La inmigraci¨®n como amenaza
En los ¨²ltimos meses he tenido ocasi¨®n de pronunciar varias conferencias en diferentes localidades de Catalu?a. Aunque el tema giraba en torno a cuestiones econ¨®micas y, en particular, a la desaparici¨®n de la peseta, en los coloquios y en las conversaciones que despu¨¦s contin¨²an alrededor de un vino o una cena con los anfitriones sali¨® siempre el tema de la inmigraci¨®n. Me ha llamado la atenci¨®n la similitud de varias historias surgidas en esas conversaciones.
En diferentes ocasiones, varios padres comentaron haber decidido sacar a sus hijos de la escuela p¨²blica. Eran profesionales de clase media, nada renuentes en principio a la inmigraci¨®n. Pero los maestros les hab¨ªan comunicado que en las condiciones en que desenvolv¨ªa su trabajo no pod¨ªan garantizar que sus hijos adquiriesen los niveles de conocimiento esperados, y les ped¨ªan que presionaran a las autoridades. Enfrentados al dilema de denunciar la situaci¨®n y presionar para su mejora o sacar a sus hijos de la escuela p¨²blica, optaron por la salida. Actuaron de la misma forma en que la hizo el primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair. Le acusaron de hip¨®crita al defender la escuela p¨²blica pero enviar a sus hijos a la privada. Blair se?al¨® que cuando lo que estaba en juego era sus preferencias ideol¨®gicas o el derecho de sus hijos a una buena educaci¨®n, ten¨ªa claro cu¨¢l era la prioridad.
Algunas personas contaban tambi¨¦n su reacci¨®n ante el hecho de que cuando ten¨ªan que llevar a sus hijos o ir ellos mismos a urgencias hospitalarias se encontraban que ten¨ªan por delante a inmigrantes que alargaban el tiempo de espera y, en su opini¨®n, deterioraban la calidad del servicio. Otros, en fin, se?alaban que despu¨¦s de trabajar duro y de invertir lo que no ten¨ªan en la adquisici¨®n de una vivienda, ve¨ªan c¨®mo la llegada de inmigrantes a su barrio provocaba inseguridad y deterioro del clima de convivencia. Desear¨ªan marcharse, pero no pueden. El valor de su vivienda ha ca¨ªdo de forma dr¨¢stica y no pueden ni recuperar lo invertido. La percepci¨®n que esas personas tienen de los efectos de la inmigraci¨®n sobre sus vidas no es muy buena.
?Podemos acusarles de insolidarias, ego¨ªstas, o de xenofobia? En general creo que son reacciones comprensibles cuando se est¨¢ experimentando un deterioro en la calidad de vida, especialmente de aquellos servicios p¨²blicos que constituyen la base de la ciudadan¨ªa y de una sociedad igualitaria. Esa igualdad de oportunidades se apoya en cuatro pilares: posibilidad de adquirir buena educaci¨®n; una red sanitaria p¨²blica que garantice la salud y, en su momento, una muerte digna; unos programas sociales que nos protejan frente a las contingencias de la econom¨ªa y de la vida sobre las que no tenemos control personal, y la garant¨ªa de seguridad para nuestras vidas y los bienes b¨¢sicos, como la vivienda. Cuando los ciudadanos ven amenazados esos servicios y derechos b¨¢sicos sobre los que se apoyan sus oportunidades y las de los hijos reaccionan en contra.
?Qu¨¦ hacer? Frente a la percepci¨®n de amenaza no vale el negar el conflicto recurriendo s¨®lo a la buena conciencia y a la educaci¨®n en los valores comunitarios de la solidaridad y la tolerancia. Me comentaban la iniciativa de regalar mu?ecas negras a las ni?as blancas para educarlas en la convivencia con 'el otro'. Quiz¨¢ no est¨¦ mal, teniendo en cuenta adem¨¢s que nosotros tenemos v¨ªrgenes negras. Pero no es suficiente. Hay que reconocer la existencia de esos conflictos, viendo en ellos el cemento de la ciudadan¨ªa en libertad. ?sta es la idea defendida por Albert Hirschman, uno de los economistas m¨¢s importantes de nuestro tiempo y a quien vale la pena leer. Frente a un exceso de comunitarismo bien intencionado, Hirschman se?ala las ventajas de no temer los conflictos. Durante el siglo XIX muchos negaron el conflicto entre el capital y el trabajo por miedo a que su aceptaci¨®n llevase a la quiebra de la sociedad liberal. Pero el siglo XX, despu¨¦s de dos guerras mundiales, nos ha ense?ado que la gesti¨®n continuada de ese conflicto -mediante la negociaci¨®n entre trabajadores, empresarios y gobiernos- es la base de la sociedad m¨¢s libre, democr¨¢tica, rica y solidaria en la que vivimos. Cuando se reconocen los problemas y se afrontan de forma adecuada el resultado es siempre una sociedad mejor, m¨¢s fuerte. Eso es lo que debe suceder con la inmigraci¨®n. Pero para ello hay que aceptar esas amenazas, poner remedios adecuados y evitar que las personas que tienen mayor capacidad de expresi¨®n y liderazgo social abandonen la ense?anza, la sanidad o el sistema p¨²blico de pensiones.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Econom¨ªa Aplicada y director del departamento de Econom¨ªa Mundial de la Universidad de Barcelona.
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