El lujo y su copia
En una ¨¦poca cuyo emblema es la clonaci¨®n ?c¨®mo extra?arse del apogeo de la copia? Un 5% del comercio mundial se compone de marcas falsas con ventas superiores a los 250.000 millones de d¨®lares -m¨¢s de 289.017 millones de euros- y aumentando cada vez m¨¢s. Basta que una firma tenga ¨¦xito para que se convierta en un bot¨ªn, basta que una marca llegue alto para que la saqueen los bajos fondos.
Seg¨²n la International Chamber of Commerce el 75% de las falsificaciones se dirigen a productos de lujo: ropa, zapatos, bolsos, perfumes o relojes. En India, donde las leyes apenas garantizan la protecci¨®n del original, una buena parte de los cosm¨¦ticos, desde L'Or¨¦al a Est¨¦e Lauder, desde Chanel a Guerlain son falsos. Susceptibles de provocar irritaciones cut¨¢neas, enfermedades oftalmol¨®gicas y cualquier grado de alergia. Pero las gentes siguen compr¨¢ndolas.
La penetraci¨®n de la pirater¨ªa es tan extensa e intensa que ha infectado hasta transistores utilizados por el Space Shuttle o los sistemas detectores de incendios de algunas compa?¨ªas a¨¦reas. En estos casos no se han revelado a¨²n consecuencias graves pero las provocaron ya la falsificaci¨®n de detergentes que abrasaban las manos en Gran Breta?a, los fertilizantes piratas que destruyeron plantaciones de cereales en Nigeria en 2000 o las vacunas contra la meningitis distribuidas en N¨ªger en 1996 con el efecto de miles de muertes. Contrariamente, un mill¨®n de falsas p¨ªldoras anticonceptivas dieron lugar a miles de embarazos no deseados en algunas zonas del Tercer Mundo.
Otras veces, sin embargo, la copia no es nociva y tampoco burda. La imitaci¨®n refleja el modelo hasta remedar no s¨®lo el objeto mismo sino su referente de verdad. Los estuches, los envoltorios, los certificados de garant¨ªa y hasta los c¨®digos de barras se falsifican y doblan el original de tal forma que, llegado a un extremo ?qui¨¦n refrenda qu¨¦ es aut¨¦ntico y qu¨¦ no lo es?
En el mundo hay una firma, Rouse & Co International, con fama de ser la primera en investigaci¨®n y desmantelamiento de falsificadores. Su mayor obst¨¢culo est¨¢, no obstante, en el notable n¨²mero de pa¨ªses, especialmente asi¨¢ticos, donde no existen leyes o tribunales donde presentar demandas. En Taiwan se piratea anualmente por una cifra superior a los 7 millones de d¨®lares y en Malaisia por encima de los 4 millones pero no hay instancias donde acudir. Trat¨¢ndose de medicamentos y otros productos semejantes el peligro de causar da?o humano es evidente pero las autoridades arguyen: ?a qui¨¦n perjudica que se imite un Rolex o un calzoncillo de Calvin Klein?
Efectivamente s¨®lo a esas multinacionales que dedican hasta 12,02 millones de euros anuales para cazar piratas, pero ?c¨®mo concebir actualmente una marca con relieve sin la sombra (o la luz) de su falsificaci¨®n? S¨®lo lo prestigioso, lo importante, lo chic se copia. Los ejecutivos de esas firmas alegan que siendo lo suyo la exclusividad, la exclusividad se perjudica gravemente con la extensi¨®n de la propiedad. Pero, de otra parte, ?c¨®mo imaginar que se copiara lo vulgar? La popularizaci¨®n de lo exclusivo es pura publicidad, y ?c¨®mo concebir hoy un ¨¦xito sin la multiplicaci¨®n de la marca, sin la globalizaci¨®n del objeto, sin la ubicuidad del logo?
Si el mundo del glamour lo forma un 30% de riqueza objetiva y un 70% de fascinaci¨®n ?c¨®mo no aprovechar ese margen de ficci¨®n para cualquier clase de objetivos? Los terroristas del IRA, seg¨²n Spruce, recaudaron dinero pirateando los v¨ªdeos de El Rey Le¨®n, los serbios en Kosovo traficaban con CDs de la Enciclopedia Brit¨¢nica a 10 d¨®lares (11,56 euros), las bombas en el World Trade Center de 1993 fueron financiadas con camisetas falsas que promocionaban Nueva York. En Nueva Delhi una de las agencias de detectives contra falsificaciones se llama c¨®micamente Phantom's Transworld Secret Service porque ese mundo ha comenzado a emanciparse de la realidad para traducirse en su clon virtual. En una formaci¨®n fantasmal del antiguo capitalismo productivo.
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