La 'zona libre' de Afganist¨¢n vive a¨²n en la Edad Media
La Alianza del Norte, sin armas modernas ni l¨ªderes cualificados, aplaza su anunciada ofensiva
Jabalossaraj se encuentra a 70 kil¨®metros de Kabul y a unos 20 del frente. Anoche se distingu¨ªan los resplandores de las explosiones sobre un cielo estrellado; eran los bombardeos estadounidenses que, desde el domingo, tratan de destruir las defensas antia¨¦reas talib¨¢n y minar la moral de sus tropas. La Alianza del Norte, pese a movilizar a miles de campesinos del valle del Panchir, ha pospuesto la anunciada ofensiva sobre la capital. 'Todo estaba preparado para atacar esta madrugada , pero el Gobierno ha decidido esperar, tal vez una o dos semanas', dijo una fuente de la Alianza sin ofrecer los motivos.
La ruta por el valle del Panchir es un escaparate de la realidad de ese grupo antitalib¨¢n. Se ven m¨¢s carros de combate, transportes blindados y jeeps destripados de la ¨¦poca sovi¨¦tica que armas modernas en buen uso con las que emprender y sostener un ataque. Los carros yacen boca arriba y de lado, oxidados en las veredas de los caminos, en los barrancos y en los m¨¢rgenes de los r¨ªos, contaminando unas aguas g¨¦lidas que corren repletas de microbios y bacterias. No hay l¨ªquido potable en Afganist¨¢n, ni siquiera en los manantiales de monta?a.
Las gentes de ese valle, el granero del pa¨ªs, una sucesi¨®n de peque?os oasis verdosos y huertas en escal¨®n rodeadas de una tierra pedregosa y des¨¦rtica, han dado buen uso a esa chatarra b¨¦lica llev¨¢ndose a casa lo servible: torretas de mando huecas para conservar la madera cortada; planchas blindadas para reforzar el vallado de la propiedad; cadenas rectangulares para frenar la velocidad de los veh¨ªculos a la entrada de los pueblos, a modo de pivotes...
Pasado el pueblo de Panchir, el que da nombre al valle, hay una base a¨¦rea de la Alianza del Norte: tres helic¨®pteros -dos MI-8 de transporte y un MI-24 artillado-, que se hallan a cubierto de las monta?as. A la derecha, una hilera de tanques de combustible semienterrados sirve de avituallamiento. Pero en esa base no hay movimiento; tan s¨®lo un par de hombres distra¨ªdos, con la bocacha del Kal¨¢shnikov apuntando al suelo, protegen la entrada.
Unos 30 kil¨®metros al sur, en direcci¨®n a Kabul, se distingue en una loma otra base. Defendida por una alambrada de espinos, no oculta su interior: los carros de combate y los veh¨ªculos son chatarra. M¨¢s abajo, otro MI-24 de ataque est¨¢ parado y parcialmente cubierto de lonas bajo la sombra de unos ¨¢rboles cerca de un cementerio. Las tumbas que portan una peque?a bandera verde pertenecen a los muyahid¨ªn muertos en la lucha.
S¨®lo a la salida del valle es posible asistir a la visi¨®n de una parte del poder¨ªo armament¨ªstico de la Alianza: una veintena de vetustos carros de combate made in URSS, otra veintena de lanzadores de misiles Grad y de Katiushas, los cohetes que en la II Guerra Mundial se bautizaron como el ¨®rgano de Stalin, y alguna pieza suelta de artiller¨ªa ligera colocada en posici¨®n de disparo. Y poco m¨¢s.
La Alianza, convertida por la nueva situaci¨®n internacional en el reemplazo natural de los talib¨¢n, no es un Ej¨¦rcito ni una organizaci¨®n pol¨ªtica eficaz. Asesinado su jefe militar, Ahmed Masud, el 9 de septiembre, carece de un l¨ªder carism¨¢tico aceptable por las distintas etnias. 'No me imagino a los norteamericanos coordinando nada con ellos', asegura un periodista con mucha experiencia en Afganist¨¢n.
El ¨²nico que ha logrado avances significativos en los ¨²ltimos d¨ªas es Ismail Khan, que ayer tom¨® Chagcharan, capital de Gor. El caso de Khan es interesante: tuvo un papel destacado en la guerra contra los sovi¨¦ticos; es de la etnia past¨²n como los talib¨¢n, pero alejado de su radicalismo religioso, y est¨¢ en el mismo bando de la Alianza. Algunos le auguran un papel estelar en la pax americana.
Recorridos cientos de kil¨®metros por el norte de Afganist¨¢n, desde la aldea de Joya Bajoudin, donde mataron a Masud, hasta Fayzabad, y de ah¨ª por el valle del Panchir en un viaje interminable de tres d¨ªas en todoterreno, uno se pregunta c¨®mo un pa¨ªs tan pobre y yermo ha conseguido erigirse en el Gran Sat¨¢n de la primera superpotencia. Nada hay en sus no carreteras -simples pistas de arena bacheada-, en sus no ciudades, en sus no habitantes, que sobreviven la hambruna, la falta de agua potable o de luz el¨¦ctrica, que nos recuerde a nuestro mundo. En esas monta?as enormes, ¨¢ridas y nevadas en la cumbre se podr¨ªa esconder un ej¨¦rcito entero durante siglos. Es una batalla desigual entre la Edad Media y el siglo XXI.
La gente en Jabalossaraj no se hace preguntas; las mujeres visten el burka, el mismo modelo del condenado por la comunidad internacional en Kabul, y los varones se limitan a escuchar la radio en cuclillas o de pie y a esperar la llegada del d¨ªa siguiente. No existen demasiadas diferencias entre los dos Afganist¨¢n que comparten el mismo territorio. Quiz¨¢ de las pocas destacan tres: la Alianza permite la escolarizaci¨®n de las ni?as, el vuelo de la cometa (muy popular en este pa¨ªs) y la cara rasurada.
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