?Reaccionar o revolucionar?
D¨®nde est¨¢ el error? ?Qu¨¦ es lo que he hecho mal? ?Acaso no entra en los c¨¢nones democr¨¢ticos, en nuestros usos cotidianos, el que las autoridades sean abucheadas en recintos p¨²blicos? Perm¨ªtanme por un momento ponerme en la posici¨®n del aficionado que acud¨ªa el pasado domingo en el front¨®n Atano III de Sanse a la final del Campeonato Interpueblos de Pelota y o¨ªa gritos contra la tribuna de autoridades. Un hombre aficionado -probablemente, aunque tambi¨¦n pod¨ªa ser mujer- de mediana edad, con familia, que ha ido a ver un partido y que no busca problemas. A¨²n m¨¢s: le suena mal lo que se grita. Pero, piensa, ?qui¨¦n es ¨¦l para enfrentarse a su vecino de asiento, con el hijo de Fulanito al que se ha estado encontrando durante todo el torneo, o a ese otro con el que intercambiar¨¢ un 'eup' al cruzarse en el chiquiteo? Que lo arreglen los partidos, piensa. ?se es un problema entre ellos. Yo no me meto en l¨ªos. Ellos sabr¨¢n lo que hacen. Claro que luego, los medios, todo lo exageran.
Con variantes, es la postura de Mikel Amenabar, presidente de la Federaci¨®n guipuzcoana de Pelota: 'Con el front¨®n lleno, ?qui¨¦n es el guapo que quita la pancarta?', una que pon¨ªa 'Urchuegu¨ªa fascista' (sic, se les olvid¨® la coma). Pues usted mismo, amigo. ?Acaso no fue Guus Hiddinnk capaz de hacer que se retiraran las ense?as nazis en un estadio de Mestalla abarrotado con s¨®lo propon¨¦rselo? Se puede y se debe hacer. Pero, volvamos a nuestro hombre.
?No tiene derecho, se pregunta, a evitarse problemas, a no enfrentarse a ¨¦ste o al otro? Probablemente, s¨ª. Ahora bien, ¨¦l sabr¨¢ lo que pierde con ello. De entrada, no son gritos partidarios contra las autoridades; son claras amenazas de un grupo de matones (respaldados por una banda armada) hacia una alcaldesa cuyo ¨²nico delito fue dar la cara con coraje pero sin agresividad (incluso, con mesura) ante el asesinato del concejal Froil¨¢n Elespe (otro delincuente). Amenazas casi f¨ªsicas, que se remataron con una lluvia de objetos arrojadizos (?Les han dado alguna vez con un cubito de hielo? Duele como una piedra. ?Lapidada? Tanto no. Pero, ?lo comprender¨ªan los agresores?)
Nuestro hombre lo comprende as¨ª, sabe que todo aquello es excesivo, una cacer¨ªa personal. ?Y ¨¦l, qu¨¦ hace? ?Qu¨¦ puede hacer? El dilema es ¨¦tico. Y, en este punto entran en juego dos factores: la vida de uno (su familia, su integridad f¨ªsica, su entorno social...) y una razonable estima por la libertad (aspiraci¨®n a una vida m¨¢s humana, cierto riesgo y atrevimiento...). ?ste es el dilema que no puede conciliarse y que los m¨¢s sensatos habr¨¢n tenido. Se puede optar por el ¨¢rea del inter¨¦s y la vida cotidiana e inmediata. O se puede reivindicar (hace falta coraje) la autonom¨ªa personal, la libertad que le corresponde a cada cual para no admitir ciertas cosas.
Al parecer, en el Atano III, nuestros hombres neutrales optaron por la seguridad y el inter¨¦s inmediato con renuncia absoluta a su otro yo. Pero, ?cu¨¢nto perdieron de libertad? Lo perdieron todo. El grupo totalitario que amenazaba, sabe que el term¨®metro ¨¦tico de todos nuestros hombres neutrales est¨¢ bajo m¨ªnimos. Contar¨¢n con ello para amedrentarles: 'Mi hijo te vio haciendo esto o lo otro', 'no te devolver¨¦ el saludo en el poteo (ya sabes que no eres de los nuestros)', 'olv¨ªdate de la pe?a de apuestas que ten¨ªamos', 'te mirar¨¦ mal la pr¨®xima vez que coincidamos'. Y, ah, amigo, si te pasas de verdad, recuerda lo que le hicimos a la alcaldesa de Lasarte o a su teniente alcalde.
?Es ¨¦sta la sociedad que nos viene? Si es as¨ª, uno dimitir¨ªa de ella. Pero, un tanto ingenuamente, uno espera que cualquier d¨ªa de ¨¦stos el p¨²blico diga: '?Callaros, cabrones , que estamos viendo el partido. Lo voy a ver a pesar tuyo. Y luego hablar¨¦ contigo, peque?ajo. A esa se?ora no le insultas t¨², porque nos est¨¢s insultando a todos. Ni se te ocurra hacerlo otra vez'. ?Jauja? Ojal¨¢ el paisito sepa reaccionar.
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