Ha llegado Strange
Un polic¨ªa blanco mata a un polic¨ªa negro, y el detective privado Derek Strange cobrar¨¢ por devolver el honor al difunto. El polic¨ªa negro apoy¨® su pistola reglamentaria contra una cara blanca, no se identific¨® como polic¨ªa, recibi¨® un disparo mortal y su nombre no figura en el monumento a los ca¨ªdos. Strange, el detective de George P. Pelecanos (Washington, 1957), persigue a forajidos bajo fianza, resuelve traiciones matrimoniales y fraudes a compa?¨ªas de seguros: es el h¨¦roe de Mejor que bien (Right as Rain, 2001). Negro con canas y dubitativamente enamorado de su secretaria, Strange practica una sabia bondad armada, aunque s¨®lo recurra a una llave inglesa y una navaja que a veces debe seccionar alguna car¨®tida.
MEJOR QUE BIEN
George P. Pelecanos Traducci¨®n de Gabriel Dols Diagonal/Grup 62 Barcelona, 2002 364 p¨¢ginas. 20 euros
Hay un desdoblamiento: parece que la voz que cuenta la historia est¨¢ hablando de Strange, pero de repente trata del polic¨ªa blanco que mat¨® al polic¨ªa negro. El blanco es Quinn, y viste y anda exactamente igual que Strange, porque los dos son polic¨ªas retirados y parecen polic¨ªas. Pelecanos crea un efecto de vidas gemelas: Strange, el investigador, llama por tel¨¦fono a su amante, y la c¨¢mara enfoca a Quinn, el investigado, con su amante, desnud¨¢ndose. Strange oye m¨²sica de Morricone, Quinn lee novelas del Oeste. Y por instinto detectivesco, o por irresponsabilidad, o por infidelidad a su cliente (la madre del polic¨ªa al que mat¨® Quinn), Strange convierte a Quinn en su ayudante en el caso Quinn, el primer ¨¦xito del equipo Strange-Quinn, que continuar¨¢ sus aventuras en pr¨®ximas entregas.
Washington es el escenario casi nunca nombrado, aunque s¨ª se detallan sus calles, es decir, nuestras calles ya, despu¨¦s de miles de pel¨ªculas y novelas como ¨¦sta. Tiene Pelecanos inter¨¦s sociol¨®gico, antropol¨®gico, educativo, y disecciona enredos raciales entre negros y colombianos traficantes de drogas y criminales blancos que viven en los bosques. Adem¨¢s de una sensibilidad especial hacia los olores corporales de los vivos y los muertos, Pelecanos posee tacto para las distintas maneras de hablar y vestir y o¨ªr m¨²sica de sus criaturas, seg¨²n la norma de que la novela policial ha de ser realista. Pero le falta percepci¨®n fresca, humor, dir¨ªa yo, a pesar de que una vez un asesino que fuma medite en voz alta sobre la imagen moral del tabaco: 'Si esto fuera una pel¨ªcula nosotros ser¨ªamos los malos'.
Entonces aparece una foto
del supuesto inocente junto a los culpables indiscutibles, y se resuelve el caso: Mejor que bien tendr¨ªa una extensi¨®n m¨¢s apropiada si la foto hubiera aparecido 100 p¨¢ginas antes. Pero Pelecanos se distrae inyectando a su f¨¢bula aire de novela negra vieja, un combate de boxeo, por ejemplo, ablandado, transformado aqu¨ª en velada familiar, para parejas de novios: Strange y Quinn llevan a sus enamoradas al boxeo. ?Toda novela negra de ahora debe tener algo de museo de la serie negra? Pieza de museo: as¨ª veo yo el granero en el bosque donde Pelecanos sit¨²a la lucha final, con mujeres drogadas y ambiente de James Hadley Chase, David Goodis o el Santuario de Faulkner.
La preocupaci¨®n por la actualidad es evidente, sin embargo, y el moderado detective Strange incluso propone un plan para disminuir la delincuencia: legalizar las drogas y prohibir las armas. La mitad de los negros est¨¢ en la c¨¢rcel, dice. ?Cuesti¨®n racial? No, responde con sentido com¨²n: cuesti¨®n de dinero, de divisi¨®n entre ricos y pobres. Pelecanos, por su parte, nos descubre un interesante lazo entre la fealdad y el mal: hay dos polic¨ªas p¨¦rfidos en su novela y son los dos m¨¢s feos de todas las comisar¨ªas de Washington. Quer¨ªan dinero para ver si as¨ª los miraban mejor las mujeres.
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