?Giro en el PSC?
En el mundo de la pol¨ªtica, la realidad es tozuda y quien no quiere verla se equivoca gravemente y, en todo caso, a la corta o a la larga debe rectificar.
Cuando hace casi dos a?os se inici¨® un pacto entre el PSC y ERC que culmin¨® con candidaturas unitarias para el Senado y la formaci¨®n en dicha C¨¢mara de un grupo parlamentario propio, algunos ya advertimos de que ello constitu¨ªa un grave error y de que por esa v¨ªa los socialistas se met¨ªan en un callej¨®n sin salida. Ciertamente, en el error han sido persistentes: todav¨ªa en la reciente moci¨®n de censura, Maragall parec¨ªa mostrarse encandilado ante las palabras vibrantes en la forma, pero vac¨ªas en el contenido, de Carod-Rovira.
Esta l¨ªnea pol¨ªtica de alianza estrat¨¦gica con Esquerra ha comenzado a corregirse en recientes reuniones de la ejecutiva del PSC. Josep Borrell y otros dirigentes han forzado la rectificaci¨®n. Han visto claro que llegar a un acuerdo con ERC sobre una compleja reforma constitucional y estatutaria no s¨®lo es imposible, sino que tambi¨¦n es innecesario y perjudicial. El PSC -y tambi¨¦n el PSOE, aunque m¨¢s recientemente- mantiene desde 1989 que la clave para culminar el Estado de las autonom¨ªas es una reforma constitucional del Senado que lo convierta en una C¨¢mara federal, con una composici¨®n y unas funciones parecidas a las del Bundesrat. Ello implica que tienen una v¨ªa propia de modelo territorial de Estado y no necesitan que les sea modificada desde el exterior.
En efecto, una reforma del Senado bajo esta orientaci¨®n permitir¨ªa solucionar las principales disfunciones del Estado auton¨®mico: la escasa cooperaci¨®n entre comunidades aut¨®nomas, la participaci¨®n de estas comunidades en la Uni¨®n Europea y en las tareas legislativas estatales que les afecten (especialmente, en la elaboraci¨®n de las leyes de bases), y la representaci¨®n de la comunidades en ¨®rganos constitucionales, como el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial, entre otras de importancia menor. En definitiva, con una buena reforma del Senado se dar¨ªa un paso definitivo hacia la consolidaci¨®n del Estado auton¨®mico como Estado federal. Esta idea, que parte de estudios acad¨¦micos de finales de los a?os ochenta, fue incorporada muy r¨¢pidamente por el PSC a su programa y en la ¨¦poca de la bicefalia Almunia/Borrell fue tambi¨¦n aprobada oficialmente por el PSOE.
Por tanto, la orientaci¨®n federal no es nueva y la reforma del Senado -que no puede obviar la reforma de la Constituci¨®n- es su clave de b¨®veda. Ahora bien, los que m¨¢s se han opuesto a dicha reforma han sido los partidos nacionalistas. CiU y el PNV han dado muestras de ello en los ¨²ltimos 10 a?os. Por l¨®gica, tampoco ERC la puede admitir.
?Por qu¨¦ se oponen los partidos nacionalistas a la reforma del Senado en un sentido federal? Porque su ideolog¨ªa no les permite aceptar que todas las comunidades participen de forma igual en el Senado y, ante ello, prefieren una relaci¨®n bilateral con el Gobierno estatal. Saben que la clave de su fuerza s¨®lo est¨¢ en que sus votos sean decisivos para dar soporte a los gobiernos minoritarios de Madrid. ?sta es la palanca que aprovechan, sin interesarles por tanto ser una comunidad m¨¢s en la C¨¢mara alta. Naturalmente, ello lo revisten ideol¨®gicamente diciendo que son nacionalidades y deben tener unos derechos especiales, distintos y superiores a los de las meras regiones. Sus propuestas de reforma del Senado siempre han ido en este sentido, reserv¨¢ndose derechos de veto en determinados temas que sab¨ªan perfectamente que no ser¨ªan admitidos, ni por el Gobierno ni por las dem¨¢s comunidades aut¨®nomas, ya que su racionalidad proviene de una l¨®gica confederal, muy distinta a la que se plantea en el Estado de las autonom¨ªas.
Debido a su poco peso parlamentario, la posici¨®n de ERC no ha sido tan manifiesta como la de CiU, pero por coherencia con su ideario debe ir en la misma direcci¨®n: un Senado de nacionalidades hist¨®ricas -entre las que una sea Espa?a- que simbolice el pacto mediante el cual Catalu?a tenga asegurado el derecho a la independencia. Por tanto, un pacto con ERC sobre la reforma del Senado es dif¨ªcilmente viable, aunque podr¨ªa ser un pacto de m¨ªnimos que suscitara inmediatamente, al d¨ªa siguiente de ser aprobado, nuevas reivindicaciones, medio del cual se alimentan los partidos nacionalistas.
De este callej¨®n sin salida en el que se hab¨ªa metido, el PSC puede huir ahora si llega a la conclusi¨®n de que es imposible -adem¨¢s de perjudicial- establecer un acuerdo de esta naturaleza con ERC, lo cual no le impide, por supuesto, llegar a acuerdos concretos de naturaleza distinta. Que esto suceda o no se ver¨¢ en los pr¨®ximos d¨ªas y es posible -ya que quiz¨¢ conviene, por el momento, a ambos partidos- que la ruptura no se escenifique todav¨ªa. Pero, dadas las circunstancias, no parece que la situaci¨®n de los dos ¨²ltimos a?os sea duradera.
En todo caso, el PSC no puede llegar a esta ruptura con complejos, como acostumbra. Las acusaciones ya han comenzado: el PSC est¨¢ subordinado al PSOE, los socialistas catalanes son sucursalistas. Esta acusaci¨®n no debe negarse, sino asumirse tal como es en la realidad. El PSC forma parte del PSOE, interviene de forma importante en su pol¨ªtica interna y, como es natural, est¨¢ sometido a las reglas propias de la lealtad mutua. Es bueno formar parte de un partido de ¨¢mbito estatal cuando la pol¨ªtica se hace, como es el caso, a nivel de Estado. Si se quiere ser influyente en los centros de poder, hay que formar parte de una fuerza pol¨ªtica con capacidad de actuaci¨®n en todo el territorio donde este poder se ejerce. Precisamente, el ideal ser¨ªa que para actuar en la Uni¨®n Europea se formasen partidos europeos. Por tanto, el PSC no debe caer en la trampa de admitir, aunque sea impl¨ªcitamente, que los ¨²nicos partidos que defienden los intereses de Catalu?a son los partidos llamados no sucursalistas. Veinte a?os de p¨¦sima gesti¨®n de la Generalitat son una de las pruebas que ayudan a desmentirlo.
Romper el acuerdo con ERC podr¨ªa ser el inicio de un cambio sustancial en la actual pol¨ªtica del partido que lidera Maragall. Los socialistas han malgastado dos a?os en obsesionarse por el falso problema de la identidad. Han querido jugar en campo contrario. Quiz¨¢ es el momento para dar un giro hacia los problemas sociales, hacia los problemas de la Catalu?a real.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UAB
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