La reforma pendiente
EN LA PRIMERA legislatura de la democracia era usual recibir a los nuevos diputados en una comida con representantes de todos los partidos. Un diputado nacionalista catal¨¢n recuerda todav¨ªa algo que le sorprendi¨® mucho: Manuel Fraga vino a decir que los estatutos y las autonom¨ªas le preocupaban poco siempre que hubiera dos grandes partidos de ¨¢mbito nacional espa?ol.
Veinticuatro a?os despu¨¦s, esta doctrina sigue vigente en la persona de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Lo importante es que los dos grandes partidos se mantengan fuertes (con el Partido Popular siempre por delante del Partido Socialista Obrero Espa?ol, por supuesto), con capacidad de tener en mano las riendas del pa¨ªs y tirar de ellas siempre que sea necesario. O sea, que a estas alturas Espa?a no es mucho m¨¢s que el PP y el PSOE. Curiosa forma de resolver el eterno fantasma nacionalista de la vertebraci¨®n de Espa?a.
Esta idea de Espa?a como bipartidismo (que est¨¢ en la base del discurso de lo central y lo perif¨¦rico, porque en el centro est¨¢n los que tienen las riendas cogidas de la mano) es la raz¨®n principal por la cual la reforma del Senado para convertirlo en C¨¢mara de las autonom¨ªas sigue pendiente y pasa de un Gobierno a otro sin que ninguno haga el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo para hacerla realidad.
Los partidos nacionales lo ven con recelo (el PP y Aznar, en particular, directamente con rechazo), y los nacionalistas perif¨¦ricos prefieren las relaciones bilaterales con Madrid antes que entrar a formar parte del retablo general de las comunidades aut¨®nomas espa?olas.
Ahora ha sido Pasqual Maragall quien ha vuelto a colocar en la escena la reforma del Senado. La diferencia entre Maragall y los nacionalistas catalanes es que a Maragall le duele Espa?a. No le basta con el reconocimiento mutuo, quiere que Catalu?a y Espa?a se entiendan e incluso se amen. Maragall defiende la idea de una renovaci¨®n peri¨®dica de los textos legales b¨¢sicos, la Constituci¨®n y los estatutos, de modo que por calendario, sin dramatismo alguno, cada veinte a?os la sociedad adecuara sus leyes fundamentales a los cambios vividos en unos tiempos en que todo avanza muy deprisa. El ¨¦nfasis en esta reforma que Maragall puso en el debate de la moci¨®n de censura al presidente Jordi Pujol produjo cierta inquietud en el PSOE y el gozo en el PP, que crey¨® encontrar un fil¨®n para la descalificaci¨®n de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero en las disensiones internas entre barones y l¨ªderes socialistas. Es penoso que en democracia la pluralidad de opiniones dentro del partido sea castigada. Por lo menos, en aznarilandia, el monolitismo es el gran valor.
Maragall y el PSOE han encontrado un punto de acuerdo en la reforma del Senado, la eterna reforma pendiente, y, sin embargo, no es una reforma menor. Representar¨ªa una inversi¨®n de la l¨®gica del Estado de las autonom¨ªas. El Estado ha sido en la pr¨¢ctica entendido como una graciosa descentralizaci¨®n del poder central, con el PP y el PSOE como celosos guardianes de la unidad nacional. Ahora, una vez consolidadas las autonom¨ªas, lo que se propone es proceder al rev¨¦s: dar vertebraci¨®n institucional a la Espa?a plural, y ser¨ªa el Senado el lugar en que la realidad auton¨®mica se plasmar¨ªa en su real diversidad en t¨¦rminos de un debate pol¨ªtico multilateral.
Si la Espa?a plural es algo m¨¢s que un eslogan, la reforma del Senado es una manera de darle cuerpo institucional. Espa?a pasar¨ªa a ser algo m¨¢s que dos partidos. Ni las fuerzas centr¨ªpetas (el nacionalismo espa?ol) ni las fuerzas centr¨ªfugas (los nacionalismos perif¨¦ricos) est¨¢n por la labor.
Pero el nacionalismo espa?ol teme la pluralidad de voces y los nacionalistas perif¨¦ricos temen ser confundidos entre las dem¨¢s voces. Una vez m¨¢s se pone de manifiesto c¨®mo los nacionalismos se alimentan mutuamente y se refuerzan en sus posiciones aparentemente contradictorias. Con lo cual, lo m¨¢s probable es que todo quede igual.
Aznar est¨¢ buscando un broche de oro para el final de su episodio presidencial, lo est¨¢ buscando en Gibraltar, quiz¨¢ pensando en que los efectos colaterales que un acuerdo podr¨ªa tener quedar¨¢n para su sucesor. Y sin embargo podr¨ªa tenerlo mucho m¨¢s cerca en la reforma del Senado. Pero con Gibraltar hace patria, y con la reforma del Senado deber¨ªa reconocer una realidad pol¨ªtica que le incomoda profundamente.
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