'?Matadlos a todos, quemadlo todo!'
Un hombre de sienes plateadas se muestra orgulloso de su apellido porque parece alem¨¢n. Se llama Hahn, Hahn Tae Soo. 'Todos los d¨ªas rezo por nuestra selecci¨®n', afirma Hahn, oriundo de la isla de Cheju, la m¨¢s meridional de Corea. Sin embargo, no ofrece su apoyo religioso desinteresadamente: la selecci¨®n alemana ha reservado las 56 suites y habitaciones del hotel de cinco estrellas que dirige Hahn Tae Soo.
Los alemanes llegar¨¢n el 12 de junio si superan las eliminatorias y se quedar¨¢n 14 d¨ªas si no se esfuman antes de tiempo sus sue?os de llegar al encuentro final. Hahn ayudar¨¢ en todo lo posible. Su hotel se llama Para¨ªso. Y realmente lo parece. La zona mediterr¨¢nea, con campo de golf incluido, se encuentra a tan s¨®lo un cuarto de hora del magn¨ªfico y moderno estadio de Seogwipo, al que el equipo alem¨¢n puede llegar atravesando verdes praderas que se elevan sobre el mar Amarillo.
El apoyo estadounidense abarc¨® 'la instrucci¨®n diaria de las fuerzas destinadas a luchar contra los insurgentes, los interrogatorios a los prisioneros y buques de guerra para bloquear Cheju'
El l¨ªder de los rebeldes y el jefe del regimiento coreano negociaron un armisticio, pero la polic¨ªa lo boicote¨®. El Gobierno Militar estadounidense se pronunci¨® a favor de la quema de terrenos
Treinta a?os despu¨¦s de que comenzase la rebeli¨®n, en 1978, apareci¨® el primer testimonio de un testigo, si bien de forma novelada. La obra fue prohibida, y su autor, detenido
Seogwipo tiene 85.000 habitantes y es la segunda ciudad m¨¢s grande de la isla. Los alrededores de esta ciudad portuaria, con sus rocas de formas caprichosas y sus cascadas, son a¨²n m¨¢s atractivos que el pintoresco litoral. Todo aquel que rodea Cheju, un recorrido de dos horas en coche, se siente un minuto en Hawai, otro en Irlanda, al siguiente en Santorini y puede que hasta en Sur¨¢frica. Los bosques de bamb¨² se mezclan con los pinares; los campos de colza, con las praderas de hierba, y los bosques de mandarinas, con cuevas llenas de estalactitas.
Quedan pocos oriundos de la isla de Cheju, ya que sus habitantes fueron v¨ªctimas de una horrible matanza pol¨ªtica. Hoy los habitantes de la isla viven all¨ª como si todo lo sucedido hubiera sido un cuento. Estos hombres, los supervivientes, tuvieron la suerte de no compartir el fatal destino de sus vecinos, y viven entre los 550.000 habitantes y cuatro millones de turistas al a?o que recibe la isla.
Vivir bajo m¨ªnimos
No aparece en los folletos de viajes ni en los del Mundial, y tampoco en los libros de historia: el c¨¦sped de los estadios y de los campos de golf se plant¨® sobre terrenos calcinados. Los hombres de la isla tuvieron que pagar con sus vidas por haber tenido un sue?o. Se trataba de un sue?o que compart¨ªa la mayor¨ªa de los coreanos tras el final de la guerra y la liberaci¨®n del yugo japon¨¦s. Deseaban que el poder estuviera en manos del pueblo. Los campesinos y pescadores pobres de Cheju, que no ten¨ªan tiempo para el patriotismo, se aferraban a esta esperanza como a un salvavidas. Hasta 1945, el poder colonial japon¨¦s y sus aliados coreanos en el continente les hab¨ªan obligado a vivir bajo m¨ªnimos. Ahora quer¨ªan tomar las riendas de su destino y no dejarse dominar. Adem¨¢s, el Gobierno Militar estadounidense y sus administradores coreanos manejaban Cheju de una forma tan arbitraria que se comportaban pr¨¢cticamente como sucesores de la anterior potencia de ocupaci¨®n. Las tensiones llevaron a un levantamiento en abril de 1948, al que se unieron miles de campesinos.
Lo que sigui¨® no tiene precedentes en la historia de la posguerra. Se impuso un castigo salvaje a toda la poblaci¨®n de la isla. Una erupci¨®n de violencia estatal convirti¨® la isla volc¨¢nica en un infierno que dur¨® un a?o, y que, como la lava, lo cubri¨® todo de cenizas. Los lugare?os ve¨ªan indefensos c¨®mo el terror de la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito los aplastaba. Por lo menos 30.000 hombres fueron v¨ªctimas del primer asesinato en masa de civiles por parte de un Estado desde el holocausto. Los hijos de las v¨ªctimas fueron castigados con la inhabilitaci¨®n profesional hasta mediados de la d¨¦cada de los ochenta.
Los dirigentes de Corea del Sur tuvieron buenas razones para ocultar al mundo durante d¨¦cadas la historia de las v¨ªctimas y los supervivientes. Todas las investigaciones p¨²blicas sobre la matanza ten¨ªan el mismo resultado: los culpables fueron los polic¨ªas y paramilitares coreanos, que se convirtieron en enemigos de los habitantes de la isla debido a las torturas y asesinatos que cometieron antes de que comenzara el levantamiento, el 3 de abril de 1948. Fueron los soldados coreanos los que no s¨®lo acabaron con las peque?as tropas de los dirigentes rebeldes, sino que tambi¨¦n asesinaron a ni?os, torturaron a ancianos hasta acabar con ellos y violaron a mujeres, las mataron o las enterraron vivas. Y fue el Gobierno Militar estadounidense (USAMGIK) el que desde el 15 de agosto de 1945 hasta el 15 de agosto de 1948 vel¨® por Corea como la mayor y ¨²nica autoridad legal al sur del paralelo 38. El Ej¨¦rcito y la polic¨ªa coreana estuvieron durante todo este tiempo, y hasta el 30 de junio de 1949, bajo el control operativo de EE UU.
Hoy se puede comprobar en los archivos nacionales estadounidenses c¨®mo se ejerci¨® el control sobre la isla. Bruce Cumings, profesor de Historia y experto en Corea de la Universidad de Chicago, ha investigado los informes de la polic¨ªa local, del Gobierno Militar estadounidense y del Cuerpo de Contrainteligencia del Ej¨¦rcito (CIC), ocultos durante 30 a?os. Su opini¨®n es la siguiente: 'Este material ilustra un ataque total y sin piedad contra la poblaci¨®n de Cheju'.
Muchas fuentes coreanas, desde documentos personales y listas de fallecidos de la polic¨ªa hasta ediciones antiguas del peri¨®dico Jeju Sinbo, a¨²n no est¨¢n a disposici¨®n del p¨²blico. Hasta que Kim Dae Jung no se convirti¨® en presidente de Corea del Sur, en 1998, imper¨® el secreto oficial. Cincuenta a?os de aislamiento de los supervivientes.
Durante la primavera de 1948, 30.000 ciudadanos de Cheju se manifestaron contra el Gobierno de Se¨²l y contra las elecciones independientes para Corea del Sur que ya hab¨ªan anunciado. La manifestaci¨®n fue organizada por miembros del pro comunista Partido del Trabajo, que se hab¨ªa gestado en Cheju. Los campesinos y pescadores participaron principalmente por una raz¨®n: tem¨ªan que las elecciones reforzaran la autoridad del Gobierno central y que la independencia de Cheju se debilitase a¨²n m¨¢s. La polic¨ªa dispar¨® a una multitud desarmada. Murieron seis personas. La isla comenz¨® a prepararse para el levantamiento.
El 3 de abril de 1948, a las tres de la madrugada, ardieron hogueras en todos los pueblos. Los rebeldes dieron la se?al para asaltar por sorpresa 11 de los 15 puestos policiales y los cuarteles de extrema derecha de Suh-Cheong. Se desat¨® toda la ira contenida. Fueron asesinados muchos polic¨ªas, y los terroristas fueron castigados con sus propias armas. Esta sublevaci¨®n no recibi¨® ning¨²n tipo de ayuda externa. Los insurgentes no manten¨ªan ninguna relaci¨®n con la Corea del Norte comunista, ni tampoco con Mosc¨².
Aislar a los rebeldes
Los rebeldes contaban con unos 500 hombres, a los que se unieron aproximadamente unos 3.000 campesinos de los 300.000 habitantes que ten¨ªa la isla por aquel entonces. Dispon¨ªan de un arma de fuego por cada 10 insurgentes. Se trataba sobre todo de fusiles antiguos que los soldados japoneses hab¨ªan tirado al mar tras la capitulaci¨®n en 1945, y que recogieron las haenjo, las buceadoras de Cheju. El resto del ej¨¦rcito de campesinos llevaba lanzas de bamb¨², espadas, horquillas de heno y palas de madera.
Durante un breve periodo, los insurgentes gobernaron su propia isla, pero pronto estuvieron dispuestos a capitular, entregar sus armas y ponerse bajo las ¨®rdenes del ej¨¦rcito. Para ello exig¨ªan que los polic¨ªas extranjeros y los terroristas abandonaran la isla. El l¨ªder de los rebeldes y el jefe del regimiento coreano negociaron un armisticio, pero la polic¨ªa lo boicote¨®. El Gobierno Militar estadounidense se pronunci¨® a favor de la polic¨ªa y de la estrategia de la quema de terrenos. Pretend¨ªan, al igual que hicieron m¨¢s tarde en la guerra de Vietnam, aislar a los rebeldes del resto de la poblaci¨®n. Todos los pueblos que se encontraban a unos cuatro kil¨®metros de la costa fueron pasto de las llamas. Kim Hyoung Choe, un apicultor, recuerda: 'Nuestro pueblo, Sunheul, era el m¨¢s rico de los alrededores. Un d¨ªa llegaron los soldados del IX Regimiento y nos ordenaron que nos fu¨¦ramos hacia el mar. Ten¨ªamos miedo de que nos asesinaran una vez lleg¨¢semos all¨ª. Por eso nos escondimos en las numerosas cuevas que existen en estos bosques'.
Este hombre de 81 a?os desciende sin decir nada por una pendiente de este bosque como lo hizo con 27 a?os, aquel noviembre de 1948. Se adentra un par de pasos en la cueva. 'Aqu¨ª nos escondimos casi 50 hombres, mujeres y ni?os. Fuera no dejaban de o¨ªrse los disparos. No pronunci¨¢bamos ni una palabra. Una madre sostuvo durante un rato su mano sobre la boca de su hijo, que no dejaba de llorar. Al final, el beb¨¦ se ahog¨®'.
Kim Hyoung Choe y otros tres hombres se introdujeron en las monta?as al amparo de la oscuridad para buscar una nueva cueva segura para todos. Al d¨ªa siguiente vieron el humo elev¨¢ndose sobre la llanura. Regresaron arrastr¨¢ndose hasta su cueva. La entrada estaba cerrada con piedras.
El anciano apicultor sube en silencio por el desfiladero hasta llegar a un claro del bosque. 'All¨ª murieron 45 personas de todas las edades. Con las manos atadas a la espalda, les asesinaron, les rociaron con gasolina y les prendieron fuego. Reconoc¨ª a mi abuelo y a mi t¨ªo. Los enterramos como pudimos. Dejamos peque?os papeles con sus nombres y nos incluimos en la lista. Por aquel entonces, llevar papel era muy peligroso. Pero no me pillaron', refunfu?a el anciano, 'y hasta que llegue mi hora contar¨¦ toda la verdad sobre Cheju'.
Once esqueletos
Chae Jeong Ook no viv¨ªa muy lejos de las famosas rocas de Seongsan, muy fotografiadas por las parejas de novios porque traen buena suerte. A Chae le ha perseguido pr¨¢cticamente durante toda su vida una imagen bastante distinta. Nunca olvidar¨¢ lo que vio en la cueva de Darangshi. El camino para llegar hasta all¨ª serpentea entre montes bajos y praderas llenas de violetas. Hace tiempo que los bosques de bamb¨² y las praderas de hierba borraron los rastros de las 40 caba?as que ardieron en este lugar en noviembre de 1948. Chae Jeong Ook se detiene ante un mont¨ªculo de tierra diminuto sobre el que yace una gran roca. Una placa muestra la foto de varios esqueletos en una cueva de piedra. El anciano, de 77 a?os, dice: 'Nos encontramos justo encima de la cueva de Darangshi. Once hombres se refugiaron ah¨ª'.
En aquella ¨¦poca, Chae Jeong Ook ten¨ªa 23 a?os. Desde su gruta, que se encontraba en un lugar m¨¢s elevado, vio c¨®mo el cielo se iluminaba por el resplandor del fuego. Junto con sus dos compa?eros regres¨® a la oscuridad de la noche. La peque?a entrada a la cueva estaba bloqueada con piedras y cubierta de arbustos. El humo se filtraba a trav¨¦s de las grietas. Retiraron las piedras y dejaron que saliera todo el humo. Cuando entraron en la cueva y la iluminaron con sus l¨¢mparas encontraron 11 muertos, entre los que se encontraban un ni?o y tres mujeres. Los cad¨¢veres estaban deformados tras una angustiosa muerte por asfixia. Los asesinos hab¨ªan prendido enormes hogueras situadas en el estrecho acceso a la cueva. Chae y sus compa?eros intentaron cambiar en vano el horrible estado en el que se encontraban los muertos. Escribieron sus nombres, puesto que los conoc¨ªan, en una hoja de papel. Despu¨¦s tuvieron que continuar su huida.
El a?o siguiente, en abril, Chae Jeung Ook regres¨® a las cercan¨ªas de su pueblo, que hab¨ªa sido destruido por las llamas. Nadie que apreciase su vida se atrev¨ªa a acercarse a la cueva. Aunque s¨®lo est¨¢ a 15 minutos de distancia en coche, Chae necesit¨® 45 a?os para volver a visitar a los muertos. Fue en 1992. Mostr¨® el camino a un par de investigadores j¨®venes y a unos valientes periodistas locales. La cueva estaba cerrada con piedras, pero a¨²n conservaba los restos de las v¨ªctimas, su calzado, sus platos o sus gafas. Inmediatamente intervinieron las autoridades. Decidieron que hab¨ªa que incinerar los esqueletos, aunque sus parientes quisieran darles sepultura cerca de sus viviendas. Por supuesto, ¨¦stos no se atrevieron a contradecir la orden. Fue en 1992.
La VII Flota bloquea Cheju
Los consejeros militares estadounidenses participaron, por lo menos como espectadores, en las ejecuciones de rebeldes de la isla. Seg¨²n descubri¨® el historiador Bruce Cumings en los archivos nacionales, el apoyo estadounidense abarc¨® 'la instrucci¨®n diaria de las fuerzas destinadas a luchar contra los insurgentes, los interrogatorios a los prisioneros y el empleo de aviones de reconocimiento, as¨ª como de buques de guerra, para bloquear completamente la isla'.
El oficial de la Marina Nam Sang Whi fue el responsable del bloqueo por mar del bando coreano. El que m¨¢s tarde ser¨ªa almirante y director durante muchos a?os del Pan Pacific Strategy Institute de Nueva York responde a la pregunta sobre si los buques de Corea del Norte pudieron haber bloqueado la isla: 'Ni hablar. No s¨®lo fueron nuestros barcos, sino tambi¨¦n la VII Flota estadounidense, los que aislaron Cheju completamente'.
El Gobierno Militar estadounidense equip¨® con armamento pesado al IX Regimiento en Cheju despu¨¦s de haber proporcionado mosquetones al Ej¨¦rcito coreano. Pusieron comandantes de extrema derecha al mando del regimiento m¨¢s fuerte. Uno de ellos, Kim Sang Gjom, grit¨® a sus soldados: '?Matadlos a todos, quemadlo todo, saqueadlo todo!'. El superior del grupo de asesores militares estadounidenses, el general de brigada Roberts, hab¨ªa expuesto el siguiente lema: 'Hay que acabar con los bandidos rojos al estilo estadounidense'. Dicho lema apareci¨® el 9 de mayo de 1948 en el peri¨®dico Dong-A Ilbo, sin que nadie contradijera la cita.
El fuego acab¨® con 270 de los 400 pueblos de la isla de Cheju. Seg¨²n las cifras oficiales, 38.285 casas fueron destruidas. El Ej¨¦rcito coreano declar¨® la muerte de cerca de 27.000 personas. Sin embargo, en los archivos nacionales estadounidenses se pueden encontrar los informes que redact¨® el gobernador de Cheju, en los que afirma que 60.000 personas perdieron la vida. Otros a¨²n no se atreven a denunciar a sus parientes muertos. Alrededor de 40.000 isle?os huyeron a Jap¨®n. Muchos no quisieron poner en peligro su nueva vida por informar de su partida.
Treinta a?os despu¨¦s de que comenzase la rebeli¨®n, en 1978, apareci¨® el primer testimonio de un testigo, si bien fue de una manera literaria. La novela T¨ªo Sooni describe la tragedia de Cheju desde el punto de vista de una muchacha que pierde a su familia. Poco despu¨¦s de ser publicado, el libro fue prohibido y su autor detenido. S¨®lo le salv¨® la fama que consigui¨®. Hoy, Hyun Ki Young es el presidente de la asociaci¨®n de escritores de Se¨²l.
Cuando este hombre de 61 a?os y ganador de cuatro premios literarios habla en voz baja de su infancia en Cheju, a¨²n se muestra horrorizado: 'En el centro de la capital, Jeju-Shi, colgaban de los ¨¢rboles cad¨¢veres sin cabeza. Las cabezas se insertaban en palos de bamb¨² para llevarlas a la plaza de Kwangdukjung. Al principio bastaban las orejas de un rebelde como prueba de que estaba muerto. Pero las orejas pod¨ªan ser de otras personas, de mujeres, por lo que despu¨¦s s¨®lo se admit¨ªa como prueba la cabeza. Esas im¨¢genes me persiguieron durante mi juventud, e incluso cuando me march¨¦ al continente. Todo ello me oblig¨® a escribir sobre Cheju'.
En 1979, el servicio secreto militar detuvo al autor de T¨ªo Sooni. 'El primer d¨ªa me golpearon todo el cuerpo con unos bastones muy gruesos. Al d¨ªa siguiente me pegaron con varas muy finas. Me pusieron una camiseta para no hacerme heridas en la piel'.
Miseria pol¨ªtica
As¨ª era Corea del Sur en 1979, cuando la econom¨ªa iba mejorando desde hac¨ªa alg¨²n tiempo y la legendaria expansi¨®n sac¨® de la pobreza incluso a la isla de Cheju. No obstante, la miseria pol¨ªtica no desaparec¨ªa. El a?o 1989, algunos j¨®venes cient¨ªficos, junto con el historiador Kang Chang Il, se atrevieron a fundar en la isla un peque?o instituto para la investigaci¨®n del levantamiento. Se encuentra en una plaza en la que la polic¨ªa exhibi¨® en 1947 el cad¨¢ver del l¨ªder de los rebeldes, Ji Tong Ku. 'Nuestras condiciones iniciales eran las adecuadas', cuenta el periodista Huh Ho Joon. 'Polic¨ªas de paisano investigaron nuestro entorno, e incluso abordaron a los supervivientes para intimidarlos. Entonces dijimos, y repetimos ahora, que los isle?os no buscan ning¨²n ajuste de cuentas ideol¨®gico. S¨®lo quieren reclamar judicialmente sus derechos como seres humanos'.
La polic¨ªa acab¨® con los primeros intentos de celebrar ceremonias conmemorativas para recordar a las v¨ªctimas en 1989 y 1992 utilizando gases lacrim¨®genos y porras. Mientras tanto, Cheju ya no recibe un trato tan peyorativo en los programas pol¨ªticos. 'Hoy somos libres en cierto modo', afirma el soci¨®logo Hur Sang Soo, copresidente del comit¨¦ nacional de supervivientes. 'Ya no hay m¨¢s amenazas, pero todav¨ªa los grupos de derechas boicotean las ceremonias conmemorativas. Tambi¨¦n se han mostrado en desacuerdo con la nueva ley especial para la investigaci¨®n de la responsabilidad estatal sobre las matanzas y la han tachado de anticonstitucional'.
Esta ley es el compromiso y el agradecimiento del presidente Kim Dae Jung. En la campa?a electoral de 1998 prometi¨® que volver¨ªa a investigar la tragedia de Cheju. El 16 de diciembre de 1999, el Parlamento de Corea del Sur consigui¨® los requisitos para cumplir su promesa gracias a la aprobaci¨®n de la ley especial. Una semana m¨¢s tarde, el embajador estadounidense, Stephen Bosworth, declar¨® en una conferencia de prensa en Se¨²l que Estados Unidos no ten¨ªa nada que ver con todo este caso.
El f¨²tbol har¨¢ que se conozca un poco m¨¢s la verdad. Si durante esta semana los medios de comunicaci¨®n internacionales giran sus focos hacia Cheju no podr¨¢n ignorar la tr¨¢gica historia de la isla. Esta lejana historia quedar¨¢ entonces a la vista de todo el mundo, en una ¨¦poca caracterizada por las discusiones e investigaciones sobre las causas de la llegada y del desarrollo del terrorismo.
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