El Gabinete de guerra de Bush
El equipo de crisis de Washington mantiene una estrategia cautelosa gracias a la sensatez de Colin Powell
George W. Bush y su gabinete de guerra son conservadores y leen cada d¨ªa la prensa conservadora. Leen diarios como The Wall Street Journal, que pide bombardeos contra 'los campos terroristas en Siria, Sud¨¢n, Libia y Argelia, y quiz¨¢ incluso en zonas de Egipto', y revistas como The Weekly Standard, que reclama la guerra contra todos los Gobiernos implicados en actividades terroristas 'en el pasado, en el presente y en el futuro'. Eso es lo que piensa la derecha estadounidense. El gran m¨¦rito de Bush y su equipo consiste, por ahora, en no dejarse vencer por la presi¨®n de sus propios votantes. El gabinete de guerra de Washington es, hoy por hoy, mucho menos guerrero que el p¨²blico, gracias a la sensatez de Colin Powell y al respaldo que le presta el presidente.
Bush tiene que hacer cada d¨ªa un dif¨ªcil equilibrio entre las opciones distintas que le presentan sus asesores
El Consejo de Seguridad Nacional (CSN), establecido en 1947, es en principio el organismo encargado de enfrentarse a una crisis como la actual. Bush prefiere trabajar con una versi¨®n reducida del CSN y ha prescindido de figuras como el secretario del Tesoro y el director de la CIA. Su gabinete de guerra, con el que se re¨²ne casi a diario, en persona o por videoconferencia, est¨¢ compuesto por el vicepresidente, Dick Cheney; el secretario de Estado, Colin Powell; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice; el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, general Henry Hugo Shelton (que se jubila hoy y es sustituido desde ma?ana por el general de Aviaci¨®n Richard Myers); y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz.
Dentro del gabinete, el hombre m¨¢s influyente en las casi tres semanas transcurridas desde los atentados masivos del 11 de septiembre es, parad¨®jicamente, el m¨¢s aislado. Colin Powell, militar durante 35 a?os y retirado como general de cuatro estrellas, veterano de Vietnam, director de la guerra del Golfo como jefe del Estado Mayor, pol¨ªtico popular¨ªsimo en Estados Unidos y diplom¨¢tico respetado en todo el mundo, ha hecho valer su peso profesional, moral y personal para imponer cordura. Su prudencia, sin embargo, no es compartida por los dem¨¢s. Y cualquier acontecimiento, como, por ejemplo, un nuevo atentado, podr¨ªa dejar en la cuneta su tesis de que las armas s¨®lo sirven como ¨²ltimo recurso.
Marginado
Bush no tiene una buena conexi¨®n con Powell. Cuando lleg¨® a la Casa Blanca opt¨® por marginarle y organiz¨® su pol¨ªtica exterior en torno a Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional, que fue quien le explic¨® los rudimentos de la diplomacia durante la campa?a electoral y con quien sigue viendo las retransmisiones de b¨¦isbol y f¨²tbol americano los fines de semana. Powell sufri¨® continuas desautorizaciones de la Casa Blanca hasta que, despu¨¦s del 11 de septiembre, Bush constat¨® que hac¨ªa falta una gran coalici¨®n internacional para lanzar la campa?a antiterrorista. Y para crear la coalici¨®n hac¨ªa falta Powell.
La relaci¨®n entre Bush y Powell se mantiene fr¨ªa. Esta semana escenificaron en los jardines de la Casa Blanca, ante las c¨¢maras de televisi¨®n, uno m¨¢s de sus desencuentros. Un periodista le pregunt¨® al presidente si, como hab¨ªa anunciado Powell, se iba a publicar pronto un libro blanco con las pruebas sobre la culpabilidad de Osama Bin Laden. El presidente respondi¨® que las pruebas se mantendr¨ªan en secreto, y a?adi¨®: 'Quiz¨¢ el secretario de Estado quiera decir algo sobre el asunto'. Colin Powell sali¨® del paso como pudo.
Pero Bush, en el momento m¨¢s cr¨ªtico de su presidencia y probablemente de su vida, mantiene la confianza en una estrategia de prudencia, cooperaci¨®n internacional y uso cauteloso de la fuerza que, dentro del gabinete de guerra, s¨®lo es propugnada por Powell. Eso dice mucho en favor del presidente. Durante la campa?a electoral se le caricaturiz¨® como un descerebrado, y en el arranque de la presidencia sol¨ªa v¨¦rsele como poco m¨¢s que un t¨ªtere en manos del vicepresidente Cheney. Ahora, en Europa y Oriente Pr¨®ximo, hay quien le acusa de militarista, imperialista y peligro para la paz mundial. Sin embargo, a diferencia de Bill Clinton, quien se apresur¨® a bombardear objetivos civiles en Sud¨¢n tras los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Bush no ha lanzado todav¨ªa ninguna bomba contra nadie. Y, dentro del gabinete de guerra, concede prioridad a la voz que le resulta menos simp¨¢tica y que menos concuerda, posiblemente, con sus propios instintos.
A Bush no le resultar¨ªa dif¨ªcil hacer caso al subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, el miembro m¨¢s belicista del gabinete de guerra. Wolfowitz es, al fin y al cabo, un acad¨¦mico prestigioso, ha ejercido distintos cargos en el Pent¨¢gono, desempe?¨® con acierto la misi¨®n de embajador en Indonesia, asesor¨® a Dick Cheney cuando ¨¦ste era secretario de Defensa durante la guerra del Golfo y fue el encargado de redise?ar la estrategia estadounidense una vez terminada la guerra fr¨ªa. Y Wolfowitz pide bombardeos, sobre todo contra Irak. Siempre ha soportado mal que Sadam Husein siguiera en su puesto tras la guerra de 1991, y cree que ahora es el momento de acabar con ¨¦l.
Aunque la Casa Blanca ha optado por dejar a Irak al margen de la crisis, Wolfowitz insiste en cuanto tiene ocasi¨®n. Esta semana se le pregunt¨® si dentro de los planes del gabinete entraba una acci¨®n contra Irak, y el subsecretario respondi¨® lo siguiente: 'Creo que el presidente ha dejado muy claro que esto se refiere a m¨¢s de una organizaci¨®n y a m¨¢s de un acontecimiento'. La sugerencia obvia era que Sadam ocupar¨ªa un cap¨ªtulo posterior en la llamada Operaci¨®n Libertad Duradera.
Wolfowitz no est¨¢ solo. Desde fuera del gabinete, pero en una posici¨®n de gran influencia, le apoya Richard Perle, presidente del Consejo de Pol¨ªtica de Defensa. Perle es partidario de bombardear la mitad de Oriente Pr¨®ximo. 'Nuestra pol¨ªtica', dice, 'consist¨ªa en atribuir la responsabilidad a los terroristas, de forma individual, y no a los Gobiernos que les apoyan. Esa pol¨ªtica ha fracasado, y hay que empezar a culpar a los Gobiernos'.
Perle fue uno de los 41 firmantes de una sonada 'Carta abierta' a George W. Bush en la que se ped¨ªa 'la destrucci¨®n' de Hezbol¨¢, ataques contra Siria e Ir¨¢n si manten¨ªan el apoyo a esa organizaci¨®n, y una operaci¨®n militar dirigida a acabar con Sadam Husein. No atacar al r¨¦gimen iraqu¨ª, dec¨ªa la carta, constituir¨ªa 'una pronta y quiz¨¢ decisiva rendici¨®n en la guerra contra el terrorismo internacional'. Otros firmantes eran Jeane Kirkpatrick, ex embajadora de Estados Unidos ante la ONU durante el mandato de Ronald Reagan, y William Bennett, secretario de Educaci¨®n y zar antidroga tambi¨¦n con Reagan.
El mism¨ªsimo Pat Buchanan, que redactaba los discursos de Ronald Reagan y fue candidato presidencial de ultraderecha en las pasadas elecciones, tuvo que salir en defensa de Powell y de la moderaci¨®n. 'La guerra que Benjam¨ªn Netanyahu y los neoconservadores quieren, con Estados Unidos e Israel combatiendo contra todos los Estados isl¨¢micos radicales, es la guerra que Bin Laden quiere, la guerra que sus asesinos esperaban desatar cuando lanzaron los aviones contra el World Trade Center y el Pent¨¢gono', escribi¨® Buchanan en un art¨ªculo.
Los dem¨¢s miembros del gabinete de guerra se sit¨²an m¨¢s lejos de la prudencia de Powell que del radicalismo guerrero de Wolfowitz. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, estuvo abiertamente del lado de Wolfowitz durante las primeras jornadas de la crisis, y se hizo eco del sentimiento de la mayor¨ªa de los mandos militares cuando pidi¨® 'un castigo ejemplar' para 'los terroristas y los Gobiernos que les apoyan'. Ha dado un paso atr¨¢s y considera que, para conseguir forjar y mantener la coalici¨®n antiterrorista, 'hay que juzgar a los Gobiernos por su actitud presente y futura, no por lo que hicieron en el pasado'. Pero aprovechar¨¢ cualquier cambio en las circunstancias para insistir en su idea de que es necesario 'un castigo ejemplar', expresi¨®n traducible por 'bombardeos masivos'.
Las dos personas que decidir¨¢n finalmente hacia d¨®nde se decanta el gabinete de guerra son sus dos miembros m¨¢s influyentes, por su cargo y su capacidad, caso de Dick Cheney, o por su cercan¨ªa personal al presidente, caso de Condoleezza Rice.
Cheney es un p¨¦simo pol¨ªtico en el aspecto electoral (resulta dif¨ªcil imaginarle ganando una elecci¨®n), pero un gestor extraordinario, con una larga experiencia burocr¨¢tica y el punto de cinismo necesario para dirigir una administraci¨®n. Es capaz de ensuciarse las manos con proyectos tan poco presentables como el plan energ¨¦tico, un aut¨¦ntico regalo a sus antiguos patronos y patrocinadores pol¨ªticos (tanto Bush como ¨¦l trabajaban en la industria del petr¨®leo, que financi¨® luego su campa?a), pero en ¨²ltimo extremo opta siempre por el pragmatismo. Nunca ser¨¢ ¨¦l quien incline la balanza hacia los bombardeos indiscriminados o hacia una guerra m¨¢s all¨¢ del m¨ªnimo imprescindible. Sus relaciones con Powell, adem¨¢s, son m¨¢s amistosas que las de Bush.
Rigor ideol¨®gico
Condoleezza Rice es m¨¢s joven, mucho menos experta en la gesti¨®n de la realidad y mucho m¨¢s imprevisible. Prefiere los principios y el rigor ideol¨®gico al pragmatismo, y eso le hizo destacar, como experta en la URSS, ante un Ronald Reagan obsesionado con acabar con el 'imperio del mal'. Su actuaci¨®n como asesora de seguridad nacional, hasta que los ataques terroristas alteraron todas las prioridades, refuerza su perfil de intransigencia: fue ella quien convenci¨® a Bush de rechazar el protocolo de Kioto sobre limitaci¨®n de gases contaminantes, y fue ella quien defendi¨® la idea de crear un escudo antimisiles a cualquier precio, pasando por encima de todas las objeciones europeas, rusas y chinas. Intelectualmente, est¨¢ muy pr¨®xima a Wolfowitz.
Sin contar a Bush, la gran guerra dispone de mayor¨ªa en el gabinete. Rumsfeld, Rice y Wolfowitz son tres votos; el jefe de Estado Mayor s¨®lo cuenta en cuestiones t¨¦cnicas; Cheney y Powell son dos. La evoluci¨®n de la estrategia depende de que Bush y Cheney sigan pensando que vale la pena confiar en Powell.George W. Bush y su gabinete de guerra son conservadores y leen cada d¨ªa la prensa conservadora. Leen diarios como The Wall Street Journal, que pide bombardeos contra 'los campos terroristas en Siria, Sud¨¢n, Libia y Argelia, y quiz¨¢ incluso en zonas de Egipto', y revistas como The Weekly Standard, que reclama la guerra contra todos los Gobiernos implicados en actividades terroristas 'en el pasado, en el presente y en el futuro'. Eso es lo que piensa la derecha estadounidense. El gran m¨¦rito de Bush y su equipo consiste, por ahora, en no dejarse vencer por la presi¨®n de sus propios votantes. El gabinete de guerra de Washington es, hoy por hoy, mucho menos guerrero que el p¨²blico, gracias a la sensatez de Colin Powell y al respaldo que le presta el presidente.
El Consejo de Seguridad Nacional (CSN), establecido en 1947, es en principio el organismo encargado de enfrentarse a una crisis como la actual. Bush prefiere trabajar con una versi¨®n reducida del CSN y ha prescindido de figuras como el secretario del Tesoro y el director de la CIA. Su gabinete de guerra, con el que se re¨²ne casi a diario, en persona o por videoconferencia, est¨¢ compuesto por el vicepresidente, Dick Cheney; el secretario de Estado, Colin Powell; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice; el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, general Henry Hugo Shelton (que se jubila hoy y es sustituido desde ma?ana por el general de Aviaci¨®n Richard Myers); y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz.
Dentro del gabinete, el hombre m¨¢s influyente en las casi tres semanas transcurridas desde los atentados masivos del 11 de septiembre es, parad¨®jicamente, el m¨¢s aislado. Colin Powell, militar durante 35 a?os y retirado como general de cuatro estrellas, veterano de Vietnam, director de la guerra del Golfo como jefe del Estado Mayor, pol¨ªtico popular¨ªsimo en Estados Unidos y diplom¨¢tico respetado en todo el mundo, ha hecho valer su peso profesional, moral y personal para imponer cordura. Su prudencia, sin embargo, no es compartida por los dem¨¢s. Y cualquier acontecimiento, como, por ejemplo, un nuevo atentado, podr¨ªa dejar en la cuneta su tesis de que las armas s¨®lo sirven como ¨²ltimo recurso.
Marginado
Bush no tiene una buena conexi¨®n con Powell. Cuando lleg¨® a la Casa Blanca opt¨® por marginarle y organiz¨® su pol¨ªtica exterior en torno a Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional, que fue quien le explic¨® los rudimentos de la diplomacia durante la campa?a electoral y con quien sigue viendo las retransmisiones de b¨¦isbol y f¨²tbol americano los fines de semana. Powell sufri¨® continuas desautorizaciones de la Casa Blanca hasta que, despu¨¦s del 11 de septiembre, Bush constat¨® que hac¨ªa falta una gran coalici¨®n internacional para lanzar la campa?a antiterrorista. Y para crear la coalici¨®n hac¨ªa falta Powell.
La relaci¨®n entre Bush y Powell se mantiene fr¨ªa. Esta semana escenificaron en los jardines de la Casa Blanca, ante las c¨¢maras de televisi¨®n, uno m¨¢s de sus desencuentros. Un periodista le pregunt¨® al presidente si, como hab¨ªa anunciado Powell, se iba a publicar pronto un libro blanco con las pruebas sobre la culpabilidad de Osama Bin Laden. El presidente respondi¨® que las pruebas se mantendr¨ªan en secreto, y a?adi¨®: 'Quiz¨¢ el secretario de Estado quiera decir algo sobre el asunto'. Colin Powell sali¨® del paso como pudo.
Pero Bush, en el momento m¨¢s cr¨ªtico de su presidencia y probablemente de su vida, mantiene la confianza en una estrategia de prudencia, cooperaci¨®n internacional y uso cauteloso de la fuerza que, dentro del gabinete de guerra, s¨®lo es propugnada por Powell. Eso dice mucho en favor del presidente. Durante la campa?a electoral se le caricaturiz¨® como un descerebrado, y en el arranque de la presidencia sol¨ªa v¨¦rsele como poco m¨¢s que un t¨ªtere en manos del vicepresidente Cheney. Ahora, en Europa y Oriente Pr¨®ximo, hay quien le acusa de militarista, imperialista y peligro para la paz mundial. Sin embargo, a diferencia de Bill Clinton, quien se apresur¨® a bombardear objetivos civiles en Sud¨¢n tras los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Bush no ha lanzado todav¨ªa ninguna bomba contra nadie. Y, dentro del gabinete de guerra, concede prioridad a la voz que le resulta menos simp¨¢tica y que menos concuerda, posiblemente, con sus propios instintos.
A Bush no le resultar¨ªa dif¨ªcil hacer caso al subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, el miembro m¨¢s belicista del gabinete de guerra. Wolfowitz es, al fin y al cabo, un acad¨¦mico prestigioso, ha ejercido distintos cargos en el Pent¨¢gono, desempe?¨® con acierto la misi¨®n de embajador en Indonesia, asesor¨® a Dick Cheney cuando ¨¦ste era secretario de Defensa durante la guerra del Golfo y fue el encargado de redise?ar la estrategia estadounidense una vez terminada la guerra fr¨ªa. Y Wolfowitz pide bombardeos, sobre todo contra Irak. Siempre ha soportado mal que Sadam Husein siguiera en su puesto tras la guerra de 1991, y cree que ahora es el momento de acabar con ¨¦l.
Aunque la Casa Blanca ha optado por dejar a Irak al margen de la crisis, Wolfowitz insiste en cuanto tiene ocasi¨®n. Esta semana se le pregunt¨® si dentro de los planes del gabinete entraba una acci¨®n contra Irak, y el subsecretario respondi¨® lo siguiente: 'Creo que el presidente ha dejado muy claro que esto se refiere a m¨¢s de una organizaci¨®n y a m¨¢s de un acontecimiento'. La sugerencia obvia era que Sadam ocupar¨ªa un cap¨ªtulo posterior en la llamada Operaci¨®n Libertad Duradera.
Wolfowitz no est¨¢ solo. Desde fuera del gabinete, pero en una posici¨®n de gran influencia, le apoya Richard Perle, presidente del Consejo de Pol¨ªtica de Defensa. Perle es partidario de bombardear la mitad de Oriente Pr¨®ximo. 'Nuestra pol¨ªtica', dice, 'consist¨ªa en atribuir la responsabilidad a los terroristas, de forma individual, y no a los Gobiernos que les apoyan. Esa pol¨ªtica ha fracasado, y hay que empezar a culpar a los Gobiernos'.
Perle fue uno de los 41 firmantes de una sonada 'Carta abierta' a George W. Bush en la que se ped¨ªa 'la destrucci¨®n' de Hezbol¨¢, ataques contra Siria e Ir¨¢n si manten¨ªan el apoyo a esa organizaci¨®n, y una operaci¨®n militar dirigida a acabar con Sadam Husein. No atacar al r¨¦gimen iraqu¨ª, dec¨ªa la carta, constituir¨ªa 'una pronta y quiz¨¢ decisiva rendici¨®n en la guerra contra el terrorismo internacional'. Otros firmantes eran Jeane Kirkpatrick, ex embajadora de Estados Unidos ante la ONU durante el mandato de Ronald Reagan, y William Bennett, secretario de Educaci¨®n y zar antidroga tambi¨¦n con Reagan.
El mism¨ªsimo Pat Buchanan, que redactaba los discursos de Ronald Reagan y fue candidato presidencial de ultraderecha en las pasadas elecciones, tuvo que salir en defensa de Powell y de la moderaci¨®n. 'La guerra que Benjam¨ªn Netanyahu y los neoconservadores quieren, con Estados Unidos e Israel combatiendo contra todos los Estados isl¨¢micos radicales, es la guerra que Bin Laden quiere, la guerra que sus asesinos esperaban desatar cuando lanzaron los aviones contra el World Trade Center y el Pent¨¢gono', escribi¨® Buchanan en un art¨ªculo.
Los dem¨¢s miembros del gabinete de guerra se sit¨²an m¨¢s lejos de la prudencia de Powell que del radicalismo guerrero de Wolfowitz. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, estuvo abiertamente del lado de Wolfowitz durante las primeras jornadas de la crisis, y se hizo eco del sentimiento de la mayor¨ªa de los mandos militares cuando pidi¨® 'un castigo ejemplar' para 'los terroristas y los Gobiernos que les apoyan'. Ha dado un paso atr¨¢s y considera que, para conseguir forjar y mantener la coalici¨®n antiterrorista, 'hay que juzgar a los Gobiernos por su actitud presente y futura, no por lo que hicieron en el pasado'. Pero aprovechar¨¢ cualquier cambio en las circunstancias para insistir en su idea de que es necesario 'un castigo ejemplar', expresi¨®n traducible por 'bombardeos masivos'.
Las dos personas que decidir¨¢n finalmente hacia d¨®nde se decanta el gabinete de guerra son sus dos miembros m¨¢s influyentes, por su cargo y su capacidad, caso de Dick Cheney, o por su cercan¨ªa personal al presidente, caso de Condoleezza Rice.
Cheney es un p¨¦simo pol¨ªtico en el aspecto electoral (resulta dif¨ªcil imaginarle ganando una elecci¨®n), pero un gestor extraordinario, con una larga experiencia burocr¨¢tica y el punto de cinismo necesario para dirigir una administraci¨®n. Es capaz de ensuciarse las manos con proyectos tan poco presentables como el plan energ¨¦tico, un aut¨¦ntico regalo a sus antiguos patronos y patrocinadores pol¨ªticos (tanto Bush como ¨¦l trabajaban en la industria del petr¨®leo, que financi¨® luego su campa?a), pero en ¨²ltimo extremo opta siempre por el pragmatismo. Nunca ser¨¢ ¨¦l quien incline la balanza hacia los bombardeos indiscriminados o hacia una guerra m¨¢s all¨¢ del m¨ªnimo imprescindible. Sus relaciones con Powell, adem¨¢s, son m¨¢s amistosas que las de Bush.
Rigor ideol¨®gico
Condoleezza Rice es m¨¢s joven, mucho menos experta en la gesti¨®n de la realidad y mucho m¨¢s imprevisible. Prefiere los principios y el rigor ideol¨®gico al pragmatismo, y eso le hizo destacar, como experta en la URSS, ante un Ronald Reagan obsesionado con acabar con el 'imperio del mal'. Su actuaci¨®n como asesora de seguridad nacional, hasta que los ataques terroristas alteraron todas las prioridades, refuerza su perfil de intransigencia: fue ella quien convenci¨® a Bush de rechazar el protocolo de Kioto sobre limitaci¨®n de gases contaminantes, y fue ella quien defendi¨® la idea de crear un escudo antimisiles a cualquier precio, pasando por encima de todas las objeciones europeas, rusas y chinas. Intelectualmente, est¨¢ muy pr¨®xima a Wolfowitz.
Sin contar a Bush, la gran guerra dispone de mayor¨ªa en el gabinete. Rumsfeld, Rice y Wolfowitz son tres votos; el jefe de Estado Mayor s¨®lo cuenta en cuestiones t¨¦cnicas; Cheney y Powell son dos. La evoluci¨®n de la estrategia depende de que Bush y Cheney sigan pensando que vale la pena confiar en Powell.
El Ej¨¦rcito cambia de manos
El general Richard Myers esperaba otra cosa. Bush le eligi¨® como presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor porque proced¨ªa de la aviaci¨®n, se interesaba por el espacio y era muy partidario del escudo antimisiles. Su trabajo hab¨ªa de centrarse en la guerra de las galaxias. Ma?ana, se presentar¨¢ por primera vez en su despacho y encontrar¨¢ sobre la mesa el Expediente Libertad Duradera, que incluye una posible acci¨®n militar contra uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres y feroces del mundo, una campa?a internacional contra el terrorismo y una fuerza a¨¦rea que cuenta entre sus misiones la de derribar todo avi¨®n comercial que parezca peligroso. El Ej¨¦rcito de Estados Unidos cambia de manos en un momento cr¨ªtico. Y es probable que Myers no hubiera sido nombrado, hace meses, si Bush hubiera sabido lo que iba a ocurrir en septiembre. El jefe que deja el cargo, el general Henry Hugo Shelton, form¨® parte de los cuerpos especiales y conoce de primera mano en qu¨¦ consiste una guerra de guerrillas y una operaci¨®n encubierta. El punto fuerte del general Myers, con 4.000 horas de vuelo, 600 de ellas en Vietnam, a bordo de cazabombarderos, son los ataques a¨¦reos y los misiles. Myers, de 59 a?os, necesitar¨¢ imaginaci¨®n para adaptarse a las circunstancias. El general Merrill McPeak, que fue su jefe en la Fuerza A¨¦rea a principios de los noventa, asegura que dispone de todas las cualidades para estar a la altura del cargo. 'Myers no es un simple pirado por las cosas espaciales', declar¨®; 'ahora hace falta flexibilidad mental, y no creo que pueda haber nadie m¨¢s cualificado que ¨¦l en ese sentido'.
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