Philomena entrar¨¢ por la puerta principal
Muchas madres del colegio cat¨®lico de la Santa Cruz desaf¨ªan el acoso de los radicales protestantes de Belfast; otras prefirieron utilizar la puerta de atr¨¢s
Las ni?as del colegio de la Santa Cruz, en Ardoyne, al norte de Belfast, llegaron ayer sin sobresaltos a su escuela protegidas por blindados y metralletas. Tras la bomba casera del mi¨¦rcoles, que tanto ha indignado a cat¨®licos y avergonzado a protestantes, los unionistas sustituyeron insultos y amenazas por pitos y cacerolas en el siniestro cortejo que acompa?a a las ni?as camino del colegio.
Las ni?as de Ardoyne intentan adaptarse a esa hostilidad cotidiana. Algunas apenas ocultan el miedo, la tensi¨®n acumulada, el p¨¢nico vivido la v¨ªspera. Otras aprecian las ventajas de la novedad: los cari?os de la madre, m¨¢s dulces que nunca; la excepcional compa?¨ªa del padre, camino de la escuela; la presencia curiosa de fot¨®grafos y periodistas. Algunas coquetean con las c¨¢maras; otras, m¨¢s t¨ªmidas, se esconden tras las faldas maternas.
A¨²n no son las ocho y media, pero la maquinaria ya est¨¢ en marcha de buena ma?ana en la confluencia de Ardoyne Road y Alliance Avenue. A un lado, las banderas irlandesas marcan el territorio de los cat¨®licos republicanos, partidarios de integrarse en Irlanda. Al otro, el rojo, blanco y azul de la Union Jack corona las casas de los protestantes radicales, que quieren que la provincia siga para siempre unida a Gran Breta?a.
Los unionistas protestantes son mayor¨ªa en Irlanda del Norte, pero el deprimido norte de Belfast es territorio cat¨®lico. En el barrio de Ardoyne, apenas el 10% de sus 7.000 habitantes son protestantes. Viven agrupados en Glenbryn, rodeados de cat¨®licos. Desde la Alliance Avenue quedan apenas 500 metros hasta llegar a la escuela a trav¨¦s de Ardoyne Road. Un camino corto que se convierte cada d¨ªa en un calvario para las ni?as de la Santa Cruz.
Las familias van llegando poco a poco. Se saludan, charlan con la prensa. Hoy hay m¨¢s periodistas que nunca, muchos extranjeros. Philomena Flood es una de las madres m¨¢s activas. Explica a quien quiera escucharla que ella y otras tres madres han recibido amenazas de muerte de los Defensores de la Mano Roja, los paramilitares protestantes que se adivinan detr¨¢s de las provocaciones de estos d¨ªas. Pero Philomena no se arredra. Quiere seguir entrando cada d¨ªa a la escuela por la puerta grande, como siempre se ha hecho en el barrio desde hace ya 30 a?os.
Hay tambi¨¦n j¨®venes ataviados con chalecos azules. 'Somos observadores de organizaciones locales. Venimos para informar a las organizaciones humanitarias sobre los atropellos que puedan cometerse, para velar por el derecho a la educaci¨®n o el derecho a no ser acosados', explica Sean Paul Ohara.
A las nueve de la ma?ana se acerca ya el gran grupo de padres y alumnos cat¨®licos. La tensi¨®n aumenta. El padre Aidain Troy, p¨¢rroco de la vecina iglesia de la Santa Cruz, oficia como maestro de ceremonias. Lo mismo acaricia a una ni?a que responde a los medios, tranquiliza a una madre, conversa con el responsable policial u ordena el arranque de la procesi¨®n camino de la escuela.
Empieza el calvario cotidiano. Esta vez, los protestantes han cambiado de t¨¢ctica. La verg¨¹enza provocada por los insultos y el acoso de los dos primeros d¨ªas, la repulsa por la explosi¨®n de la v¨ªspera, les ha obligado a trocar la agresi¨®n por ruido: silbatos y cacerolas acompa?an a madres, padres, ni?as, polic¨ªas, periodistas, observadores. Muchos unionistas dan la espalda al cortejo. Quiz¨¢ avergonzados. Quiz¨¢ por desprecio. Quiz¨¢ simplemente para quedar a cubierto de las c¨¢maras.
Apenas cinco minutos hasta llegar a la escuela, sencilla, como tantas otras en los barrios pobres de Europa. 'Bienvenidas, ni?as de la Santa Cruz', reza un cartel. Una foto con el obispo auxiliar, Michael Dallat, conmemora las bodas de plata del colegio: 1969-1994. Los dibujos de las ni?as, en la pared, eclipsan la bronca de la calle. Nicole Corrigan ha pintado a Cenicienta. Sineas, a Barbie. Michaelle a Rapunzel. '?ste es el oso', titula Claire Louise. 'Feliz cumplea?os, Sam', desea Vanessa.
A la derecha est¨¢ el pasillo que lleva a las aulas. A la izquierda, el despacho de la directora, Anne Tanney; se desvive atendiendo a periodistas, consolando a ni?as, animando a madres. Ellas, las madres, se agrupan en una sala. Pausa. Fuman de manera compulsiva, para relajar la tensi¨®n. 'Mi esposa se va a quedar aqu¨ª toda la ma?ana, hasta que salga nuestra hija, por si pasa algo', explica Tom Keenan. Los Keenan no han querido atravesar el pasillo del odio. Han optado, como tantos otros, por utilizar la puerta de atr¨¢s. 'No es la puerta de atr¨¢s', protesta en un susurro, 'es la puerta alternativa'.
La prensa se va. Muchas madres se quedan. Las ni?as juegan en el patio. La vida sigue. 'Incluso despu¨¦s de un gran terremoto, la vida sigue en las ciudades devastadas. Tambi¨¦n aqu¨ª la vida tiene que seguir', explica el padre Gary Donagan.
Una represalia unionista
Las causas del conflicto del colegio se entremezclan con las cuentas pendientes de un odio que dura decenios y que se remonta a siglos, cuando la victoria del protestante Guillermo de Orange sobre el cat¨®lico Jaime II en 1690, en la batalla del Boyne, marc¨® la divisi¨®n religiosa en la isla. La batalla del Boyne parece estar tambi¨¦n tras el conflicto de estos d¨ªas. Cada verano, los protestantes organizan marchas en conmemoraci¨®n de ese triunfo, marchas conflictivas que atraviesan barrios ahora cat¨®licos y antes unionistas. Con el proceso de paz, los partidos han aceptado dirimir los conflictos de las marchas a trav¨¦s de una comisi¨®n que puede cambiar los recorridos. Las marchas protestantes son obligadas a menudo a desviarse. Las cat¨®licas no, porque rara vez penetran en las zonas rivales. Por eso los vecinos protestantes de Ardoyne se empe?an en que las ni?as modifiquen el recorrido de su marcha a la escuela y entren por la puerta de atr¨¢s. 'Es una represalia de los unionistas', admite un protestante. El conflicto empez¨® en junio, antes de las marchas orangistas. Nunca hab¨ªa pasado nada durante 30 a?os.
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