Sangre en el para¨ªso
A la edad de 14 a?os, Jack London se convirti¨® en pescador de ostras; furtivo, naturalmente; esto no s¨®lo lo puso al margen de la ley, sino que entr¨® en un grupo cerrado que ten¨ªa su propio c¨®digo de conducta, un c¨®digo regresivo y brutal, un c¨®digo salvaje. A?os m¨¢s tarde, titul¨® su primera novela The Call of the Wild, es decir, literalmente, La llamada de lo salvaje. En la obra literaria de London la aventura est¨¢ unida a lo salvaje, lo ancestral, el poso de una violencia at¨¢vica, en buena parte de sus relatos; pero en los relatos de los mares del Sur encontramos un contraste muy especial y expresivo y es que junto a la crueldad esencial de la vida libre y primigenia -que no esconde ni edulcora- alienta una conciencia de felicidad que tiende a buscar la consecuci¨®n de la armon¨ªa: en uno de los relatos de este libro que comentamos, dos interlocutores hablan al atardecer sentados en un lugar que no recibe vientos, sino 'largos y bals¨¢micos suspiros de un mundo en paz' y en donde 'la tierra y el mar respiran por turno'. Los relatos de los Mares del Sur de Jack London responden siempre a una doble versi¨®n de la realidad; se trata de lugares paradisiacos, de una tierra amada profundamente por sus personajes, de una vida libre de convenciones, llena de naturalidad, pero cuyo env¨¦s necesario -y esto es lo atractivo de su visi¨®n- es la brutalidad de las situaciones de esa misma vida general y la crueldad con que las resuelve. De hecho, la vida surge de esa dualidad esencial.
LA CASA DEL ORGULLO
Jack London Traducci¨®n de Alejandro Palomas Alba. Barcelona, 2002 164 p¨¢ginas. 12,50 euros
De los seis relatos que componen este volumen, tres de ellos tienen como motivo generador la enfermedad de la lepra y el tratamiento atroz que reciben los infectados por parte del orden social: el destierro a Molokai, donde degeneran y mueren. Curiosamente, no hay visi¨®n alguna de la lepra concebida como enfermedad castigo de los dioses, tal como sucede en otras muchas sociedades incluida la occidental todav¨ªa, sino que es, simplemente, la marca de la desgracia que aparta al que la padece de sus seres queridos y lo condena a degenerar y morir solo entre otros como ¨¦l. Es, pues, el destino se?alando a una v¨ªctima lo que acoge en sus p¨¢ginas London, y lo hace bajo esa mirada que procede de la primitiva lucha del hombre por sobrevivir. El relato Kulau, el leproso es el que ofrece esta visi¨®n del modo m¨¢s extremo, a cuyo t¨¦rmino se encuentra siempre la soledad del individuo. De todos los relatos del libro destaca el que le da t¨ªtulo que, sin embargo, se sostiene pr¨¢cticamente sobre el efecto de una sola escena muy bien preparada desde el principio. Adi¨®s, Jack habla de la hermosa mujer que es enviada a pudrirse en Molokai y c¨®mo el sentimiento de que la enfermedad tambi¨¦n destruye la belleza genera el miedo del que contempla la fatalidad; a diferencia de Kulau, donde el orgullo es un contrapeso del horror, aqu¨ª es el horror mismo el que se apodera emocionalmente del relato.
Hay un cuento que es casi
una f¨¢bula, muy divertido, en el que se cuenta el curioso resultado del choque de mentalidades Oriente-Occidente y c¨®mo el anciano Ah Chun consigue mantener su sabidur¨ªa al margen de la codicia y el ego¨ªsmo de las relaciones humanas, lo que no oculta un poso de amargura que la f¨¢bula airea con fortuna. Y hay un relato, Aloha Oe, que si se desarrolla de modo tan correcto como animoso sobre el fondo de un amor juvenil contrariado por las invencibles distancias de clase, se transforma en su final por medio de una escena prodigiosa, una de esas escenas capaces de reunir y revelar todos los matices que elevan una situaci¨®n dram¨¢tica a la categor¨ªa de s¨ªmbolo. Finalmente, El sheriff de Kona vuelve al asunto de la lepra, pero en este caso se marca la dimensi¨®n dram¨¢tica del alejamiento de los seres queridos con una muestra de solidaridad y de reto al destino que da lugar a un canto de amor a las islas apoyado hermosamente en el sentimiento de lejan¨ªa, de nostalgia y aprecio del amigo que las ha perdido para siempre. De hecho, la relaci¨®n entre el amor de la tierra y su p¨¦rdida es en todo semejante al paralelo que establec¨ªamos al principio entre felicidad y crueldad.
En definitiva, un London menor, pero absolutamente London. A quienes lo conocen no les defraudar¨¢ ni una l¨ªnea. Y quienes no hayan acudido antes a ¨¦l har¨¢n muy bien en cogerle el tranquillo con estos relatos que, sin duda, los empujar¨¢n hacia t¨ªtulos tan inolvidables como El silencio blanco, Martin Eden, El lobo de mar o El peregrino estelar.
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