Viaje a Cali, capital del crimen
Narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros campan a sus anchas en una ciudad azotada por la criminalidad
Los pasajeros del vuelo Bogot¨¢- Cali celebran mucho la sorprendente presencia del vicepresidente electo Francisco Santos en la clase turista. Hay gestos de perplejidad y muestras de simpat¨ªa, gentes que se le acercan para decirle que han estado con ¨¦l desde los tiempos de 'Pa¨ªs libre', personas que quieren apretarle la mano, transmitirle sus angustias y esperanzas, desearle suerte. En la capital de la guerrilla y de la coca, de las mafias y de la salsa, pretendida cuna tambi¨¦n de las mujeres m¨¢s temperamentales de Colombia, la polic¨ªa ha preparado un dispositivo de seguridad formado por dos tanquetas, una decena de motoristas y 60 hombres en veh¨ªculos blindados. La ruta desde el aeropuerto al centro de la ciudad, considerada actualmente el primer polvor¨ªn del pa¨ªs, est¨¢ jalonada de soldados fusil en ristre. Toda precauci¨®n es poca aqu¨ª porque la guerrilla de las FARC ha dado aqu¨ª sus mejores golpes en el casco urbano y a plena luz del d¨ªa. As¨ª asalt¨® la Asamblea Regional y se llev¨® consigo a una docena de diputados y a ocho polic¨ªas y militares que sobrevivieron a su ataque y secuestr¨® al centenar y medio de feligreses que asist¨ªa a misa un domingo por la tarde.
'De los 1.000 secuestros que se produc¨ªan al a?o en los noventa hemos pasado a 3.000'
'Hay gente que ha pagado tres o cuatro veces y sigue esperando la liberaci¨®n de su hijo'
Todav¨ªa queda una llama que recuerda que no todos los secuestrados han vuelto
El vicepresidente electo Santos viaja a Cali para participar en el Primer Encuentro de Familias de Secuestrados de la regi¨®n. Su presencia es doblemente obligada dada su condici¨®n de antiguo cautivo y su compromiso activo en la denuncia frontal de este flagelo que tiene a parte de la sociedad colombiana sumida en la angustia permanente. El recuerdo de aquella experiencia reabre, sin duda, en su interior una herida que jam¨¢s ha llegado enteramente a cerrarse, aunque Francisco Santos dice no sentirse tan traumatizado por aquella terrible experiencia, una impresi¨®n que sus amigos suscriben m¨¢s o menos. 'Lo ha superado en gran medida luchando, precisamente, contra los secuestros. Esa ha sido su terapia y parece haber dado resultado porque, por ejemplo, ¨¦l no reacciona con p¨¢nico en los sitios cerrados', indica Sonia, su secretaria personal. Con todo, el estallido cercano, accidental, de un simple globo en manos de una ni?a produce el efecto de paralizarle moment¨¢neamente y volverle l¨ªvido el rostro. Obviamente, por mucho que se enga?e al miedo, Colombia entera, y mucho m¨¢s las gentes comprometidas, tiene los nervios a flor de piel.
Antigua compa?era de batallas en el 'Pa¨ªs libre' y 'No m¨¢s', la secretaria personal de Santos dirigi¨® un programa de radio que transmite a los secuestrados mensajes de sus familiares. 'Gracias a ¨¦l, muchos secuestrados tienen noticias de sus seres queridos pero es impresionante ver la dependencia absoluta de las familias, c¨®mo el secuestro les cambia enteramente la vida, los esfuerzos que hacen para poder establecer un contacto, abrir una negociaci¨®n, pagar un rescate que casi siempre les hunde en la miseria. Para muchas de estas personas, enviar el mensaje semanal es la ¨²nica tarea que da sentido a sus vidas. Hay gente', subraya, 'que ha pagado tres o cuatro veces y sigue esperando el milagro de la liberaci¨®n de su hijo, su marido, su madre; personas que llevan cinco a?os trayendo a la radio un mensaje dirigido a un cautivo de ochenta y tantos a?os. ?C¨®mo les vas a decir que no existe ninguna posibilidad de que un anciano de esa edad haya podido sobrevivir a un cautiverio tan prolongado?'.
El vicepresidente electo llega al sal¨®n donde se celebra el Primer Encuentro de Familiares de Secuestrados de Cali cuando el orador del momento reclama que los derechos humanos establecidos en el art¨ªculo 3 del Convenio de Ginebra sean respetados no s¨®lo por los ej¨¦rcitos, as¨ª en plural, sino tambi¨¦n por las guerrillas. Dice que el pueblo de Colombia es la primera v¨ªctima de una guerra con la que no tiene nada que ver y pide pruebas de que los secuestrados est¨¢n con vida. La sala est¨¢ abarrotada de gente, mujeres en su mayor¨ªa, que llevan el distintivo del lazo verde y visten camisetas blancas con la exigencia 'No m¨¢s secuestros'. En la tribuna de oradores, est¨¢ el conocido 'zar antisecuestros' Juan Francisco Maso, el alto comisionado de la ONU, representantes de las embajadas de Suiza y Canad¨¢, muy comprometidas en la ayuda a Colombia, responsables de Cruz Roja Internacional y de las m¨¢s influyentes ONG, esas que dicen en privado que no hay un pa¨ªs en el mundo en donde se hable tanto de derechos y se respeten tan poco, como en Colombia.
Antes de subir a la tribuna, Francisco Santos se abraza fuertemente con Yolanda Betancourt, la madre de la candidata a la presidencia Ingrid Bentancourt que lleva cinco meses en manos de las FARC. Hay un silencio expectante cuando el vicepresidente toma la palabra. 'Estoy aqu¨ª', dice, 'porque s¨¦ el momento por el que ustedes est¨¢n pasando'. Santos explica que, gracias al dinero del narcotr¨¢fico, las guerrillas, responsables de la gran mayor¨ªa de los secuestros, 'la pesca milagrosa' que dice el jefe militar de la FARC, Mono Jojoy, han crecido enormemente hasta el punto de que cuentan con mucha gente desocupada que dedicar a estas rentables tareas. 'De los mil secuestros anuales que se produc¨ªan en los a?os noventa, llegamos hace dos a?os a los 3.500 y el a?o pasado bajamos hasta los 3.000, pero a cambio ha aumentado mucho la extorsi¨®n'.
A?ade que el Estado colombiano, 'aunque ha hecho cosas', carece de una verdadera pol¨ªtica en este terreno y s¨®lo dispone de 8.000 millones de pesos anuales para combatir la plaga 'cuando este negocio', subraya, 'les genera a los secuestradores unos ingresos anuales estimados entre los 100 y los 150 millones de d¨®lares'. Anuncia que el Gobierno de Uribe va a tomarse muy en serio el asunto, que piensa aplicar una pol¨ªtica 'agresiva' ofreciendo recompensas econ¨®micas y puestos de trabajo a aquellas personas que aporten informaciones valiosas para desbaratar los secuestros. Dice que pedir¨¢n a EE UU que les ayude a construir c¨¢rceles especiales para evitar que los secuestradores presos puedan seguir dirigiendo el negocio desde la c¨¢rcel y que son muy conscientes de que hay personas situadas en el coraz¨®n del Estado que participan de los secuestros. Una reciente inspecci¨®n de una serie de c¨¢rceles del pa¨ªs ha permitido incautarse de centenares de tel¨¦fonos m¨®viles y hasta de sistemas de transmisi¨®n por sat¨¦lite.
Santos sostiene que la pol¨ªtica de Estado debe estar respaldada por la movilizaci¨®n ciudadana y por la justicia internacional. 'Vamos a denunciar a las guerrillas ante la Corte Penal Internacional. Deben saber que los cr¨ªmenes de guerra no prescriben para la comunidad internacional y que en Colombia se han acabado las amnist¨ªas para los secuestradores'. El vicepresidente hace una pausa ante el auditorio, que se revuelve inc¨®modo. Por lo visto, no son ¨¦sas las palabras que a algunos de los presentes les gustar¨ªa escuchar. 'Les veo aqu¨ª', dice Francisco Santos, 'y me duele en el alma ver por lo que est¨¢n pasando. Tienen que tener paciencia', indica. 'Paciencia' es, justamente, la palabra maldita. Enseguida surgen del p¨²blico voces destempladas. '?M¨¢s paciencia? ?Hasta cu¨¢ndo?'.
Un pol¨ªtico local, compa?ero de los 12 diputados secuestrados de Cali, toma la palabra para proponerle al vicepresidente que en su calidad de ex secuestrado asuma el papel de interlocutor del colectivo de familiares. Santos comprende que es una trampa, sabe que la guerrilla pretende canjear a sus ilustres rehenes por sus presos y se da cuenta de que las familias de los cautivos quieren as¨ª involucrar al nuevo Gobierno en la negociaci¨®n. 'Para este Gobierno no hay secuestrados de primera, de segunda, de tercera o de cuarta. El canje es potestad del presidente de la Rep¨²blica pero hay una imposibilidad jur¨ªdica y pol¨ªtica. De lo que se trata', enfatiza, 'es de humanizar el conflicto, buscar una soluci¨®n pac¨ªfica, avanzar en acuerdos que impidan, por ejemplo, la leva de ni?os y la toma de rehenes. Es ah¨ª donde se puede hablar con la diplomacia guerrillera. Si ellos creen que esto es una guerra y se consideran un ej¨¦rcito, que respeten las convenciones internacionales'. Santos se escabulle a continuaci¨®n de una pol¨¦mica en la que no tiene nada que ganar y los diputados y familiares de los secuestrados recogen velas y vuelven a reclamar a las FARC que les aporten pruebas de que los rehenes est¨¢n vivos.
El auditorio no encuentra consuelo. La atm¨®sfera de la sala est¨¢ cargada de desesperanza y angustias que se liberan cat¨¢rticamente al estallido estremecedor de un grito un¨¢nime repetido un, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces: 'Los queremos libres y en paz'. Cuando el p¨²blico se incorpora, las l¨¢grimas ya han arruinado los maquillajes y el r¨ªmel. El color de la piel, la planta y las vestimentas permiten distinguir sin demasiado margen de error a los familiares de los diputados, de los familiares de los polic¨ªas y militares.
A la salida del hotel en el que se ha celebrado el acto, el asfalto reverbera bajo la capa de vapor sucio que asciende del suelo. El aire est¨¢ impregnado de un olor dulz¨®n, h¨²medo, muy intenso. Al servicio de seguridad del vicepresidente no le parece buena idea que el periodista espa?ol se patee la ciudad en solitario. 'Hay zonas peligrosas para usted, un extranjero representa un mill¨®n de d¨®lares de rescate y si adem¨¢s es periodista, se lo rifan por la repercusi¨®n internacional'. Como el furg¨®n policial tiene las ventanas cegadas y hace calor en este invierno de Cali, la visita tur¨ªstica se efect¨²a con las puertas laterales descorridas, lo que deja al trajeado invitado expuesto a la curiosidad, algo morbosa, quiz¨¢, de los transe¨²ntes.
La ciudad tiene un aire festivo y bullanguero porque la m¨²sica salsera est¨¢ omnipresente, pero no cabe enga?arse demasiado: el desmantelamiento de los grandes carteles de la droga ha sumido a Cali en la depresi¨®n econ¨®mica y ha dejado en las calles a un ej¨¦rcito de desheredados que no pueden aspirar a encontrar trabajo en las multinacionales farmac¨¦uticas de la zona. A ellos se suman los desplazados de zonas rurales ocupadas por las guerrillas y un alt¨ªsimo paro estructural. 'Ya nadie aguanta a las guerrillas', dice un agente.
Al igual que en el resto del pa¨ªs, aunque con mayor incidencia aqu¨ª, dados los antecedentes, los antiguos carteles -el de Cali fue siempre algo menos sanguinario, m¨¢s especulativo que el de Medell¨ªn de Pablo Escobar- han dado paso a una atomizaci¨®n de las redes. Puede decirse que las grandes empresas han sido sustituidas por una multitud de pymes que se disputan el control del mercado y los puntos y v¨ªas de distribuci¨®n en una batalla encarnizada. 'Los narcos se han hecho mucho m¨¢s discretos, se han mimetizado en el paisaje. Puedes ver a un tipo que tiene no menos de 200 millones de d¨®lares en los para¨ªsos fiscales y en Suiza o en Espa?a conduciendo un R-5 o un Corsa y vistiendo sin alardes. Se han acabado las ostentaciones p¨²blicas de lujo y poder, el derroche del dinero y riquezas porque la gente ha dejado de considerar el narcotr¨¢fico como un asunto ilegal pero leg¨ªtimo. Ese tipo', apunta un abogado que simpatiz¨® en su d¨ªa con la guerrilla, 'dispone generalmente de una avioneta y de un barco para sus operaciones y cuenta con una grupo de sicarios pero no ya de un ej¨¦rcito. S¨ª, son como los primitivos padrinos de la Mafia italiana, gentes pegadas a sus tierras, que siguen creyendo mucho en la educaci¨®n porque mandan a sus hijos a las mejores universidades del mundo. El problema de la atomizaci¨®n', a?ade, 'es que como ya no hay jerarqu¨ªa en ese mundo, las guerras de clanes se suceden continuamente. Es la lucha entre las mafias la que explica muchas de las muertes que se atribuyen a l¨ªos de faldas'. Narcotraficantes, guerrillas y paramilitares componen una espesa red que hace que Cali ostente cifras r¨¦cord de criminalidad.
En la iglesia de San Antonio, situada en un cerro desde el que se divisa toda la ciudad, hay que poner al santo boca abajo si quieres que te salga un novio. Al contrario que otras iglesias custodiadas por una unidad especial de polic¨ªa dedicada a la protecci¨®n y gu¨ªa de los turistas -agentes con estudios capacitados para explicar al visitante la historia y los m¨¦ritos art¨ªsticos del edificio-, la de San Antonio est¨¢ regida por monjas que atienden con la sonrisa puesta a las peregrinaciones de solteros. A un costado del cerro se alzan, imponentes, los farallones por los que desciende la guerrilla en sus peri¨®dicas incursiones. Las grandes torres de comunicaciones de la ciudad est¨¢n instaladas precisamente en uno de esos altos, pero el oficial de polic¨ªa que me acompa?a dice que aunque, en efecto, resultan un objetivo muy tentador, se encuentran fuertemente defendidas por el ej¨¦rcito. El hombre vacila unos instantes antes de corregir mi l¨¦xico: 'Perdone, pero la guerrilla no opera, la guerrilla delinque; aqu¨ª, los ¨²nicos que operamos somos nosotros'.
La iglesia de La Mar¨ªa asaltada a las cuatro de la tarde de un domingo de septiembre, est¨¢ ubicada en un barrio residencial de la ciudad. Tras acabar con la d¨¦bil resistencia opuesta por los guardaespaldas de un feligr¨¦s, los efectivos de las FARC cargaron en camiones al centenar y medio de asistentes a la misa vespertina y se los llevaron a la cordillera. Los m¨¢s ancianos fueron abandonados en distintos puntos del camino pero dos feligreses murieron de infarto. 'No pudimos hacer nada', explica un polic¨ªa, 'porque cuando salimos en su persecuci¨®n, tuvimos que enfrentarnos a otras fuerzas guerrilleras que cubr¨ªan la retirada de sus compa?eros'. A pesar del tiempo transcurrido, todav¨ªa quedan pancartas con el lema 'No m¨¢s' que moviliz¨® entonces a buena parte de la poblaci¨®n de Cali y la llama que recuerda que no todos los secuestrados han vuelto.
Cuando el avi¨®n que me devuelve a Bogot¨¢ despega del aeropuerto, despu¨¦s de muchos controles y cacheos, recuerdo de repente las palabras de un hombre de empresa colombiano: 'Si va a Cali y se da una vuelta por las afueras de la ciudad, piense que muchas de las grandes plantaciones que encuentre, all¨¢ hasta donde le alcance la vista, son propiedad de narcotraficantes o de sus testaferros. En Cali, los carteles consiguieron que el sistema les blanqueara su dinero y sus propiedades'.
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