Escalera de color
El derby reunir¨¢ en el Estadio Bernab¨¦u a la crema del f¨²tbol internacional: tres Balones de Oro, Zidane, Figo y Rivaldo, alternar¨¢n con varios aspirantes al premio en una rutilante ceremonia s¨®lo posible en los salones de la Liga espa?ola. En una misma noche cumpliremos varios deseos pendientes: confrontaremos los estilos de algunos de los especialistas m¨¢s dotados del mundo, discutiremos el balance brillantez / eficacia de sus repertorios y, por si fuera poco, podremos visualizar la evoluci¨®n del juego con la comparaci¨®n de tres promociones. Alineados en la escala de los quinquenios, Casillas-Saviola, Ra¨²l-Kluivert y los tres ?scars representar¨¢n cabalmente la conexi¨®n entre escuelas, siglos y generaciones.
No hay dos valores iguales en el elenco. Zidane, por ejemplo, prefiere surgir de la nebulosa del centro del campo. Frecuenta la tierra de nadie que siempre se abre entre l¨ªneas, se esconde en el bosque de piernas disfrazado de cura p¨¢rroco y, con la vista perdida en un invisible breviario, parece entregarse a tormentosas cavilaciones mientras despacha las gotas de sudor por el caballete de la nariz como si tuviera una fuga de agua. De pronto llega con su tobillo autom¨¢tico, su empeine de caucho y su cabeza de billarista, improvisa alg¨²n retruque y convierte el m¨¢s complejo de los problemas en un asunto de rutina.
En mayor medida, Kuivert y Rivaldo tambi¨¦n se reservan el derecho de desaparecer y aparecer a voluntad por el laberinto del juego. El primero est¨¢ equipado con una musculatura exuberante, ideal para la danza y el decatl¨®n, y la usa indistintamente para correr, saltar o hacer piruetas sobre la pelota. El segundo, a quien apodaban Pata Palo en su primera juventud, es una figura larga y oblicua que se tensa ante la porter¨ªa como un arco de competici¨®n. Su poder¨ªo, el poder¨ªo del nervio, tiene un componente incontrolable que se llama embrujo brasile?o. No hay ant¨ªdoto para ¨¦l.
Saviola es una suma de electricidad y picard¨ªa. A¨²n no conocemos su verdadero tama?o; seg¨²n los casos puede parecernos un mosquito sinf¨®nico o una ardilla nuclear, pero siempre deja tras de s¨ª el olor de la tormenta. En frente, su colega Ra¨²l entra en el dominio de la bioqu¨ªmica: su peligro no reside en la grandeza de su figura, sino en la misteriosa naturaleza de sus mol¨¦culas; esa compulsiva manera de agarrarse al partido indica que su cuerpo es un tanque de adrenalina.
Casillas es, en cambio, un tanque de tila. Su trabajo reconstruye los grandes duelos del Salvaje Oeste: aguanta a pie firme hasta que, perdida la compostura, el contrario decide desenfundar. Luego, todo consiste en adelantar el pecho y detener la bala.
Ser¨¢ bonito mientras dure.
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