Educaci¨®n, la cuesti¨®n clave
Con la globalizaci¨®n, los Estados no tienden a desaparecer, como quiere un ultraliberalismo muy minoritario, sino que, simplemente, se transforman, bien perdiendo unas competencias para adquirir otras, bien cambiando el rango de sus actividades: algunas que tuvieron poca importancia en el pasado adquieren una nueva centralidad. Desde la creaci¨®n del Estado moderno hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, la actividad principal de los Estados europeos hab¨ªa sido la b¨¦lica. Nada m¨¢s natural que en unos Estados permanentemente dispuestos a guerrear los ej¨¦rcitos gozasen de una preeminencia especial y fuese el Ministerio de la Guerra el de mayor peso. Despu¨¦s de que Europa se destruyera en dos grandes guerras y las armas nucleares convirtieran en obsoletas las guerras interestatales, hemos llegado, medio siglo m¨¢s tarde, a tener un ej¨¦rcito profesional, integrado en organizaciones supranacionales, con un peso muy limitado en la sociedad. La actividad principal del Estado se dirige ahora a promover el desarrollo econ¨®mico y a tratar de evitar en lo posible conflictos sociales de envergadura con una pol¨ªtica redistributiva de la renta. Una vez transferida la pol¨ªtica econ¨®mica a instituciones supraestatales, esta fase est¨¢ tambi¨¦n a punto de concluir.
Al ceder competencias en lo militar y en lo econ¨®mico, ?se vac¨ªa acaso el Estado, o m¨¢s bien cambia tan s¨®lo de aspecto al dedicarse a otras actividades que ahora se muestran decisivas? El proceso de apertura, que empez¨® en 1959 con el Plan de Estabilizaci¨®n -dise?ado por el economista catal¨¢n Joan Sard¨¢; el m¨¦rito para ¨¦l que lo tiene, como nos lo ha recordado Fabi¨¢n Estap¨¦ en sus memorias- al trasladar las competencias econ¨®micas a instituciones supraestatales, es ya realidad plena. Impresiona la transformaci¨®n de Espa?a en este casi medio siglo de integraci¨®n en el mercado mundial, pero, si conseguimos resolver el gran problema pendiente -educar a nuestro pueblo a la altura de las exigencias de un pa¨ªs europeo que ha alcanzado tal grado de desarrollo social y econ¨®mico-, los cambios de los pr¨®ximos decenios ser¨¢n a¨²n m¨¢s espectaculares. La verdadera riqueza de un pa¨ªs la constituye el nivel cultural y cient¨ªfico de sus habitantes. Si hasta ahora la econom¨ªa ha tenido la primac¨ªa, en el futuro la tendr¨¢ la educaci¨®n.
Obs¨¦rvese que la pol¨ªtica cultural, la educativa y la cient¨ªfica -precisamente aquellas de las que depende la capacidad de competir dentro y fuera de la Uni¨®n- quedan fuera de los tratados comunitarios. Los Estados miembros m¨¢s d¨¦biles propugnan un mayor grado de integraci¨®n en estos ¨¢mbitos, mientras que los m¨¢s fuertes argumentan que, una vez culminado el proceso de integraci¨®n econ¨®mica, habr¨¢ que competir en el campo cient¨ªfico y tecnol¨®gico. Con lo que educaci¨®n y cultura, dos factores b¨¢sicos para lograr un nivel cient¨ªfico alto, adquieren una importancia crucial. Los ministerios de educaci¨®n, cultura, ciencia y tecnolog¨ªa -diversificaci¨®n que ir¨¢ en aumento, seg¨²n se haga patente la importancia de estos resortes-, que todav¨ªa hoy los pol¨ªticos consideran de tercer orden -Solana y Rajoy pasaron por ellos sin dejar rastro, a la espera de m¨¢s altos destinos-, est¨¢n llamados a ser los grandes ministerios del futuro. En un siglo -el Ministerio de Instrucci¨®n P¨²blica fue fundado en 1901- ha pasado de la marginalidad, con un presupuesto min¨²sculo, a tener que cumplir en un futuro cercano la principal tarea de gobierno.
Importa insistir no ya tanto en el hecho de que la pol¨ªtica educativa, en su mentido m¨¢s amplio, es la que con mayor fuerza incide en la confliguraci¨®n de un pa¨ªs -por lo menos de boquilla, todos lo reconocen as¨ª- como en algo que escapa m¨¢s a la percepci¨®n general, a saber, que es la pol¨ªtica m¨¢s intrincada y dif¨ªcil de llevar a la pr¨¢ctica. Dadas las muchas implicaciones sociales y culturales que conlleva, gastando m¨¢s dinero, no se mejora sin m¨¢s la educaci¨®n. Se trata de un servicio caro que exigir¨¢ cada vez m¨¢s recursos, pero las muchas dificultades que se ir¨¢n presentando en el camino no se vencen s¨®lo con dinero. Se dir¨¢ que esto no es exclusivo de la educaci¨®n; cierto, pero es sobre todo el problema de la educaci¨®n.
Y ello porque rebasa con mucho las competencias y aun las posibilidades mismas del Estado. Nos educamos en la familia y en los grupos primarios -socializaci¨®n dicen los expertos- en los que participamos desde la primera infancia. Cuando el Estado interviene con la escuela p¨²blica ya est¨¢n formados inteligencia y car¨¢cter. Adem¨¢s, toda educaci¨®n exige fines que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, se derivan de una visi¨®n de lo humano, distintas en nuestras sociedades plurales, sin que el Estado democr¨¢tico pueda ni deba imponer una. El objetivo de la educaci¨®n es social; estatal, ¨²nicamente su instrumentaci¨®n. La educaci¨®n depende as¨ª, m¨¢s que del Estado, de fuerzas sociales con objetivos claros. La presencia de la 'sociedad civil' es cada vez m¨¢s necesaria en muy distintos campos de la actividad estatal, pero resulta indispensable en la educaci¨®n. Educar supone un proceso social que ha de implicar a la sociedad toda; el Estado es s¨®lo el que, en el mejor de los casos, coordina y cofinancia estos esfuerzos. Pues bien, la gravedad de la situaci¨®n queda de manifiesto al constatar que en nuestra sociedad no se divisan las fuerzas sociales que pudieran dar el necesario impulso a la educaci¨®n.
A la Iglesia -de forma muy particular, a los jesuitas, que llevaron a cabo una verdadera revoluci¨®n educativa en el barroco- debemos las primeras iniciativas de una educaci¨®n integral, pese a que nunca perdiera un cierto car¨¢cter de indoctrinaci¨®n y de clase. A la Instituci¨®n Libre de Ense?anza le debemos el salto cualitativo que en educaci¨®n lleva a efecto la Espa?a contempor¨¢nea, pero el r¨¦gimen de Franco destroz¨® por completo estos logros, sin que apenas queden rastros en la Espa?a de hoy. Sin duda el mayor de los cr¨ªmenes de una rebeli¨®n militar con alt¨ªsimos costes en vidas humanas y en bienes materiales -en 1956, veinte a?os m¨¢s tarde, se recupera el nivel de renta de 1936- fueron los destrozos llevados a cabo en la educaci¨®n. Ha pasado m¨¢s de medio siglo y todav¨ªa no nos hemos repuesto. Lo m¨¢s grave es que la mayor¨ªa de la gente ni siquiera es consciente de ello.
No todos se atreven a se?alar lo m¨¢s obvio de nuestra crisis educativa: que la mayor parte de los alumnos que llenan las aulas de institutos y universidades no tienen la preparaci¨®n que habr¨ªa que exigirles para poder estar en ellas. ?C¨®mo vamos a tener una Universidad decente, digan lo que quieran los rectores, con el nivel medio de los estudiantes que llegan a su puerta? Pero, sin una escuela p¨²blica capaz, ?c¨®mo vamos a tener una ense?anza media que prepare a sus alumnos con los conocimientos imprescindibles para ingresar en una universidad?
Dejando de lado cu¨¢nto se debe a la herencia y cu¨¢nto a la educaci¨®n, a nadie se le oculta que la impronta de los primeros a?os resulta decisiva. Preguntado Sigmund Freud por el a?o m¨¢s provechoso de su vida, contest¨® que sin duda el primero. Coss¨ªo nos cuenta que, en un congreso celebrado en 1882, don Francisco Giner de los R¨ªos se reafirm¨® 'en que la ¨²nica labor honrada y posible era la formaci¨®n lenta y cuidadosa de los hombres de ma?ana desde su primera ni?ez'. Ojal¨¢ tengamos el coraje de empezar la ardua labor por la base y pongamos la m¨¢xima atenci¨®n en 'el jard¨ªn de la infancia', como dicen en Aleman¨ªa, o en 'la escuela materna', como dicen en Francia, y centremos los mayores esfuerzos en la ense?anza a partir de los dos a?os, con los programas educativos adecuados: no se trata de guardar -qu¨¦ palabra m¨¢s terrible la de guarder¨ªa-, sino de educar inteligencia y car¨¢cter en un momento en que todav¨ªa se pueden compensar las diferencias sociales de origen. Claro que tendr¨ªamos que empezar por preparar a los educadores en la pedagog¨ªa propia de los m¨¢s peque?os, hoy muy desarrollada, para impulsar luego la expansi¨®n de las escuelas infantiles con personal altamente cualificado, lo que tambi¨¦n quiere decir bien pagado. No es un programa a corto plazo, pero sentar¨ªa las bases para una educaci¨®n posterior mucho m¨¢s exitosa, a la vez que, como efecto colateral, contribuir¨ªa decisivamente a que no siga decreciendo la poblaci¨®n.
Hay que enfrentarse lo antes posible a la selecci¨®n del alumnado, tanto para hacer un bachillerato digno como para ingresar en la Universidad. Resulta tan fundamental como la selecci¨®n del profesorado, tema que, pese a la nueva ley universitaria, sigue abierto. Al ampliar la contrataci¨®n, la nueva ley va a contribuir a que siga aumentando el deterioro. Los rectores, que se muestran tan orgullosos del plantel de profesores de sus universidades, no suelen dar el dato revelador de cu¨¢ntos de los nombrados en la base, sin criterios ni procedimientos claros, cesan en alg¨²n momento por no dar la talla para seguir avanzando en el escalaf¨®n. Con doctorado o sin ¨¦l, con m¨¦ritos o sin ellos, al que un d¨ªa le dieron un puesto, precario y mal pagado al nivel m¨¢s bajo, va paso a paso ascendiendo por un sistema de promoci¨®n interna. Los rectores se comportan como directores de una empresa que no tuvieran que rendir cuentas de los gastos a los propietarios, a la vez que como si fueran l¨ªderes sindicales elegidos por el personal con la obligaci¨®n de mantener a todos colocados.
A la hora de concebir una pol¨ªtica educativa que tenga como objetivo mejorar la calidad tenemos que tener muy presente que la Espa?a decimon¨®nica fracas¨® rotundamente en este ¨¢mbito: pobre escolarizaci¨®n, con el consiguiente ¨ªndice alto de analfabetismo, y una ense?anza media y universitaria tan minoritarias como deficientes. A las carencias de la escuela decimon¨®nica debemos algo que hoy consideramos positivo, que se haya conservado una multiplicidad de lenguas en el Estado. Tampoco se trata de esclarecer ahora c¨®mo se imbrican subdesarrollo socioecon¨®mico y bajo nivel educativo en la Espa?a de la primera mitad del siglo XX, el hecho es que, aunque el pa¨ªs haya crecido en los ¨²ltimos cincuenta a?os, el despegue educativo es mucho m¨¢s reciente, lo que explica que la juventud que llena institutos y universidades en su mayor parte provenga de familias que no tienen a sus espaldas una tradici¨®n cultural que puedan transmitir a sus hijos. Esto queda patente en la falta de h¨¢bitos de lectura y consiguiente incapacidad para expresarse por escrito, que pesa sobre toda la educaci¨®n escolar y universitaria. Carencia que a veces incluye a los mismos profesores, que han recibido tambi¨¦n una ense?anza exclusivamente oral, que vuelven a transmitir de palabra, apoyada, todo lo m¨¢s, en los malhadados apuntes.
En suma, importa impedir que el nivel educativo descienda a la media que resulta de su universalizaci¨®n, pero sobre todo es preciso compensar las diferencias desde la primera infancia; luego ya no es realizable, de modo que los mejores, sea cual fuere su origen social, reciban la educaci¨®n adecuada, evitando una excesiva desviaci¨®n clasista en la selecci¨®n competitiva que necesariamente conlleva una educaci¨®n de calidad.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa.
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