El verdugo y la v¨ªctima
De las l¨¢grimas triunfales de Ronaldo a la seca amargura de Kahn
De las l¨¢grimas triunfales de Ronaldo a la seca amargura de Kahn
Kahn ya no se sosten¨ªa. Estaba sentado contra el poste, rodillas flexionadas, guantes en las mejillas
Ronaldo quiso saludar a Kahn, pero no hubo modo: el portero se hab¨ªa vuelto invisible
Los alemanes estaban desquiciados, extenuados, rabiosos. Se revolcaban por el suelo. Sus rivales bailaban la samba mientras daban la vuelta a un ruedo te?ido de amarillo. Pero no estaban todos. Faltaba el h¨¦roe, Ronaldo, que, tras el alborozo con el silbido de Collina, se dedic¨® a otro asunto. Hab¨ªa decidido hacer una incursi¨®n por las filas germanas para saludar a todo el que encontraba a su paso. Pero, tras una charla sonriente con Rudi Voeller, se fren¨®. Se gir¨® a un lado y otro buscando a alguien. En medio de la algarab¨ªa, era consciente de que le faltaba el saludo m¨¢s importante, m¨¢s deportivo. Quer¨ªa encontrar a Kahn, pero no hubo modo: el capit¨¢n alem¨¢n dialogaba consigo mismo en tierra de nadie. No estaba para gaitas. Se hab¨ªa vuelto invisible.
Cuatro a?os menos once d¨ªas despu¨¦s de su tormentosa noche de Par¨ªs, Ronaldo hab¨ªa abandonado el campo a falta de un par de minutos. Se dirigi¨® al banquillo rasc¨¢ndose la mancha de pelo que ensucia su frontal. Pensativo, cabizbajo. Seguramente, rebobinando a mil por hora. No se refugi¨® bajo el techo del banquillo. Se qued¨® en un lateral, por fuera, reposando de pie sobre una esquina de la cristalera. Solo, sin que nadie interrumpiera su meditaci¨®n hasta que Ronaldinho, siempre con esa sonrisa tatuada que no puede borrar ni queriendo, le estruj¨® en un abrazo que dur¨® una eternidad. En medio del m¨¢gico momento, irrumpi¨® un escoc¨¦s, Hugh Dallas, uno de esos latosos que hacen de simples cuartos ¨¢rbitros y parecen un guardia de tr¨¢fico japon¨¦s en mitad de Tokio. Ni siquiera el genio fue respetado y se tuvo que sentar en el banco. Otra vez solo y en una esquina, con las manos sobre el rostro, disfrazando sus primeras l¨¢grimas. En un momento de sosiego record¨® que ten¨ªa preparada bajo la silla una bandera brasile?a, se la coloc¨® de capa y dio el segundo achuch¨®n a un utillero brasile?o. Acab¨® el encuentro y le cazaron varios compa?eros, que le alzaron a hombros y se lo llevaron aupado hasta donde se desga?itaba el sector mayoritario de la afici¨®n brasile?a. El primero en llegar al fondo hab¨ªa sido Marcos, el aut¨¦ntico calvorota de la selecci¨®n, que brincaba con una peluca azul. En otro gran regate, Ronaldo se fug¨® y se dirigi¨® a otra zona. Otra vez solo, hasta que se le arrim¨® Rivaldo. De nuevo, un sostenido abrazo con una marabunta de fot¨®grafos jugando al corro de la patata.
A cien metros estaba Kahn, apoyado sobre el poste izquierdo de su porter¨ªa maldita. Tambi¨¦n solo, negociando su tormento, a vueltas con las malas pulgas que arrastra, sin que alg¨²n compa?ero tuviera valor de pisar siquiera el ¨¢rea. Pasaron varios minutos hasta que varios rompieron el fuego y, uno a uno literalmente, en fila india, como en una recepci¨®n mon¨¢rquica, se le acercaron para darle la mano. Incluido Caf¨², que tuvo m¨¢s suerte que Ronaldo. El m¨¢s atrevido fue Linke, su compa?ero del Bayern M¨²nich, que se la jug¨® con un cachete cari?oso. Para entonces, Kahn ya no se sosten¨ªa de pie. Se hab¨ªa hundido un poco m¨¢s. Estaba sentado, con la espalda contra el poste, las rodillas flexionadas y los guantes pellizc¨¢ndole las mejillas. Linke le levant¨®, le susurr¨® al o¨ªdo y el capit¨¢n cruz¨® la valla publicitaria y salud¨® a los suyos, que gritaban 'Oli, Oli, Oli'. Luego, comenz¨® su peregrinaje sin quitar la vista del suelo, alejado de todos. Se le acerc¨® Collina, que le palp¨® la espalda sin que le echara un vistazo ni de reojo. Tambi¨¦n lleg¨® Voeller, sigiloso, que inclin¨® su antebrazo sobre su hombro izquierdo.
T¨¦cnico y guardameta ten¨ªan ante s¨ª una escena singular. Todos los brasile?os, a la altura del c¨ªrculo central, se pusieron de rodillas, entrelazaron sus manos, inclinaron la barbilla y rezaron unos segundos. Al terminar, Ronaldo solloz¨® de nuevo. Kahn, mientras tanto, quer¨ªa que el mundo se lo tragara. No recib¨ªa a nadie mientras Ronaldo daba audiencia a todos.
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