Williams cantando I'm not coming home anymore o Lost highway o I'm a long gone daddy o I won't be home no more, I'll never get out of this world alive o I can't escape from you. Hank Williams cantando todas esas canciones diferentes pero parecidas sobre el mismo pobre tipo que ya no puede ni nunca podr¨¢ volver a casa.
Rodrigo Fres¨¢n (Buenos Aires, 1963) es autor, entre otros, de Historia argentina (Anagrama). Su pr¨®xima novela es Mantra (Grijalbo-Mondadori).
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