"Cuando no les quedaban balas, se suicidaban con granadas"
Trabajadores de Cruz Roja entierran los cuerpos de numerosos combatientes talibanes abandonados
Ayab Gul y Sa¨ªd Rahim se enfundan unos guantes de l¨¢tex, unos manguitos y una mascarilla desinfectante. Con determinaci¨®n, despliegan una bolsa de pl¨¢stico blanca, la colocan a un lado del cad¨¢ver y tratan de introducirlo en ella. El cuerpo desmadejado se les quiebra. Sin perder la compostura, recolocan la parte superior y, con un gesto que ya han repetido muchas veces antes, atan los dos extremos de la modesta mortaja.
Pasa la batalla y quedan los cad¨¢veres. Los muertos del bando perdedor no tienen nombre. Abandonados por sus compa?eros que huyeron para salvarse, los cuerpos de muchos combatientes talibanes yacen desparramados en las trincheras y el frente. Cuentan los voluntarios de Cruz Roja que los m¨¢s desesperados, o los m¨¢s serenos, de los milicianos extranjeros 'llegaron a suicidarse con granadas cuando se les acabaron las balas'.
El Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) anunci¨® ayer que hab¨ªan descubierto entre 400 y 600 cad¨¢veres en Mazar-i-Sharif, hab¨ªan enterrado a 300 y que desconoc¨ªan si hab¨ªan fallecido en los combates o hab¨ªan sido ejecutados. En los alrededores de Kabul, Gul y Rahim ya han recogido a medio centenar. EL PA?S ha acompa?ado a su equipo hasta Qala-i-Gulai, a 55 kil¨®metros al norte.
Hakimi, un ex muyahid reconvertido como trabajador humanitario, fotograf¨ªa a los infortunados con vistas a una eventual identificaci¨®n futura. El CICR har¨¢ una ficha por si alg¨²n d¨ªa un familiar le busca.
'Se han encontrado de 400 a 600 cad¨¢veres y hemos enterrado a 300', declar¨® una portavoz de Cruz Roja. 'No puedo decir c¨®mo han muerto'.
El hedor impregna la ropa, y unos milicianos que s¨®lo hace unos d¨ªas luchaban en esta misma trinchera permanecen a una prudente distancia, con expresi¨®n mitad de repulsi¨®n, mitad de agradecimiento. Es una tarea que requiere mucha m¨¢s valent¨ªa que echarse un Kal¨¢shnikov al hombro. Minas y munici¨®n sin explotar son una amenaza constante.
La ¨²nica protecci¨®n de Gul y Rahim son sus chalecos con el s¨ªmbolo del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja: una gran cruz roja en el pecho. 'Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil encontrar gente que quiera hacerlo, porque es muy desagradable y arriesgado, pero alguien se tiene que ocupar de ello', explica Wasit, el oficial sanitario que dirige el equipo. Este hombre entregado a su trabajo no hace aspavientos. Admite que le mueven razones sanitarias y humanitarias, pero sobre todo le preocupa que los cad¨¢veres queden al aire, 'porque asustan a los ni?os'.
Qala-i-Gulai es un pueblo past¨²n y protalib¨¢n hasta la m¨¦dula. Aqu¨ª, los combates contra los soldados de la Alianza del Norte se libraron hasta el ¨²ltimo minuto. 'Dos o tres d¨ªas antes de que nuestras fuerzas entraran en Kabul vino una delegaci¨®n de otro pueblo vecino, tambi¨¦n favorable a los talibanes, para proponerles unirse a la Alianza, pero no quisieron y resistieron hasta el fin', cuenta Kandaga, uno de los dos milicianos que el comandante Babayan, encargado de la cercana base de Bagram, nos ha facilitado como escolta para entrar en el villorrio. Quedan a¨²n una treintena de hombres armados. 'El comandante ha preferido no desarmarlos', explica Kandaga, 'pero nos ha pedido que les tengamos vigilados y que estemos alrededor'.
Primera l¨ªnea
Antes viv¨ªan aqu¨ª un centenar de familias, pero el pueblo qued¨® en medio del frente cuando los talibanes expulsaron a la Alianza del Norte en 1998. Se quedaron los hombres para guardar sus casas y defender la posici¨®n. Aqu¨ª estaba hasta hace 12 d¨ªas la primera l¨ªnea defensiva de Kabul. 'Hace cuatro a?os, cuando los talibanes expulsaron a la Alianza del Norte de aqu¨ª, hicimos el mismo trabajo y durante todo este tiempo tambi¨¦n hemos ayudado al intercambio de cuerpos entre uno y otro lado', apunta Wasit. 'Es nuestro trabajo, lo hacemos por todos; hemos atendido a m¨¢s de 80.000 personas, entre muertos y heridos, en los 11 a?os que yo llevo trabajando con el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja'.
Kandaga desciende del veh¨ªculo, echa un r¨¢pido vistazo a las ventanas de una casa y golpea la cancela de la puerta. Media docena de antiguos talibanes con aspecto entre sorprendido y somnoliento salen, nos observan y, tras conocer el motivo de la visita, nos acompa?an hasta la trinchera. No hace falta ir muy lejos. A ambos lados del camino hay cuerpos hinchados y rotos. A uno le falta media cara, a otro no se le ve la cabeza, un tercero parece un mu?eco de trapo. Todos est¨¢n irreconocibles. Han pasado 11 d¨ªas a la intemperie y la descomposici¨®n ha hecho mella. 'Son paquistan¨ªes', asegura Kandaga, mientras Gul y Rahim prosiguen con su trabajo al otro lado del camino y Wasit marca la primera bolsa con el n¨²mero 52.
'Todos los que han defendido esta l¨ªnea eran extranjeros', prosigue el miliciano. 'Ahora ya no, pero al principio era posible distinguirlos, algunos incluso ten¨ªan su documentaci¨®n', explica, antes de aclarar que 'los ¨¢rabes disparan hasta la ¨²ltima bala y, cuando ya no tienen m¨¢s, se hacen saltar por los aires con una granada'.
Testigos silenciosos
Los ¨²nicos testigos observan en silencio. 'Nos avisaron hace cuatro d¨ªas de la existencia de una decena de cad¨¢veres aqu¨ª, pero no hemos podido venir hasta ahora', reconoce Wasit, mientras sus hombres traspasan los tres cuerpos recuperados de su jeep a un cami¨®n de caja descubierta. La b¨²squeda de los restantes tendr¨¢ que esperar hasta el s¨¢bado, porque hoy, viernes, el equipo va a descansar. El programa empez¨® el pasado 12, al d¨ªa siguiente de que las tropas de la Alianza del Norte entraran en Kabul.
'La gente nos ayuda mucho', reconoce Hakimi. 'Hoy ha sido f¨¢cil, ayer fue peor', advierte Wasit; 'estaban comidos por los perros y tuvimos que recoger las tripas'. Se quita la m¨¢scara y emprendemos el camino de vuelta a Kabul por una carretera que transcurre entre campos de minas. Ha sido una jornada agotadora, pero sus ojos entrenados a¨²n descubren un cuerpo desmembrado en medio de un pedregal.
Venciendo el cansancio descienden del coche, vuelven a colocarse guantes y m¨¢scara, escrutan el terreno en busca de minas y proceden a recoger los restos desparramados. El sol empieza a ponerse. Regresamos en silencio.
'Mi hijo no era un talib¨¢n'
La tarea del equipo de Cruz Roja empieza hoy en el cementerio de Tarahil. Aqu¨ª tienen previsto enterrar a los siete cad¨¢veres que recogieron ayer. Este camposanto, en el distrito de Karabah, al norte de Kabul, era utilizado por los talibanes para dar sepultura a sus m¨¢rtires.
Dos centenares de l¨¢pidas de m¨¢rmol blanco lo atestiguan. Junto a ellas, una cincuentena de lajas de pizarra muestran tan s¨®lo un n¨²mero escrito con pintura roja. Bajo la tierra a¨²n fresca yacen las v¨ªctimas abandonadas de las ¨²ltimas batallas. Se desconoce su identidad. Nadie ha reclamado sus cuerpos. Excepto el de Niaz Mohamed, de 20 a?os, cuyo padre y t¨ªo han venido a recoger sus despojos.
'Mi hijo no era un talib¨¢n', asegura Lawan, '¨¦l estaba cuidando las ovejas cuando los talibanes se retiraron a Maidan Shah y los norteamericanos les empezaron a bombardear'. Seg¨²n cuenta, el joven result¨® herido y fue trasladado a un hospital del CICR, donde falleci¨®. 'Fuimos a preguntar por ¨¦l y nos dijeron que lo hab¨ªan enterrado aqu¨ª', a?ade con los ojos empa?ados.
'Tenemos nuestro propio cementerio y mi hijo ten¨ªa madre, t¨ªas y hermanas que quieren tener una tumba sobre la que llorarle', explica este viejo past¨²n que acaba de desenterrar a Niaz para llev¨¢rselo de vuelta a su Ghazni natal. La caja que han tra¨ªdo para transportar el cuerpo le ha quedado peque?a y han tenido que abrir un agujero para los pies.
Sin muchas ceremonias, el imam de una mezquita vecina le reza un responso mirando a La Meca. Los mirones se unen a la plegaria. Una semana antes eran compa?eros de armas de los ahora sepultados.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.